¿Se debe prohibir la prostitución?
Este es un debate que aparece en mi novela La tribu de Cecilia y que creo que es muy relevante sobre el tema de la prohibición de la prostitución. Tiene lugar en la ficticia Liga Lesbiana de Lavapiés en 1980, pero los argumentos que se esgrimen son los mismo que hoy en día.
Esta vez fue Josefa quien planteó el tema:
-Pasamos ahora a tratar el último punto del orden del día. Se trata de la prostitución. Resulta que no todo lo que la democracia nos ha traído a España es bueno. En Madrid y en todas las ciudades importantes de este país se ha denunciado un aumento considerable del número de burdeles, mientras que la policía y el gobierno no hacen nada para impedirlo. Como pasa con el tema de la pornografía, se da por sentado que es algo irremediable que pasa en todas las sociedades libres. Pero nosotras no podemos quedarnos aquí sentadas mientras muchas mujeres son sometidas a los extremos más horrorosos de explotación machista. ¡Tenemos que hacer algo, compañeras!
Laura vio que Cecilia había levantado la cabeza y escuchaba con atención, frunciendo gradualmente el ceño.
¡Joder, joder, joder! ¡Ahora sí que la hemos liado!
Se arrepintió de haber traído a Cecilia a esa reunión. ¿Cómo no se había dado cuenta de que seguramente tratarían el tema de la prostitución? Ya habían discutido la pornografía y el sadomasoquismo, era completamente de esperar que lo siguiente a tocar fuera la prostitución, ¿no? Y claro, Cecilia no se iba a callar.
-Cecilia, por favor… -le susurró.
-¿Qué? -dijo Cecilia volviéndose a mirarla.
-Por lo que más quieras, no se te ocurra decirles que has sido puta -le suplicó.
-¿Y por qué no?
-¡Pues porque te van a destrozar! La última vez que estuve aquí se me ocurrió decirles que me gustaba el sadomasoquismo y no veas cómo me pusieron.
-¡Pues hiciste muy bien, Laura! Hay que ser valiente y defender nuestras ideas. A eso es a lo que hemos venido, ¿no?
-Ya, Cecilia, pero todo tiene un límite… Hay cosas que no se las puedes ir diciendo a todo el mundo.
Josefa las miraba irritada desde la mesa. Sin duda sus cuchicheos la habían molestado.
-Lo que tenemos que hacer es comenzar una labor educadora de esas pobres mujeres -decía Vicenta-. Tenemos que hablarles de feminismo, de la dignidad del cuerpo de la mujer, del valor de la sexualidad para desarrollar la intimidad en un plano de igualdad. Pero también debemos hacerlas conscientes de la cadena de explotación de la mujer que durante siglos ha ido construyendo el patriarcado. De que en esta sociedad las relaciones sexuales son usadas por los hombres como instrumento de opresión de la mujer. De que nuestra sexualidad es algo demasiado precioso para poder ser comprado con unas simples monedas…
-Pero vamos a ver, Vicenta -la interrumpió Martina-. ¿Tú has parado alguna vez en la calle a alguna puta para decirle todas esas cosas? Porque, si es así, me gustaría mucho saber su respuesta.
Hubo algunas risitas contenidas.
-¡Silencio! -exclamó Josefa desde la mesa-. Estamos tratando un tema muy serio. No creo que la explotación sexual de la mujer sea cosa de risa.
-Compañera Martina -dijo Mercedes-, me gustaría mucho saber qué quieres decir con eso. ¿No crees que lo mejor que podemos hacer para acabar con la prostitución es educar a esas mujeres? A mí no me acaba de parecer bien que se las persiga y se las encarcele, por eso creo que un remedio basado en la educación es lo mejor que podemos hacer dentro de una estrategia no represiva.
-Compañera Mercedes -la sonrisa que le dirigió Martina no estaba exenta de un cierto sarcasmo-, lo que quiero decir es que ese “remedio basado en la educación” al que te refieres se basa en la asunción de que nosotras sabemos más que ellas. De que, como decía antes Vicenta, las putas son unas pobres mujeres ignorantes que no saben lo que les conviene, así que necesitan que vengamos nosotras con nuestra educación y nuestras brillantes ideas feministas a sacarlas de esa horrible situación en que se han metido. Pero dudo mucho que las putas estén de acuerdo con vosotras a ese respecto, por lo que sospecho que si Vicenta se acerca a una de ellas para contarle todo eso que decía antes, la respuesta de la puta seguramente será mandarla a tomar por culo. Por eso se lo pregunté, para saber si me equivoco o no.
