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Hermes Solenzol

Switch - cuando un dominante se somete

Actualizado: 28 jul 2023

Retazo de mi novela La tribu de Cecilia

Woman in underwear straddling a handcuffed mano on a bed.
Shutterstock 1355843663

Volviendo del trabajo a casa en el coche, Laura empezó a bromear con él sobre lo que iban a hacer. Cuando Julio le planteó sus objeciones, Laura reaccionó de forma calma, asegurándole que comprendía perfectamente la diferencia entre un juego de dominación y el poder real.

Si hubiera reaccionado con el talante altanero y exigente de la noche anterior, Julio se habría enfrentado a ella y se habría negado a sometérsele, posiblemente para siempre. Pero Laura era lo suficientemente inteligente para darse cuenta de ello.

Cuando llegaron a casa ya estaba todo decidido.

Pero el saber que ya no podía volverse atrás no hizo más que aumentar su ansiedad. Dejó su maletín y su chaqueta en el sofá y se volvió hacia Laura con aire incierto. Ella le puso las manos sobre el pecho.

-¡Tranquilízate, Julio! Déjame hacer a mí, ya verás como al final te lo pasas bien.

Sin embargo, había una traza de ansiedad en sus ojos azules.

-Bueno, pero no te pases, ¿eh? Y ya sabes que si digo “calabaza” tienes que parar enseguida.

Los dedos de Laura se cerraron sobre su camisa, reteniéndolo contra ella.

-Sí, ya lo sé… la dichosa palabra de seguridad. Me parece una buena idea para quitarte los nervios, pero aguanta un poco antes de usarla, ¿vale?

-Lo intentaré…

-¡Venga, Julio! Si va a ser lo mismo que le has hecho miles de veces a Cecilia, sólo que ahora te toca a ti estar debajo.

-Pues para mí es una diferencia bastante fundamental.

-Eres igual de fuerte y testarudo, no veo por qué no ibas a aguantar lo que aguanta ella. De todas formas, yo voy a ser mucho menos severa que tú. Venga, vamos a empezar…

Julio asintió, nervioso. Laura empezó a desabrocharle los botones de la camisa. Su aliento sonaba entrecortado.

-Acaba de desnudarte tú.

Julio se sacó la camisa del pantalón y se puso a desabrocharse el resto de los botones. Laura se sentó en el sofá cruzando las piernas seductoramente, sin dejar de mirarlo un solo momento. Se quitó la camisa y la dejó sobre la mesa. Fue a sentarse en el sofá junto a ella para quitarse los zapatos, pero ella negó con la cabeza.

-No. Quiero que te los quites ahí, de pie frente a mí. Y no te apoyes en la mesa.

Julio se agachó para desatarse los cordones de los zapatos. Luego tuvo que hacer equilibrio sobre un pie y otro para sacarse los calcetines. Los pantalones cayeron al suelo. La miró, interrogante.

-¡Vamos! ¿A qué esperas? Quítatelo todo… los calzoncillos… y el reloj también.

Julio se bajó los calzoncillos. Los cogió junto con el pantalón y los puso sobre la mesa. Se quitó el reloj y lo puso encima de toda su ropa.

Laura se quedó mirándolo apreciativamente, con una sonrisa burlona.

-¡Pero mira que estás bueno, condenado! ¿Qué, se te han quitado ya los nervios? … Porque parece que te vas animando.

Julio siguió su mirada y se dio cuenta de que estaba medio empalmado. ¿Cómo podía ser?

Laura se vino hacia él y le agarró la polla en el puño. Su cuerpo reaccionó completando la erección. Laura acercó su cara a la suya, como si fuera a darle un beso, pero se detuvo a escasos centímetros de sus labios. Olió su aliento dulce mientras ella le decía en una voz grave y sensual:

-Quédate aquí. No te sientes. Voy al cuarto a coger unas cosas. Enseguida vuelvo.

Solo en el salón, Julio se cruzó de brazos. Cambió el peso de un pie al otro. Oyó a Laura abrir cajones en el dormitorio, objetos que caían al suelo, crujir de bolsas de plástico… El abrir y cerrarse de la puerta del baño. El tintineo lejano de Laura haciendo pis. El agua de un grifo corriendo un buen rato. La puerta del baño otra vez. Ruidos más quedos procedentes del dormitorio.

