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Hermes Solenzol

La secretaria que se ganó una azotaina

Actualizado: 22 sept 2023

Escena de spanking de mi nueva novela El rojo, el facha y el golpe de estado.

dominant man slaps a submissive girl in underwear
Shutterstock foto 1839036169, por alexkoral

Luis fue a apoyarse en el escritorio, acariciándose el mentón.

¿Cómo podía haberle hecho eso Nina? ¿Acaso no se daba cuenta de que darle esa información al Gavilán le daba poder sobre ellos?

Pero sin duda era eso lo que buscaba el Gavilán. Dividirlos. Quitarle una aliada. Como antes le había quitado a Jorge, su chófer y guardaespaldas.

Había que aclarar esa situación inmediatamente. Llamó a Nina al despacho.

Nina entró con expresión preocupada.

-Cierre la puerta, Nina, por favor.

Nina lo miró sorprendida. No había nadie más que ellos en la oficina. De todas formas, cerró la puerta.

-Usted dirá, don Luis.

-El Gavilán me acaba de decir que usted le ha dicho que follamos.

Nina bajó la mirada y se retorció las manos.

-¿Es cierto? ¿Le ha dicho usted eso? -insistió.

-Bueno, yo no se lo dije -dijo ella sin levantar la mirada-. Él me lo sacó.

-¿Cómo que se lo sacó?

-Él… me preguntó si lo hacíamos. Como no le contesté, dedujo que sí. Luego no me atreví a negárselo.

-Nina, sé perfectamente que es usted capaz de mentir con absoluto desparpajo. Por eso la contraté, ¿recuerda?

-Sí, ya lo sé… Pero no al Gavilán… Me da demasiado miedo.

-¿Cómo que le da miedo?

Nina lo miró a los ojos.

-Es un tipo muy peligroso. ¡Usted lo sabe perfectamente, don Luis! A mí me descoloca por completo. Por eso no fui capaz de mentirle.

-¡Esto es muy serio Nina! La primera vez que lo hicimos, aquella noche en Sasamón, le dije claramente que nadie debía saberlo. ¡Ahora, sabe dios a quién más se lo contará el Gavilán! Y eso nos pone en peligro. A los dos. Usted ya sabe que éste es un trabajo arriesgado. Pensé que era usted más valiente.

-¡No se trata de ser valiente, don Luis! Se trata de ser prudente. Sé que si le cuento todo lo que hace el Gavilán, usted se enfrentará a él. ¡Y eso sí que nos pondría en peligro a los dos!

-¿Cómo que lo que hace el Gavilán? ¿Acaso le ha hecho algo?

Nina volvió a bajar la mirada.

-¡Respóndame, Nina! ¿Le ha hecho algo el Gavilán? ¿Le ha metido mano?

Nina lo miró, ceñuda.

-¡Sí, me ha estado metiendo mano! Eso es lo que estaba haciendo cuando me preguntó si usted me follaba… Y cuando te preguntan algo con la mano dentro de las bragas, a una le resulta difícil mentir.

Luis se pasó la mano por el pelo, luchando contra la indignación que le producía la imagen que Nina le acababa de sugerir.

¡Menuda zorra está hecha! dijo la voz de su padre.

-¡Yo no quería, don Luis! Siempre le dije que parara, incluso lo aparté a empujones. ¡Se lo juro! Pero él me acorralaba y me sujetaba las manos. Es más fuerte que yo, y yo no podía hacer nada.

-¡Claro que podía hacer algo! Podía haber dado una voz, y yo hubiera salido de mi despacho y puesto fin a ese atropello.

-¿Sí? ¿Y entonces qué hubiera pasado? Usted peleándose con el Gavilán, con sus pobres piernas ortopédicas. Y, encima, seguro que va armado. Por eso no grité, don Luis, para protegerle a usted. Porque sé cómo es, conozco su coraje. Sé que no hubiera podido contenerse.