Esta vez las risas fueron más descaradas. Cecilia tenía una sonrisa de oreja a oreja.
Bueno, por lo menos con esto vamos a conseguir que le caiga mejor Martina.
-¡Pero es que sí que son unas pobres mujeres ignorantes! -saltó Lucy-. Muchas de ellas son drogadictas que se tienen que prostituir para poder comprar heroína, o cocaína, o lo que sea que se meten. A otras les tienen comido el coco su chulo, que las enamoran para manipularlas psicológicamente… Os puede parecer mentira, pero se han hecho muchos estudios sobre esto. Y no olvidemos que todavía hay bolsas de pobreza en España donde la mejor opción de una mujer para sobrevivir es vender su cuerpo.
Cecilia levantó la mano para hablar. Laura se preparó para lo peor. Por suerte, nadie le hizo caso. Josefa, en vez de moderar la discusión, se otorgó el turno de palabra a sí misma.
-¡Muy bien dicho, compañera! Esa es la realidad: se trata de mujeres en situaciones extremas que las obligan a venderse a los hombres. Por eso mismo no creo que una solución basada únicamente en la educación, como propugnaba la compañera Vicenta, sea la más eficaz. No, es la responsabilidad del estado el cerrar esos burdeles y rescatar a esas mujeres de la calle para darles una opción mejor.
-¿“Rescatarlas de la calle”? -replicó Martina-. ¡Por favor, Josefa, vamos a dejarnos de expresiones hipócritas! Llama a las cosas por su nombre. A lo que te refieres es a seguir haciendo lo que se hacía durante la dictadura: detenerlas y meterlas en la cárcel. A ver cómo consigues explicarnos que eso se hace por su bien, porque a mí me parece una actitud tan prepotente y paternalista como las del patriarcado.
Cecilia volvió a levantar la mano. Nuevamente se la ignoró.
-A ver, allí al fondo… Cristina, ¿qué nos tienes que decir?
-Estoy de acuerdo con Martina en que meter en la cárcel a las prostitutas es una actitud excesivamente represiva que sólo conduce a marginarlas aún más. Pero Josefa tiene toda la razón: este problema no se puede solucionar sin la intervención del estado. La policía tiene que cerrar esos burdeles, porque detrás de ellos hay mafias internacionales muy poderosas que seducen a las mujeres con promesas de trabajo y luego las convierten en esclavas sexuales. Esas mafias tienen comprada a la policía y seguramente a más de un político. Por eso no se hace nada y cada vez hay más burdeles y más prostitutas. ¡Esto hay que denunciarlo y pararlo ya!
-¡Es verdad! -gritó Lucy-. ¡Lo que hay que hacer es dejar en paz a las prostitutas y meter en la cárcel a los chulos y a los puteros!
Cecilia, quien no había bajado la mano en ningún momento, se puso en pie.
-Bueno, ya veo que aquí nadie respeta el turno de palabra. Llevo un buen rato con la mano levantada y no se me hace ni caso. Mientras tanto, hay otras que ni siquiera se molestan en pedir la palabra y hablan cuando les da la gana.
-Ya te he visto, compañera. Enseguida te doy tu turno, pero creo que Cristina todavía tiene la palabra.
-No, ya he acabado -dijo Cristina.
¡Qué educada se ha vuelto de repente! Pensé que haría todo lo posible por impedirle hablar a Cecilia.
-¡Ah, vale! Entonces adelante.
-¡Cecilia, por favor, no lo digas! -le susurró.
Cecilia respiró profundamente, como solía hacer cuando quería calmarse a sí misma.