¡“Enseguida vuelvo”, había dicho!

Su erección había desaparecido. Esto empezaba a ser aburrido. Laura debía haber tendido la buena cabeza de prepararlo todo antes de empezar. Era desconsiderado dejarlo así, esperando.

Pasó la vista por el salón hasta fijarse en el tocadiscos. ¿Y si ponía música? Seguramente querría tener música mientras jugaban, ¿no?

Se arrodilló junto al tocadiscos. Le había dicho que no se sentara, pero no que no se arrodillara, ¿no?

De todas formas, iba a ser sólo un momento. Buscando entre los discos dio con The Snow Goose. Lo había oído varias de veces, era música suave y melodiosa, sin letra, muy relajante. Sacó el disco cuidadosamente de su funda, lo puso en el plato y bajó lentamente la aguja al principio de la primera cara.

Se volvió y vio sobresaltado que Laura estaba en pie al lado del sofá, mirándolo con una sonrisa ente burlona y desaprobadora, el ceño fruncido.

Se había puesto zapatos de tacón y medias negras, minifalda de cuero y una blusa verde oscuro lo suficientemente desabotonada para mostrar que no llevaba sujetador debajo. A su lado había una bolsa de plástico.

-Pensé que estaría bien poner música- dijo poniéndose lentamente de pie.

-Y yo pensé que te había dicho que te quedaras de pie frente al sofá.

-No, me dijiste que no me sentara… Y que ibas a venir enseguida. Como tardabas tanto decidí poner música para ir ganando tiempo…

-¡Cállate, Julio! -lo interrumpió ella en un tono que no dejaba lugar a discusión.

Julio tomó consciencia de su desnudez, de lo poderosa que parecía Laura en su ropa sexy. También se dio cuenta de lo estúpidas que habían sonado sus excusas. Había conseguido que se sintiera culpable, como si lo hubiera pillado haciendo algo malo. ¡Y lo único que había hecho era poner un disco!

-¡Ven aquí! -le ordenó ella-. Date la vuelta y no mires.

El tono perentorio de Laura lo irritaba y lo excitaba al mismo tiempo. Su polla se había vuelto a endurecer. Ahora ella lo vería y sabría el efecto que estaba teniendo sobre él.

Oyó crujir la bolsa de plástico. No se atrevía a mirar de reojo, estaba seguro de que ella lo descubriría. Laura le cogió una mano y abrochó algo en torno a su muñeca; luego, la otra. Eran las esposas que cuero que Johnny les había dado como regalo de boda. Laura las unió detrás de su espalda con un pequeño mosquetón.

-Siéntate aquí -dijo palmeando la mesa de café.

Ella se sentó en el sofá frente a él, sacó de la bolsa las tobilleras de cuero que hacían juego con las esposas y se las puso, uniéndolas con otro mosquetón. Luego le ordenó a volver a ponerse en pie.

-¿Ves? Ya te dije que te lo ibas a pasar bien -le dijo mirando apreciativamente a su erección.

Julio hizo un esfuerzo por sonreír. El corazón le latía agitadamente.

-Me estás dominando muy bien… De momento.

Laura cruzó las piernas y se abrazó la rodilla con las manos.

-Pues tú, de momento, te estás comportando como un sumiso resabidillo y desobediente. No te corresponde a ti juzgar si lo estoy haciendo bien o mal. Veo que tendré que bajarte un poco los humos.

Sacó de la bolsa el cepillo del pelo con el que azotaban a Cecilia, sopesándolo ponderosamente.

-Creo que esto servirá para cambiar un poco tu actitud. Venga, tiéndete sobre mi regazo… con el culo en alto.

Julio tragó saliva, intentando hacerse a la idea de lo que se le avecinaba. Sabía por experiencia lo doloroso que podía resultar ese cepillo. La postura a través del regazo era su favorita para pegarle a Cecilia, pero aplicada a su cuerpo masculino le resultaba incongruente e ignominiosa.

-¿Qué pasa? ¿A qué estás esperando?

-Es que… Soy un poco grande para ponerme así, ¿no? ¿No sería mejor que me pegaras otra postura? Me podría inclinar sobre la mesa, por ejemplo.

Ella lo miró exasperada.

