Pasaje de mi novela Juegos de amor y dolor
España, 1977. Dos años después de la muerte de Franco, España empieza la transición a la democracia. Cecilia, su novio Julio y Lorenzo almuerzan después de escalar en La Pedriza, en la sierra al norte de Madrid. Cecilia y Julio son estudiantes universitarios. Lorenzo es mecánico y miembro del Partido Comunista de España. La "guerra" que mencionan es la Guerra Civil Española, 1936-1939. "Carrillo" es Santiago Carrillo, líder del Partido Comunista Español en ese momento.
No corría nada de viento y empezaba a notarse el calor. Las superficies de granito que les rodeaban reflejaban y concentraban los rayos del sol. Los insectos zumbaban a su alrededor.
Julio se desabrochó la camisa y se la quitó.
-¡Ay, yo también quiero! -le dijo con una sonrisa-. No vendrá nadie, ¿no?
-No, pero aquí al colega igual le da un infarto. Ten en cuenta que no está acostumbrado a ver tías en sujetador -bromeó Julio.
-¡Tonto! ¿No ves que ya me ha visto? Estaba en la fiesta cuando hice el striptease. “Que vean los humanos lo que se han de comer los gusanos” -citó.
Se quitó la camisa y también el sujetador. Lorenzo se concentró en encender un cigarrillo, ignorándola, pero luego le clavó los ojos en las tetas descaradamente mientras tomaba una profunda calada. Julio también la miraba. La halagaba ser el foco de atención de los dos chicos. Además, el frescor del aire y el calorcito de los rayos del sol despertaban sensaciones exquisitas en la piel desnuda de sus pechos.
Julio se levantó y se sentó a su lado. De forma casual, le pasó el brazo sobre el hombro y se puso a acariciarle una teta. Sintió el pezón endurecerse y erguirse bajo sus dedos.
-¿Qué? ¿A que tiene unas tetas bonitas? -le preguntó a Lorenzo.
Lorenzo se limitó a exhalar una larga columna de humo. Sin embargo, a juzgar por el bulto que le crecía bajo los vaqueros, la respuesta debía ser afirmativa.
-¡Desde luego tíos, yo flipo con vosotros! -dijo finalmente-. Tu chica aprovecha la menor ocasión para despelotarse, y encima tú la animas.
-¿Acaso hay algo de malo en que me desnude? -dijo, algo dolida por su crítica.
-No sé, tía. A mí mi madre me enseñó a respetar a las mujeres.
-¿Y qué tiene que ver la desnudez con el respeto? ¡Ah, ya veo! Tú piensas como la tipa esa que vino a darme la vara cuando hice el striptease: que si una mujer se desnuda en público eso significa que está siendo explotada por los hombres. ¿Es eso, no?
-Pues un poco sí, ¿no? Porque no me vengas con que te has quedado en tetas para tomar el sol, que no me lo creo. Lo has hecho para que te veamos Julio y yo.
-¿Y eso es explotación? A lo mejor a mí me gusta que me miréis.
Eso pareció sorprenderlo.
-¿Y por qué te iba a gustar?
-Pues porque me da buen rollo. Porque así os hago un regalo, y me hace sentirme bonita y poderosa.
-¿Poderosa? ¿Por qué? ¿Porque así le das celos a Julio y consigues que te quiera más?
-¡Pero qué dices! Ni quiero poner celoso a Julio, ni él me va a querer más por estarlo. Los celos son un mal rollo. Y tú mismo has dicho que él es el que me anima a desnudarme, ¿no? Mira, Lorenzo, por muy del PC que seas, no te enteras de nada. Lo que queremos Julio y yo es liberarnos sexualmente, quitarnos toda la represión de encima. Hacemos la revolución erótica.
-¿La revolución erótica? ¡No me toques los huevos, tía! Mira, vale, una cosa es que os guste follar, eso lo entiendo… Pero que os creáis que así estáis haciendo la revolución me parece una completa gilipollez.