Luis se la quedó mirando. La voz de Nina sonaba compungida, reflejando la angustia que debía haber sentido todo ese tiempo. A saber cuándo el Gavilán había empezado con sus tropelías. Pero su compasión por ella luchaba contra la humillación que contenían sus palabras. “Sus pobres piernas ortopédicas.”

Él no era hombre suficiente para protegerla.

Y eso que lo había visto venir. De hecho, le había preguntado varias veces si estaba bien. Y ella le había dicho que no pasaba nada.

Le había mentido.

-Yo le pregunté varias veces si pasaba algo, Nina. Y usted me dijo que no. Usted me mintió.

Los dos se quedaron mirándose en silencio, sopesando el peso de esa acusación.

-No, no le mentí. Es solo que… no se lo quise contar. Ya le he explicado por qué. Era para protegerlo… Porque sé cómo son los hombres. Lo en serio que se toman estas cosas… Y, total, a mí tampoco me importaba tanto que me tocara.

¡Menuda zorra! volvió a decir la voz de su padre.

-¡Sí que me mintió, Nina! Yo le pregunté abiertamente si pasaba algo, y usted me dijo que no. ¿Acaso tengo que recordarle nuestro acuerdo? ¿Lo que le dije cuando la contraté? ¿La promesa que nos hicimos en la cama? Todo eso fue muy importante para mí. Ahora veo que no lo fue para usted.

Nina se le acercó, los puños cerrados, lágrimas en los ojos.

-¡Claro que lo fue! ¡Fue la promesa más importante que he hecho en mi vida! Yo pensaba que no la había roto, pero ahora veo que sí… Lo hice sin darme cuenta.

¡Qué estupidez! dijo la voz de su padre.

-¡“Sin darme cuenta”! ¿Miente usted sin darse cuenta?

Nina llegó junto a él. Tímidamente, alargó las manos hacia su pecho. Él le agarró las muñecas.

-¡Ya lo sé! ¡Soy una estúpida! ¡Me miento hasta a mí misma! Debí darme cuenta de lo que hacía… ¡Perdóneme, por favor! No soporto la idea de que haya usted perdido su confianza en mí.

La cólera que le despertaba el ultraje que le había hecho el Gavilán, la mentira de Nina y su propia desvalidez luchaba contra la comprensión por lo que había debido pasar Nina. Intentó apaciguar la oleada de ira, esforzándose por pensar y hablar de forma racional.

-Lo que quiero, Nina -dijo sacudiéndola ligeramente por los brazos-, es que comprenda que usted no tiene derecho a tomar decisiones por mí. No necesito que me proteja del Gavilán, ni de mi propia ira. No seré tan fuerte como él, pero sí que soy más listo. Y, desde que perdí mis piernas, tengo mucho más autocontrol. No tiene usted derecho a ocultarme nada. Por eso es mi secretaria; no sólo para guardar mis secretos, sino para no tener secretos para mí. Porque mi poder se basa en tener información fidedigna. Creí que éramos un equipo en eso, que usted me iba a ayudar. Pero me ha fallado.

Nina soltó una de sus manos y se secó las lágrimas con los nudillos, dejando un churrete de rímel en su sien.

-Sí, ahora lo entiendo, don Luis. Lo ha explicado usted la mar de bien. Debería haberlo entendido antes, ya lo sé. Debo de ser muy estúpida.

-No es usted nada estúpida, Nina. Eso es lo que me hace más difícil perdonarla.

Nina dejó caer la cabeza.

-Siento mucho no haber sabido cumplir mi promesa, don Luis -murmuró-. Supongo que usted sí que cumplirá la suya.

La idea le había estado rondando la cabeza, pero pensó que no era más que una peligrosa fantasía. La vida le había ensañado en varias ocasiones que pegarle a una mujer era una forma segura de volverla contra él.

-Ya… la azotaina.

-Si eso consigue que usted me perdone… -dijo ella sin levantar la mirada del suelo.