-¡Mira, Julio, no me vengas con tonterías! ¡Aquí mando yo! Así que si te digo que te eches sobre mi regazo, te callas y me obedeces, ¿te enteras?

cover of the novel La tribu de Cecilia
Portada de La tribu de Cecilia

Con la voz atragantada, Julio se limitó a asentir. Sus tobillos aprisionados le dificultaban los movimientos. Se las arregló para ir arrastrando los pies hasta el sofá y arrodillarse sobre él. Las manos atadas a la espalda le impedían usar los brazos para tumbarse sobre las piernas de Laura. No era cuestión de dejarse caer sobre ella. Después de pensárselo un momento, se sentó sobre los tobillos, bajó la cabeza hasta apoyarla en su regazo, y reptó sobre ella hasta que su vientre quedó sobre sus muslos entrecruzados. Su pene erguido tropezó con la minifalda de cuero, torciéndose de forma incómoda. Laura lo notó.

-A ver, levanta bien el culo, que tenemos que hacer un par de ajustes.

Cuando encorvó el trasero para despegarse de ella, Laura le cogió la polla y se la estiró sobre su falda. Cuando volvió a relajarse, la presión le resultó sorprendentemente placentera.

-Ahora vas a aprender que no se nos puede violar a las chicas. Cuando decimos que no, es que no.

Todo su ser se rebeló contra esa injusta acusación, pero ya sabía que intentar defenderse sólo serviría para dejarlo en ridículo. Sabía que no era más que parte del juego, pero por más que se esforzaba no podía evitar tomárselo en serio. Una parte de sí mismo se sentía profundamente culpable y avergonzada, completamente merecedora del castigo que se avecinaba.

Enterró la cara en el asiento del sofá, resignado, anticipando el doloroso picor de los azotes en su piel desnuda.

Para su sorpresa, Laura se puso a darle unos golpecitos ridículamente flojos, pero muy seguidos, todos en la misma zona en la parte baja de su nalga izquierda. Sentía los azotitos como alfilerazos picantes que fueron aumentando de intensidad paulatinamente hasta volverse dolorosos.

Apretó los dientes, contrayendo los músculos de su cara para evitar quejarse. Si lo hacía iba quedar como un blandengue, incapaz de aguantar unos azotitos que harían reír a Cecilia.

-¿Qué? No te quejarás, ¿no? Estoy pegándote flojito, no como haces tú.

Laura cambió a la otra nalga, siguiendo la misma técnica. Eso le proporcionó un alivio temporal, pero pronto el dolor volvió a adquirir la misma intensidad.

Se sentía confuso, abrumado por un montón de sentimientos irracionales: culpa por pegarle a Cecilia demasiado fuerte, por haber desobedecido antes a Laura; humillación por ser tan sensible al dolor; inseguridad ante su falta de valor para afrontar esa sesión.

Y, por encima de todo, la idea de que había violado a Laura, de que de verdad se merecía ese castigo, lo llenaba de una absurda vergüenza.

-¿Qué te parecen mis azotitos, Julio? -volvió a preguntarle Laura.

No podía contestarle, se sentía paralizado. No sabía qué hacer excepto esperar a que todo terminara.

Laura se detuvo.

-¿Julio? ¿Qué pasa? ¿Por qué no me dices nada?

Pensó en algo que decir, pero no se le ocurrió nada. El dolor había desaparecido, dejando un vago calor en su trasero, pero en vez de alivio sentía humillación porque el fin de los zotes significaba que Laura había descubierto su debilidad.

-¿Te pasa algo? -insistió Laura, acariciándole suavemente las nalgas.

Se quedaron los dos en silencio. Notaba la respiración entrecortada. El contacto delicado de los dedos de Laura en sus nalgas le habría resultado agradable si no fuera porque le recordaba su humillación, y que el castigo no había terminado todavía. Esto sólo podía ser una tregua antes de la fase más severa que inevitablemente le seguiría.

-No te voy a volver a pegar hasta que me digas que estás bien -le dijo Laura, como adivinándole el pensamiento.

Mejor seguir callado, entonces… Hasta que consiguiera adivinar qué coño le estaba pasando. Esto no podía ser normal.

-Fue una buena idea lo de poner música… Es muy bonita, ¿qué es?

-Es del grupo CamelEl ganso de nieve.

La respuesta le salió automáticamente. Era fácil, inmediata. Lo sacó de su mutismo.

-¿Qué te pasa? ¿Quieres que paremos?