-¡Pues claro que sí! Es una revolución que se hace por dentro, liberando la mente de los esquemas y las represiones que nos han inculcado.
-Es verdad, Lorenzo -Julio se decidió por fin a meter baza-, la revolución no se hace sólo a base de manifestaciones y cócteles Molotov. Lo más importante es cambiar la mentalidad de la gente, fomentar un espíritu de rebelión contra el sistema.
-¡No, si ahora va a resultar que sois anarquistas!
-Ya sabes que no, te he dicho muchas veces que soy socialista. ¡Joder, Lorenzo, si es que a veces los del PC sois más puritanos que los curas! Cecilia tiene razón: el sexo ayuda a liberarse por dentro, y eso es una forma de revolución.
-¡Pero qué coño sabéis vosotros de la revolución! Si sólo sois un par de burgueses, disfrutando de los privilegios de vuestra clase, viviendo en buenas casas, yendo a la universidad y pasándooslo de puta madre. ¡A vosotros no os interesa hacer la revolución, para vosotros las cosas están bien como están!
Cecilia abrió la boca para responderle, sin saber muy bien lo que iba a decir, sólo que la irritaba enormemente que Lorenzo los atacara tan injustamente. ¡Y ella que pensaba que le hacía un favor enseñándole las tetas!
-¡No te pases, tronco! Pues claro que no nos gustan las cosas como están -dijo Julio en su voz calma de siempre-. Porque lo que está mal no es sólo la injusta repartición de la riqueza, sino la opresión, la falta de libertad, y eso nos afecta a todos. Y tampoco es que Cecilia y yo vivamos tan de puta madre, sobre todo ella. ¿Tú sabes lo puteada que la tienen en su casa? Su padre y su hermano son unos fachas de mucho cuidado. La hostian cada dos por tres, no la apoyan para que haga la carrera y encima ahora le han quitado la paga. Por eso se tiene que ganar las pelas currando de camarera en un bar.
-¡Joder, no lo sabía! -dijo Lorenzo, contrito-. ¡Pues entonces, dabuti! ¡Eres una currelante, como yo! Perdona tía, es que a veces se me cruzan los cables y me pongo a lanzar un mitin que no viene a cuento.
Cecilia le sonrió, satisfecha de lo bien que la había sabido defender Julio.
-No pasa nada… -le dijo.
Pero ahora era Julio el que se había embalado y no iba a parar tan fácilmente.
-A Cecilia la metieron con los del Opus desde que era una cría. ¡No veas la comedura de tarro que tenía encima cuando la conocí! Pero es una tía tan inteligente que salió de ese embrollo ella solita. Por eso, cuando te habla de revolución, te habla de liberación interior, porque así es como lo ha vivido ella. Y el sexo ha sido muy importante en ese proceso. Por ejemplo, tú pensarás que el striptease que hizo aquella noche no era más que un acto de frivolidad, pero no te puedes imaginar lo que la cambió, la cantidad de cadenas que rompió haciéndolo. Cuando Cecilia te habla de revolución erótica, te habla de un compromiso muy serio en su vida, que le ha costado cantidad de sacrificios. No es simplemente follar conmigo.
-Vale, lo que quieras tío. Pero explícame cómo esa revolución erótica vuestra va a conseguir salarios más justos, seguridad en el trabajo, que no despidan a los trabajadores a las primeras de cambio.
-Pues sí que sirve también para eso -dijo ella, encontrando al fin su turno-, porque a la gente la controlan desde adentro, impidiéndoles pensar libremente a base de religión. Si no, ¿por qué te crees que los conservadores defienden tanto la religión? Liberarse sexualmente es la prueba de fuego de que ya no te dominan los sentimientos de culpa y la vergüenza, de que has vencido a la represión. Cuando la gente se siente libre por dentro es cuando es capaz de actuar sin cortapisas para cambiar la sociedad.