-Estoy de acuerdo con Martina en que tenéis una actitud condescendiente y paternalista frente a las prostitutas. Aquí se han dicho muchas cosas que no son verdad. No es verdad que las prostitutas sean drogadictas, quizás haya alguna que lo sea, pero lo mismo pasa en otras profesiones. Tampoco es verdad que a las prostitutas las obligue su chulo… Por supuesto, una mujer que se prostituye se encuentra en una situación muy vulnerable, precisamente por la persecución por parte de la ley que algunas queréis perpetuar. Las pueden maltratar los clientes o un chulo y no pueden denunciarlo sin exponerse a que las arresten a ellas por prostitución. Por eso creo que los bares de putas que hay ahora suponen una mejora para las condiciones de trabajo de las prostitutas, porque las defienden contra todo tipo de abusos. A cambio de un porcentaje preestablecido de su ganancia, la prostituta tiene garantizado un sitio seguro de trabajo y alguien que la defienda en caso necesario.
¡Menos mal! Parece que va a plantear el tema sólo en un plano teórico.
-¡Pero bueno, tía, tú qué coño sabes de cómo trabajan las prostitutas! -le dijo Lucy con aire burlón-. ¡Si sólo hace falta verte! ¿Qué pasa, que has hecho estudios sobre la prostitución en la universidad?
-¡No, Cecilia! ¡No entres al trapo! -le volvió a suplicar. Pero por la forma en que Cecilia apretó los puños supo que era inútil.
-Sé perfectamente como trabajan las prostitutas porque trabajo en un bar de putas. Concretamente en Angelique, que está en la Avenida del Brasil. Si no me creéis, id a verme algún martes o jueves por la noche. Allí me encontraréis, poniendo copas detrás de la barra. Conozco bien a mis compañeras y sé que ninguna va allí obligada por ningún chulo ni por ninguna mafia. Todas están contentas con su trabajo. Sólo conozco a una que fue drogadicta, pero se desenganchó de la heroína precisamente con la ayuda de uno de los hombres que lleva el local. Y no, no lo lleva ninguna mafia. Angelique lo abrieron un par de amigos míos para darles a las chicas un sitio seguro para trabajar.
Se produjo un profundo silencio. Laura enterró la cara en las manos. En seguida se dio cuenta de que con eso no hacía sino empeorar las cosas, y volvió a mirar a su alrededor con aire indiferente.
-¡Vaya! ¡Si ahora va a resultar que los chulos son unos angelitos que sólo quieren el bien de las prostitutas! -dijo Josefa.
-Yo sólo puedo hablar por Angelique y por mis amigos que lo llevan. Ganan dinero, por supuesto, pero también trabajan duro y se arriesgan un montón. Quizás otros sitios funcionen de otra forma. No soy una ilusa, sé que hay explotadores en todos los negocios. Pero si los hay más en la prostitución será porque la situación de ilegalidad nos coloca en una posición vulnerable donde no podemos acudir a la protección de la ley.
-Pero vamos a ver, Cecilia -dijo Mercedes con voz preocupada-. ¿Nos estás diciendo que trabajas como prostituta en ese sitio?
-No. Trabajo poniendo copas, llevando las cuentas y organizando el funcionamiento del local. Llevo allí ya casi dos años, por eso conozco bien el negocio.
-¿Pero por qué te buscaste precisamente ese trabajo? Por tu forma de hablar veo que eres una mujer culta. Podrías trabajar en muchas otras cosas.
-Sí, claro. Soy licenciada en física y estoy haciendo mi tesis doctoral, pero eso no me da dinero, así que me he buscado ese trabajo para ganar algo de dinero por las noches sin que me quite demasiado tiempo para mis estudios. Di con él por casualidad, como pasan muchas cosas en la vida, a través de un amigo… Pero, si quieres que te sea sincera, lo que me atrajo de la prostitución fue mi fascinación por el sexo. Creo que el sexo puede servirnos para romper los condicionamientos mentales que nos impone la sociedad. Al liberarnos de nuestras represiones somos capaces de ser más libres y más felices. En la prostitución encontré una manera de aprender sobre el sexo, viendo cómo son los clientes, lo que buscan, lo que los satisface, y hablando con las mujeres que tienen mayor experiencia en esas materias.
De pie en medio de la asamblea, con el pelo aún desordenado por el viento, hablando con convicción y con calma, Cecilia irradiaba un poder irresistible. Laura recordó como le temblaba la voz a ella la vez que se enfrentó a esta misma asamblea y se sintió tremendamente orgullosa de ella. No fue la única en notarlo. Martina se inclinó hacia ella y le dijo:
-¡Guau! ¡Tu chica es increíble, princesa!