Era una oferta sincera, pero no pudo evitar oír la decepción en su voz.

-No… No sé qué me pasa, Laura… Te juro que no lo sé.

-Quiero que me digas exactamente lo que sientes.

¿Qué demonios le estaba pasando? ¿Cómo había llegado a esa situación? ¿Por qué le pasaba esto a él? Se suponía que conocía el sadomasoquismo… Y ahora resultaba que no era más que un idiota engreído, que le hacía a sus amantes cosas que él mismo era incapaz de soportar.

-No puedo, Laura. Yo mismo no lo sé.

-Vale, pues no importa. No le des más vueltas. Relájate. Escucha la música…

Era imposible olvidar la postura en que estaba, el escozor de sus nalgas, la decepción que sin duda le estaría causando a Laura. Pero ella tenía razón: cuanto más se empeñara en comprender lo que le estaba pasando, menos lo conseguiría. Tenía que salir de ese mal rollo como fuera.

En realidad, no era difícil concentrarse en la música. De alguna manera, se había vuelto brillante, cada nota sonaba de forma nítida, transmitiéndole una precisa emoción.

-Es preciosa esta música -dijo Laura-. No recuerdo haberla escuchado nunca.

Laura parecía estar en completa sintonía con sus pensamientos. La caricia de sus dedos dejó de parecerle humillante. Al contrario, le transmitía su cariño y su preocupación por él.

-Te la puse una vez, pero estabas distraída.

-Pues es perfecto para esto. Fue una buena idea el ponerlo. A mí se me hubiera pasado.

-Sí, pero te desobedecí al hacerlo. Debía haberte esperado de pie frente al sofá, como me ordenaste. Estaba aburrido y un poco molesto porque tardabas tanto, así que busqué algo con qué entretenerme.

-Obedecer no es nada fácil, Julio. El ser sumiso requiere todo un aprendizaje, no surge espontáneamente… Al menos, eso es lo que me pasa a mí.

-Ahora que lo dices, es verdad. Toda mi vida he luchado contra la gente que me daba órdenes. Obedecer siempre me ha parecido una derrota, algo humillante.

-Sí, y ahora de lo que se trata es que te entregues de forma sincera. Que lo hagas por amor… Porque, en definitiva, es eso por lo que lo haces, ¿no?

¿Era verdad que lo hacía por eso? Comprendió que, en realidad, tenía dos motivos. Uno era, efectivamente, el hacerle ese regalo a Laura, que ella tanto deseaba. El otro era el responder a un reto, el de ser capaz de ser sumiso. Se dio cuenta de que esos dos motivos eran en realidad incompatibles. En vez de entregarse a Laura la había resistido, buscando reafirmar su ego. Y así se había estrellado, porque Laura lo había enfrentado enseguida con sus fallos, negándole la satisfacción de enorgullecerse de lo que hacía.

-No, Laura, también lo hago por mí, para demostrarme a mí mismo que soy capaz de hacerlo. Pero me he dado una hostia porque he visto que no es verdad, que no sirvo para esto. De ahí viene el problema.

-¡Ah! Ya veo… Pero no es verdad que lo estés haciendo mal, Julio. Lo estabas haciendo muy bien… Quizás es que yo te lo puse un poco difícil.

-No sé, Laura… Siento mucha vergüenza… Por no saber obedecerte, por no aguantar el dolor… porque me tengas así.

-¿Así? ¡Pero si ésta es tu postura favorita con Cecilia!

-Sí, pero yo no soy Cecilia. Ella está muy sexy con el culo en alto. Yo me siento ridículo… Me doy asco.

-Ya veo… Escucha Julio, lógicamente, no te sientes atraído por tu cuerpo, porque no te gustan los hombres. Pero intenta verte a través de mis ojos. Para mí eres tan sexy como ella. Los músculos de tus hombros son preciosos -le dijo mientras se los acariciaba-. Tienes un espalda triangular que es toda una delicia -sus dedos bajaron por los lados de su columna vertebral-. Y tu culo… ¡Tienes el culo de hombre más bonito que he visto en mi vida, y no te exagero nada!

-Entonces, cuando me pegas sientes lo mismo que yo cuando le doy azotes a Cecilia…

-Exactamente… ¿Por qué te crees que tenía tantas ganas de hacerlo? ¡No sabes lo contenta que me puse cuando me dijiste que haríamos esto! Da igual que no nos salga bien, es normal, es la primera vez… Pero, por favor, no te desanimes, dime que lo volveremos a intentar.

