La vergüenza y el orgullo producen una ansiedad que puede ser aliviada por la dominación-sumisión
Aunque el sadomasoquismo puede entenderse por la capacidad del dolor para aumentar el placer y por la felicidad que brinda el subidón de endorfinas, la dominación-sumisión en el BDSM no es tan fácil de explicar.
La respuesta típica a la pregunta de por qué nos gusta someternos o dominar sigue siendo “porque estás enfermo”. Todos los esfuerzos de la comunidad BDSM a duras penas han conseguido sacar al sadomasoquismo de los libros de diagnósticos de psicología.
Los que practicamos el BDSM rechazamos la idea de que el deseo de someterse o dominar proviene de un trauma infantil, pero cuando se nos piden explicaciones alternativas, no tenemos nada que ofrecer.
Los pocos estudios que se han realizado revelan que los que practicamos el BDSM somos más sanos psicológicamente. Pero no sabemos por qué.
¿Erotizamos lo que tememos?
Una posible explicación es que erotizamos lo que nos da miedo.
Por ejemplo, en su podcast The Savage Lovecast, Dan Savage a menudo habla sobre cómo a los hombres homosexuales seguros de sí mismos les gusta que los llamen maricas durante las relaciones sexuales. O cómo a muchas mujeres feministas, que no paran de hablar del poder femenino, les gusta que las dominen en la cama.
Esto tiene su lógica. A fin de cuentas, el miedo libera adrenalina, que es un gran afrodisíaco.
Sin embargo, el problema con esta idea es que nos trae de vuelta al paradigma del trauma. Hubo sucesos en nuestra infancia que nos asustaron y ahora los exorcizamos al reproducirlos en un ambiente controlado: la sesión de dominación-sumisión. Por lo tanto, esta explicación no me parece satisfactoria. A fin de cuentas, la mayoría de las personas sumisas no tienen miedo de someterse. Lo ven como algo sexy y liberador. Y a los dominantes ciertamente no les da miedo lo que hacen.
La vergüenza y el orgullo
Hace unos años, di con una explicación de la dominación-sumisión que la presenta como una respuesta saludable a las presiones normales de la vida. Se basa en dos emociones opuestas que juegan un papel fundamental en nuestras vidas: la vergüenza y el orgullo.
La vergüenza es una de nuestras emociones más poderosas, tan poderosa que puede llevar al suicidio. Todos hemos oído historias de cómo el matonismo o la persecución por ser homosexual puede llevar a los adolescentes al suicidio.
La vergüenza es una emoción que parece ser exclusivamente humana - todavía se debate acaloradamente si los perros sienten vergüenza. Sin embargo, parece estar arraigada en las respuestas fisiológicas. Provoca rubor, que es una respuesta vascular involuntaria, y una postura específica que consiste en dejar caer la cabeza y encoger los hombros. También conduce a la inmovilidad y al retraimiento.
Lo opuesto a la vergüenza, el orgullo, nos hace levantar la cabeza, ser socialmente activos y sentirnos llenos de energía. Es probable que el orgullo active el sistema de recompensa en nuestro cerebro que vincula el área tegmental ventral (VTA) del cuerpo estriado con el núcleo accumbens, liberando dopamina en éste. Es una respuesta similar a la que producen drogas adictivas como la heroína y la cocaína. Nos hace sentir bien y querer repetir el comportamiento que desencadenó esta respuesta.
La lógica evolutiva de la vergüenza y el orgullo
Todo esto viene a demostrar que la vergüenza y el orgullo son parte esencial de la naturaleza humana. Probablemente evolucionaron como indicadores del estatus social. La vergüenza nos advierte que nuestro estatus social ha disminuido, mientras que el orgullo nos dice que nuestro estatus social ha aumentado.
En las tribus en las que vivimos durante cientos de miles de años antes de que se formaran las sociedades modernas, el estatus social era una cuestión de vida o muerte. Un alto estatus social te daba acceso preferencial a comida, vivienda, poder y sexo. Un estatus social bajo podría convertirte en un paria, condenándote a una muerte casi segura si perdías el apoyo de tu tribu.