-¡Muy bien, Cecilia! ¡Vaya mitin que te has largado! -se rio Julio.
-No sé, tía, a mí me sigue pareciendo un razonamiento muy traído por los pelos -se resistió Lorenzo-. Tampoco hace falta montar tanta movida para poder pensar libremente.
-Ya, tú te crees que no, tronco, pero sigues estando muy reprimido -dijo Julio-. Ya verás como se te abren los ojos cuando te tires a una tía.
-Joder, tú también te podías callar algunas cosas -dijo Lorenzo, molesto.
-¡Si es que eres un bocazas, Julio! -le reprochó ella-. ¿Qué pasa, Lorenzo, que aún eres virgen?
-¡Pues sí! ¿Qué pasa, que os creéis que sois muy progres porque folláis? ¡Qué mayores!
-¡Venga Lorenzo, no te mosquees! Es lo que le pasa a Julio, que no tiene ni idea de lo que es la intimidad de la gente.
-No es sólo Julio, sois los dos, que lleváis todo el rato vacilándome con vuestra puñetera revolución erótica. Pues no, aún no he podido estrenarme, porque acabo de pasarme dos años en la mili sin un puto duro, y así, como comprenderéis, no hay quien se ligue a una tía. Y antes de eso las pasé canutas para acabar el bachillerato, currando por las noches y aguantando las borracheras de mi padre.
-Perdona, macho -le dijo Julio-. No tienes que defenderte de nada. Sólo queríamos explicarte lo que nos traemos entre nosotros, no criticarte a ti. Ya sé que has llevado una vida muy dura, y te admiro mucho por ello, de verdad.
-Es verdad, Lorenzo, perdona.
-Bueno, yo también me he pasado un poco.
-¿A qué edad empezaste a trabajar? -le preguntó ella-. Si no te importa contármelo, vamos.
-A los catorce años empecé a currar en una tienda. Mi padre se quedó sin trabajo, y mi madre llevaba ya dos años en chirona.
-¿Estaba en la cárcel? ¿Por qué?
-La pillaron repartiendo Mundo Obrero. ¿Ves? ¡Eso sí que es hacer la revolución!
-¡Desde luego! -admitió Julio con tristeza-. Lo siento tío. Ya la habrán soltado, ¿no?
-Sí, hace ya varios años. Ahora vive en Bilbao.
-Mi madre lo pasó muy mal durante la guerra -dijo Cecilia, pensativa-. A su padre, mi abuelo, lo mataron los rojos en Madrid. Bueno, perdona Lorenzo, no quería compararlo con lo de tu madre. Es sólo que me lo has recordado.
Julio la miró, intrigado.
-Eso no me lo habías contado. ¿Por qué lo mataron?
-Lo único que sé es lo que me han contado mis padres, lo que como comprenderás tampoco es muy de fiar. Por lo visto, mis abuelos tenían bastante dinero y un piso grande en la calle Alcalá, cerca de Goya. Unos revolucionarios querían hacerse con el piso, así que aprovecharon cualquier pretexto para “darle el paseo”, como solían decir. Mi madre tenía quince años. Afortunadamente, no estaba en la casa cuando pasó.
-Es una pena que los nuestros cometieran esas barbaridades -dijo Lorenzo-. Cuando se lucha usando la violencia siempre ganan los más violentos. Hacer la revolución suena muy romántico, pero la realidad es muy distinta.
-A no ser que se trate de una revolución no-violenta -apuntó Julio-, que se base en cambiar la forma de pensar de la gente.
-Que en definitiva es lo mismo que el reformismo -dijo Lorenzo-. O sea, lo que dice Carrillo: pactar, seguir la vía democrática.
-Si es que de verdad nos dejan seguir ese camino, lo que está por ver -dijo Julio gravemente.
Se quedaron callados un rato, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. Finalmente, Julio cogió su camisa y se la puso.
-Bueno, será mejor que nos movamos, si queremos aprovechar el resto del día.
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