-Sí que lo conseguiría…

-Pues entonces, adelante.

Le puso dos dedos bajo el mentón para obligarla a mirarlo.

-No quiero que usted se quede resentida contra mí.

-¿Resentida? ¡Al contrario! Aliviada, si es que consigo recuperar su confianza.

Los ojos de Nina le dijeron lo que sentía mejor que sus palabras.

-Muy bien. Entonces arrodíllese en el sofá -dijo soltándola.

Nina volvió a mirar al suelo y no se movió.

-¿Qué pasa? ¿No me ha oído?

-Sí que le he oído, don Luis. ¡Creo que voy a morirme de vergüenza!

-¿De eso se trata, no? De que pague usted por sus culpas para que luego pueda yo perdonarla.

-Es que… No soporto la idea de que vaya usted a castigarme. Y lo más humillante de todo es que sé perfectamente que me merezco ese castigo… ¡y mucho más!

Se acercó a ella y le volvió a coger el mentón para mirarla a los ojos.

-Quizás saber que se merece usted una azotaina sea castigo suficiente.

-¡No diga usted tonterías, don Luis! ¿Cómo va a ser castigo suficiente? Si me deja usted irme de rositas, nunca podré estar segura de que me ha perdonado.

-No puedo arriesgarme a perderla, Nina. Se ha vuelto usted una pieza imprescindible en mi trabajo. Por eso el Gavilán ha hecho todo esto. Por eso me contó lo que usted le dijo. Quiere enfrentarnos y ponerla a usted bajo su control. Como hizo con Jorge.

-¡Claro! Ahora lo entiendo. Es usted muy listo, don Luis. Está clarísimo que ese es el plan del Gavilán para controlarnos. Pero no le vamos a dejar salirse con la suya, ¿verdad?

Nina le acarició la mano con la que le sujetaba el mentón. La vio mirarlo de una forma que había aprendido a reconocer. Nina había desarrollado una curiosa habilidad para saber cuando debía ofrecerle un polvo o una mamada. De la misma forma, ahora sabía que tenía otros motivos para querer darle una azotaina, aparte de castigarla.

-Por supuesto que no. Por eso le voy a poner el culo como un tomate, Nina. Y a usted le va a dar vergüenza y le va a doler. Porque será un castigo de verdad.

¡Qué estupidez! dijo la voz de su padre.

-Eso mismo es lo que yo iba a decirle, don Luis. Que estoy dispuesta a sufrir ese castigo si con eso consigo que usted vuelva a confiar en mí.

-Entonces, vaya a arrodillarse en el sofá.

Esta vez, Nina lo obedeció de inmediato. Se quitó los zapatos y se encaramó al sofá.

-¿Aquí?

-Un poco más a la izquierda.

Temblando de anticipación, Luis se sentó en el sofá a la derecha de Nina. La obligó a tenderse bocabajo sobre su regazo. Nina escondió la cara entre las manos, pegándola al asiento del sofá.

Luis se puso a pegarle sobre la falda. Al cabo de un rato, Nina levantó la cabeza.

-Tengo la obligación de no ocultarle nada, jefe. Por eso, debo decirle que esto está siendo un castigo más simbólico que otra cosa.

-Ya lo sé… Los azotes sobre la falda no duelen. Así que levántesela.

-Sé que me voy a arrepentir de habérselo dicho. Pero era mi obligación.

Nina tiró de su falda marrón hasta dejársela apilada en la cintura. Llevaba unas bragas de encaje negro que le dejaban al descubierto la parte inferior del pompis.

Bragas de zorra, dijo la voz de su padre.

Se puso a azotarla con brío en la piel que las bragas dejaban expuesta.

-¿Qué? Ahora el castigo ya no es tan simbólico, ¿no?

-No, don Luis… Ahora los azotes sí que pican.

-Pues esto no ha hecho más que empezar. Se merece usted una buena paliza… por haberme traicionado… por haberme mentido… por haberme defraudado -dijo acompasando sus palabras con sonoros cachetes.