De acuerdo con la lógica utilizada de la psicología evolutiva, podemos ver por qué esto es así. La mayor ventaja que tenemos los humanos sobre otros animales es nuestra capacidad de cooperar. En una tribu todo se comparte: la comida, la protección contra los depredadores, el cobijo y el cuidado de los niños. Pero esto crea un problema estratégico: cómo evitar a los tramposos. El tipo que se escaquea de la partida de caza. La mujer que se echa una siesta en lugar de recolectar frutas. Los dos adquirirían una ventaja evolutiva porque obtienen la misma cantidad de comida que los que trabajan con menos gasto de energía.
Modelos de ordenador han demostrado que, en una situación así, los genes que codifican estas conductas parásitas se apoderarían de la población en tan solo unas pocas generaciones. Habríamos evolucionado de regreso al tipo de sociedades que tienen los chimpancés, donde no se comparte comida (aparte de los bebés) y hay muy poca cooperación.
Es por eso que los humanos desarrollamos poderosas estrategias para eliminar a los parásitos sociales. Una de ellas es lo que se ha dado en llamar "castigo altruista": el deseo de castigar a personas que vemos que se comportan de manera poco ética, incluso si eso requiere un considerable gasto de mucha energía y no nos beneficia personalmente - de ahí el calificativo "altruista". El castigo altruista se basa en emociones como la indignación y la justicia propia.
Sin embargo, si esta fuera la única forma de eliminar a los tramposos, tendríamos sociedades con muchos conflictos internos. Y, si bien esta estrategia castiga a los tramposos, no recompensa a los que cooperan.
Por lo tanto, las emociones de vergüenza y orgullo evolucionaron como motivadores internos que nos empujan a cooperar. Cuando haces algo contra el bien común, o cuando no cumples con tu deber, la gente que te rodea te hace sentir avergonzado. Por el contrario, cuando logras algo que aumenta el bien común, eres alabado y sientes orgullo.
La culpa es la otra emoción para el control social. Sin embargo, la diferencia clave entre la culpa y la vergüenza es que te sientes culpable cuando haces algo malo, mientras que la vergüenza también proviene de no hacer algo bueno o fracasar al intentarlo. La culpa nos dice “has hecho mal”, mientras que la vergüenza nos dice “no has tenido éxito”.
¿Por qué nos da vergüenza el sexo?
Pero entonces, ¿por qué nos da vergüenza el sexo? ¿Se trata de un problema cultural, impulsado por la religión y las normas sociales?
Pues no del todo. En prácticamente todas las culturas, el sexo se practica en privado. La desnudez (al menos, exponer los genitales) también es un tabú universal.
Si la vergüenza está ligada al estatus social, quizás también lo esté el sexo. Y no solo en humanos, sino también en nuestros primos los primates. En las tropas de chimpancés, cuando una hembra entra en celo, casi todos los machos se aparean con ella, pero es el macho alfa quien decide en qué orden y con qué frecuencia. En algunos monos, aparearse con individuos de alto rango aumenta el estatus social, sin importar si eres macho o hembra. Y en muchas especies de monos, el sexo se usa para afirmar el dominio: los individuos de bajo rango ofrecen sus traseros para apaciguar a los dominantes y evitar así que les peguen. Y no sólo se trata de ofrecer el culo, a menudo son follados. Y luego están las bonobos, famosos por su promiscuidad. Usan el sexo para establecer vínculos sociales y para resolver conflictos. Son pan-sexuales y practican el sexo manual, anal y oral, no solo pene-en-vagina.
Por lo tanto, incluso en nuestros antepasados los primates, el sexo ha sido cooptado de la mera procreación para ser utilizado para crear vínculos y establecer estatus social.
El sexo puede expresar diferentes cosas, no solo amor y vinculación, sino también dominio.
En última instancia, el placer (y a veces el dolor) asociado con el sexo nos hace sentir vulnerables y expuestos. Por eso, ser follado ha adquirido un significado cultural de ser humillado, derrotado y puesto en un rol sumiso. Eso pude ser lo que causa la asociación del sexo con la vergüenza.