El tono de la reunión había cambiado drásticamente. Ahora todas guardaban un silencio reverencial, quizás porque lo que les había dicho Cecilia las había hecho pensar, o quizás porque no atrevían a contradecir su lógica y su experiencia. Sin embargo, Josefa señaló al final de la sala:
-Sí, allí al final… Cristina tiene la palabra.
Cecilia retomó su asiento. Cristina era ahora quien se puso en pie para hablar.
-La compañera nos ha dado buenos argumentos y no cabe duda de su experiencia en ese terreno. Me parece particularmente interesante lo que ha dicho al final: que el sexo es la llave para nuestra libertad y nuestra felicidad. Yo estoy de acuerdo, pero pienso que precisamente por eso debemos aborrecer la prostitución. Como mujeres, sabemos que el sexo está intrínsecamente unido a nuestras emociones. Es la llave de nuestra intimidad, nos abre el corazón y nos vuelve vulnerables. Precisamente por eso, sólo debemos hacer el amor con alguien a quien queremos y que nos corresponda en ese amor. Cuando una mujer intercambia sexo por dinero, esa capacidad de abrirse al amor, de hacerse vulnerable, queda dañada. De ahí viene ese sentimiento de suciedad, de indiferencia hacia todo, que irradian las prostitutas. Cuando un hombre paga por poseer a una mujer, sabe que está comprando algo más que sexo, está apoderándose de algo esencial para ella… Y echándolo a perder para siempre.
¡Claro! Por eso había dejado hablar a Cecilia. Cristina era veterana de cien asambleas. Contaba con dejar en ridículo a Cecilia y por extensión a ella. De hecho, su facilidad de palabra, su indudable cultura, habían sido las cosas que más le habían atraído de Cristina. Pero también sabía lo competitiva que era. Cristina no soportaba ver que salía con una mujer que, encima de ser guapa y sexy, era capaz de meterse en el bolsillo a toda la asamblea con su inteligencia y su oratoria. A la fuerza tenía que ganarle esa partida a Cecilia.
Pero Cecilia no se dejó arredrar. Levantó la mano y cuando le dieron la palabra volvió a ponerse en pie. Todas la miraron expectantes.
-Cristina nos ha mostrado una visión del sexo que en realidad no es muy distinta de la que nos ofrece la Iglesia y el puritanismo. La Iglesia nos dice que debemos mantener puro nuestro cuerpo porque es el templo del Espíritu Santo… y patrañas similares. Los puritanos de la era victoriana pensaban que las mujeres debíamos ser seres angelicales, maternales y protectores, ajenos al deseo que ensucia el corazón de los hombres… Otra patraña que condenó a mucha mujeres a vidas de frustración sexual. Sí, el sexo es capaz de abrirnos el corazón al amor, pero sólo si nosotras queremos. El sexo es infinitamente variado y complejo, todo un arco iris de posibilidades. Puede ser tierno o salvaje, íntimo o distante, superficial o profundo. Por eso, no creo que cuando una prostituta otorga sexo a cambio de dinero pierda algo más que unos pocos minutos de su vida. El sexo no la daña, no la ensucia, no la hace perder nada esencial. Es simplemente follar un ratito y luego se acabó. Creo que no hace falta ser puta para haber experimentado eso, ¿no? Todas hemos echado alguna vez un polvo intrascendente y no creo que eso nos haya hecho ningún daño. Todas las putas que conozco tienen pareja. Entienden que follar con un cliente y con su pareja son dos cosas distintas. No sé si estaréis de acuerdo conmigo en todo esto, pero hay una cosa que sí os pido: por favor, no depreciéis a las prostitutas. Son mujeres como cualquiera de nosotras, que se merecen nuestro respeto, que no las tratemos como personas sucias o dañadas… Ni con condescendencia y paternalismo, como si fuéramos superiores a ellas.
Cecilia se sentó. Josefa volvió a señalar al fondo de la sala. Para su sorpresa, vio que quien se había puesto de pie para hablar no era Cristina, sino Lola, la chica que la acompañaba.