-¡Ay, don Luis! ¡No me diga usted eso, que bastante vergüenza estoy pasando!

-¡Pues más vergüenza debería darle! ¡Ande, bájese las bragas! Se merece ser azotada con el culo al aire.

-Total, ya me lo ha visto usted un montón de veces -dijo Nina, tironeando de sus bragas hasta que las tuvo a medio muslo.

Pero el culo de Nina en pompa sobre sus muñones, con el color sonrosado que le habían dejano los azotes, era lo más voluptuoso que había visto nunca.

“Sus pobres piernas ortopédicas”, volvió a oírla decir. Se imaginó las manos del Gavilán dentro de sus bragas, despertando su placer y sometiéndola a su control. Más que los celos, lo abrumaron la impotencia, la posesividad y la frustración. De alguna forma, la rabia compaginaba perfectamente con el placer que le producía verla indefensa y expuesta sobre su regazo, llevándolo a azotar con más brío en ese culo sensual. Quería dejarle a Nina un recuerdo imborrable de ese castigo. Quería que aprendiera a temer su potencia varonil. Y a no compadecerse nunca más de sus pobres piernas ortopédicas.

Con su pompis ya de un rojo encendido, Nina empezó a dar muestras de que el dolor empezaba a hacer mella en ella, soltando grititos y quejidos, dando pataditas, crispando las nalgas y los dedos de los pies. Pero eso no hacía sino endurecerle más la polla y aumentar su frenesí.

Se percató de que ella había dejado de agitarse. Había enterrado el rostro en las manos y yacía inerte en su regazo, sacudiéndose apenas con cada cachete. Lo invadió el temor de haber ido demasiado lejos, de haber cruzado la raya que la volvería en su contra.

-Muy bien -le dijo-. Creo que ya ha tenido usted bastante.

Tiró de su cadera para hacerla volverse hacia él. El rostro de Nina era un desastre de churretes de rímel y pintalabios. Ella se apresuró a ocultarlo en su hombro, abrazándolo. Sintió en ardor de sus nalgas contra su polla, pero enseguida ella se revolvió para para apoyar la cadera en su regazo, en vez del trasero.

-Perdone… Voy a tener crudo lo de sentarme por una temporada -bromeó ella con lágrimas en la voz.

Luis le acarició el culo enfebrecido, aliviado de que ella no estuviera resentida.

-Ha sido una buena paliza, desde luego… Espero que le sirva de escarmiento.

-No se preocupe, hoy me ha dado usted unas cuantas lecciones que nunca olvidaré. Espero que al menos me perdone.

-¡Claro que la perdono, Nina! Quizás incluso me haya pasado un poco con el castigo.

-No me merecía otra cosa… Pero sí, ha sido doloroso y humillante… Pero ya ha visto que estoy dispuesta a expiar mis faltas y a sufrir por usted. Espero haber vuelto a ganarme su confianza.

-Completamente. Lo pasado, pasado está. Ahora podremos afrontar juntos los problemas.

Nina volvió la cara para mirarlo.

-Perdone que se lo diga, pero creo que usted… se ha emocionado un pelín al castigarme. No he podido evitar darme cuenta. -Nina le pasó la mano por la delantera del pantalón, donde abultaba su verga-. ¿Quiere que se la chupe?

-Ha sido al verle el culo… -dijo azorado-. Ya sabe cómo me pone.

Nina se arrodilló a su lado y se puso a desabrocharle el cinturón y los pantalones.

-Bueno, también debe ser muy excitante darle su merecido a una mequetrefe como yo, ¿no? Y a lo mejor hasta le gusta más mi culito después de ponérmelo como un tomate.

-Eso no lo voy a negar. Me encanta su culo cuando está rojo y calentito.

Nina acabó de abrirle el pantalón. Tiró de los calzoncillos hacia abajo para extraerle la polla. Se la acarició como sólo ella sabía hacerlo, endureciéndola como una piedra.