La vergüenza y orgullo en la sociedad moderna
Gestionar la vergüenza y el orgullo quizás fue algo sencillo en las tribus de nuestro entorno evolutivo, pero se volvió complicado una vez que tuvo lugar la revolución agrícola, hace 10.000 años.
Antes, si cazabas una buena presa, espantabas al oso o recogías una cesta llena de bayas, podías sentirte orgulloso y disfrutar del aprecio de tus compañeros de tribu. Pero, después de la revolución agrícola, el rango de tus éxitos se amplió considerablemente: podías poseer tierras y animales, podías tener bajo tu mando a trabajadores y soldados. Tu éxito nunca era suficiente para sentirte orgulloso. Siempre había alguien por encima de ti.
Y también aparecieron muchas más ocasiones de fracasar y sentir vergüenza.
En nuestras sociedades industriales modernas, la cosa se ha vuelto aún peor. Desde pequeños se nos enseña a estar orgullosos de nuestros éxitos y avergonzados de nuestros fracasos. "¡El cielo es el límite!" se nos dice, y realmente lo es. ¡Hay tantas cosas en las que podemos tener éxito o fracasar! Leer, matemáticas, deportes, artes, ganar dinero, ser famoso… Interiorizamos estos imperativos culturales para que nadie tenga que repetírnoslo. Somos los jueces más duros de nuestro comportamiento.
Y parece que nuestros fracasos siempre cuentan más que nuestros éxitos. Nunca podemos lograr lo suficiente. Vivimos en un estado de constante ansiedad por conseguir el éxito.
En última instancia, las emociones paralelas de la vergüenza y el orgullo se unen para generar nuestro sentido de valía personal, nuestra autoestima. Con el tiempo, crean una narrativa interna de quiénes somos: nuestro ego. Continuamente de protegerlo apuntalando nuestro orgullo y ocultando nuestra vergüenza.
Esto crea una fuerte tensión psicológica. Nos hace infelices porque nunca somos lo suficiente. Necesitamos seguir una loca carrera para evitar el fracaso y la vergüenza, y conseguir el éxito y el orgullo.
La dominación-sumisión alivia la ansiedad que produce la vergüenza
Es aquí es donde la dominación-sumisión puede ayudarnos proporcionando una salida a esta carrera loca.
La persona sumisa renuncia a su estatus social al asumir el rango más bajo posible. Además, el tener que obedecer elimina la presión de tomar decisiones acertadas. Esa responsabilidad recae ahora en la persona dominante.
Por su lado, la persona dominante adquiere un alto estatus social como un simple regalo de la persona sumisa. No tiene que luchar gran cosa por ello. Además, hacer sesiones como dominante conlleva entrar en un estado de fluidez mental (“flow”) - el llamado “top space” - que nos hace sentirnos en control y ejercer una gran creatividad sin esfuerzo aparente.
El éxito y el fracaso se eliminan de la ecuación. La persona sumisa otorga poder a la persona dominante simplemente porque esto es mutuamente beneficioso.
Todo esto está relacionado con el sexo, ya que, como hemos visto, el sexo es un símbolo poderoso de estatus social. La persona sumisa es utilizada sexualmente por la persona dominante y, paradójicamente, percibe esto como algo liberador porque rompe la tensión psicológica interna creada por la vergüenza y el orgullo.
En sesiones donde se utiliza la humillación, la vergüenza se experimenta como algo positivo, y esto nos libera de su poder.
Además, dado que la represión internalizada es una poderosa barrera para el placer sexual, cuando las restricciones creadas por normas culturales internalizadas son rotas en el intercambio de poder, el placer y el orgasmo se vuelven más fáciles de lograr.
Conclusión
En resumidas cuentas, la dominación-sumisión desata poderosas emociones ancladas en nuestro pasado evolutivo. Esto sirve para desprogramar reacciones que la sociedad nos ha enseñado desde pequeños y que están tan arraigadas que no podemos escapar de ellas aun cuando nos damos cuenta de lo infelices que nos hacen. Por eso que percibimos la sumisión como algo liberador y que nos empodera.
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