-Le estoy muy agradecida a Cecilia por haber dicho eso que ha dicho al final -dijo con la voz quebrada de una mujer asustada-, porque si no hubiera dicho eso yo no me hubiera atrevido a contaros lo que os voy a contar ahora… Me casé con un hombre que me trató muy mal. Nunca me pegó, es verdad, pero lo que me hacía era peor… No paraba de criticarme, de meterse conmigo, de decirme que no servía para nada. Al casarnos nos fuimos de Sevilla y nos vinimos a vivir a Madrid, con lo que yo perdí el contacto con toda mi familia y con mis amigas. También dejé mi trabajo. Al principio todo eso me pareció bien… no me di cuenta de que al volverme económicamente dependiente de él le daba el poder de controlarlo todo en mi vida. Por ejemplo, muchas veces le pedí dinero para comprarme un billete de tren para ir a Sevilla a ver a los míos, pero no me lo quiso dar. Tampoco le gustaba nada que saliera de casa, se ponía muy celoso. Allí metida en ese piso, sin nada que hacer salvo limpiar y ver la tele, empecé a deprimirme. Me acabé creyendo todo lo que me decía, que no valía para nada, que ese tipo de vida era todo a lo que yo podía aspirar.
-Lola, cariño -la interrumpió Cristina-. Te estás saliendo del tema. No creo que a las demás les interese conocer los detalles de tu vida privada.
-Es verdad, compañera -añadió Josefa-. Estábamos hablando de la prostitución. Todo eso nos lo tenías que haber contado antes, cuando hablábamos sobre la violencia doméstica.
-¡Déjala, Josefa! -se plantó Mercedes-. Lola nos estaba contando algo tremendamente importante para ella. ¿Cómo vamos a luchar contra la violencia doméstica si nosotras mismas silenciamos a sus víctimas? Síguenos contando, Lola…
Martina dio tres sonoras palmadas de aprobación.
-Es que… Es que sí que tiene que ver con la prostitución -sollozó Lola-, porque a eso fue a lo que llegué al final.
-¡Lola! -exclamó Cristina-. ¡Cómo se te ocurre contarles eso!
-¡Joder, Cristina! -dijo Martina-. ¿Quieres dejarla hablar de una puñetera vez?
-Es verdad. Espérate a que acabe, y luego te doy a ti la palabra -le dijo Mercedes.
Laura sintió vergüenza ajena por Cristina. Lola le acababa de hacer lo que ella había temido que le hiciera Cecilia.
Lola dirigió una mirada temerosa a Cristina, pero luego se enderezó y siguió hablando.
-Sí, al final llegué a la prostitución, y eso fue lo que me salvó. Yo estaba muy, muy mal, tan deprimida que no conseguía salir de la cama… A veces incluso pensaba en matarme. Un día de los que no podía levantarme mi marido me echó una de sus broncas. Me insultó, como siempre, pero esa fue la primera vez que me llamó puta. No sé cómo, pero eso me hizo reaccionar. Pensé: “Conque puta, ¿eh? ¡Pues ahora te vas a enterar!” Me fui de casa y… y me puse a trabajar en una barra americana de esas… No es que estuviera bien, pero fue mejor de lo que yo me esperaba. Ganaba más dinero del que necesitaba para vivir y, sin los insultos de mi marido, enseguida se me pasó la depresión. Al cabo de unos meses, con mis ahorrillos, mi buena ropa y mi piso de alquiler, conseguí encontrar un trabajo de contable, que era lo que hacía antes. Así que dejé la barra americana… ¡Y aquí estoy! Bueno, os he contado mi historia para que os deis cuenta de que algunas mujeres se hacen putas no porque sean drogadictas, ni porque las obligue su chulo o una mafia, sino simplemente porque así consiguen salir adelante.
Se volvió a producir un profundo silencio.
-Cristina, tienes la palabra- dijo Josefa.
Pero Cristina había enterrado la cara entre las manos. Sacudió la cabeza, negándose a contestar.
-Bueno, después de ese testimonio tan impresionante, creo que lo mejor será dar por terminada la asamblea -dijo Mercedes-. Creo que todas necesitamos reflexionar sobre lo que hemos oído.
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