-¡Y qué mejor manera de acabar mi castigo que hacerlo disfrutar aún más!

Nina se inclinó hacia adelante. Sintió le calor y la humedad de su boca envolverle la polla. Estaba tan excitado que lo haría correrse en un santiamén. Pero eso no era lo que él quería.

La agarró del pelo para obligarla a sacarse su polla de la boca.

-Lo que quiero es sentir ese pompis caliente contra mi vientre mientras me la follo.

¡Qué estupidez! dijo la voz de su padre.

Nina soltó una risita.

-Eso estaría bien, ¿verdad? Lo malo es que yo también disfrutaría con eso… Y ya no sería un castigo.

-El castigo ya lo he dado por terminado. Lo que deberíamos hacer ahora es volver a sellar nuestro pacto de lealtad. Como la primera vez.

Nina se enderezó y lo besó en los labios.

-Gracias, jefe… Porque la verdad es que la azotaina me ha dejado muy mojada. ¿Ve? -dijo guiando su mano a su coño-. No me lo explico, porque me dolió un montón. Pero me gustó que no vacilara en darme mi merecido… Pude sentir su hombría en cada azote que me daba. Y sentirlo restregar mi culo dolorido mientras me folla será un colofón perfecto para la azotaina.

Luis consideró las posibilidades. Quería follarla por detrás, pero no le era posible arrodillarse con sus piernas ortopédicas.

-Mueva usted la mesita para hacer sitio sobre la alfombra. Pero, primero, desnúdese.

Nina saltó de su regazo. Se acabó de bajar las bragas. Luego se quitó la falda, la camisa y el sujetador.

Cuando terminó de apartar la mesita de café, Nina se arrodilló frente a él. Le quitó los zapatos y luego lo ayudó a bajarse los pantalones y los calzoncillos.

Luis se deslizó hasta el suelo. Nina le puso un condón y se tendió en la alfombra junto a él. La agarró por los hombros para hacerla girarse y darle la espalda, cogiéndola por las caderas para pegarla contra sí. Su pompis le calentó le vientre como una estufa.

-Métasela, Nina.

-¡Siempre lo tengo que hacer yo todo! ¡Súbase la falda, Nina! ¡Bájese las bragas, Nina! ¡Desnúdese, Nina! ¡Métase mi polla, Nina!

-Porque está usted a mi servicio -dijo dándole un azote en el lateral del culo.

-¡Ah, claro! Se me había olvidado.

Nina se apartó de él para cogerle la verga. Contoneándose un poco, acertó a encajarla en su abertura. Con un empellón, Luis la penetró hasta el fondo.

-¡Joder! -gritó Nina-. ¡Cómo me arde el culo!

Un par de embestidas más la llevaron al orgasmo más escandaloso que la había visto tener nunca. Él tampoco pudo aguantar mucho más. Se corrió dentro de ella, notando el exquisito calor de su trasero.

La culpa lo asaltó en cuanto dejó de eyacular.

Nina le había sido leal desde el principio. El Gavilán la había sometido a las peores indignidades, pero ella no se había quejado para no causarle problemas. Y, como toda recompensa, él le había dado una soberana paliza.

Y todo porque a él se la ponía dura pegarle a las mujeres.

Era indigno de él ser así. Era injusto tratar a Nina de esa manera.

-¡Menudo polvazo! -exclamó Nina-. Jefe, la próxima vez que me castigue, no debe dejar que me corra.

-¿Qué próxima vez? Pensaba que ya no tendría que volver a castigarla. ¿O es que ya está planeando volver a mentirme?

Nina se dio la vuelta y le acarició la mejilla.

-Claro que no jefe. Le voy a ser leal… siempre. Pero una es humana y es inevitable cometer errores. Es bueno saber que puedo conseguir su perdón sufriendo un castigo. Y, de paso, proporcionarle a usted un poco de diversión.

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