-No te he pedido que pares… Podemos seguir.

-¿Estás seguro? Si hay algo que no te gusta, lo podemos cambiar.

-Bueno, sí… No me digas que lo haces como castigo… Eso me descoloca completamente. Me gusta lo que me acabas de decir, lo mucho que valoras que me entregue a ti.

-¡Claro, por supuesto! Ahora veo dónde me equivoqué… Mira, vamos a probar una cosa… Te voy a dar un azote con el cepillo. Uno sólo, pero va a ser muy fuerte. Quiero que lo aceptes por mí. ¿Vale?

-De acuerdo.

Efectivamente, fue un buen golpe con el cepillo, justo en medio de la nalga derecha.

-¡Ay! -gritó él.

-Duele, ¿eh? Te ha dejado una buena marca.

-Sí, pica un montón, pero no ha sido tan terrible como me esperaba… Dame otro.

Laura no se hizo de rogar. El cepillo cayó con fuerza, esta vez en su nalga izquierda.

-¡Au! ¡Ay, ay, ay! -gritó.

Curiosamente, aunque el dolor era más fuerte que con los azotitos de antes, el poder quejarse lo hacía más soportable.

-Has sido muy valiente en pedirme tú mismo que te dé otro azote. Además, me gusta oírte quejarte. Antes, cuando estabas tan callado, me estabas empezando a asustar.

-Me alegra que te guste oírme quejarme… A mí también me resulta más fácil así.

-Pues me alegro, porque yo no quiero renunciar a darte una buena paliza. Además, creo que te va a sentar de maravilla.

Sin esperar a que él diera su asentimiento, Laura se puso a darle golpes fuertes pero espaciados. Eso le daba tiempo a absorberlos.

-¡Joder, Julio, hay que ver la paliza que te estoy pegando! ¡Se te está poniendo el culo precioso! Estos sí que son azotes de verdad. Los están encajando como un hombre.

Era humillante, pero de alguna manera ese tipo de burlas lo animaba. De todas formas, apenas podía pensar en otra cosa que en el escozor de los azotes. Gritó y se retorció, frotando su verga endurecida contra la minifalda de cuero.

-Bueno, creo que ya te vale -le dijo ella, terminando la paliza antes de lo que él esperaba.

Hubiera podido seguir. Dolía, pero había encontrado la manera de aguantarlo. Tampoco podía negar que había llegado a excitarlo el ardor en su culo, la forma en que Laura lo había dejado a su merced. Sin embargo, no osó rechistar. Laura le había impuesto su voluntad, no tanto con los azotes sino por la forma en que lo había ayudado a salir de su parálisis.

Laura le soltó el mosquetón de las tobilleras. Lo sentó sobre sus muslos, el culo protestando contra la tela ásperas de las medias. Lo besó.

-Has sido muy valiente.

Normalmente se habría rebelado contra esa frase condescendiente, pero ahora lo hacía sentirse contento y agradecido. Sabía que debía dejar de juzgarse a sí mismo si no quería volver a caer en la trampa del ego. Laura era la única que tenía derecho a juzgarlo. Su aprobación era un premio que no podía ser discutido.

Laura lo llevó a frente a la pared al lado de la puerta, donde lo hizo arrodillarse tocando la pared con la nariz. Eso le impidió ver lo que pasaba a su alrededor.

De nuevo oyó crujir la bolsa de plástico, ruido de ropa deslizándose sobre la piel, otros sonidos que no pudo identificar.

La primera parte de El ganso de nieve llegó a su final. Se hizo el silencio. Julio apretó la nariz contra la pared. Laura se le acercó por detrás y le soltó las manos.

-Levántate y dale la vuelta al disco.

Se había quitado la camisa y la minifalda. Tampoco llevaba bragas, pero sobre el liguero llevaba puesto un arnés que sostenía un consolador, negro y delgado, apuntando amenazante hacia él.

Julio se lo quedó mirando, como hipnotizado.

-Dale la vuelta al disco, Julio.

Se arrodilló junto al tocadiscos. Las manos le temblaban mientras sostenían el disco. La aguja hizo un ruido grosero cuando aterrizó de mala manera sobre los surcos.

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