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Hermes Solenzol

Todos los jefes se tiran a sus secretarias

Actualizado: 10 dic 2022

Escena erótica de la novela que estoy escribiendo: El rojo, el facha y el golpe de estado.


Strong boss hands undress secretary shirt in office, lovers.
Shutterstock Photo 516652081, by sakkmesterke

Luis es un abogado joven, doble amputado y facha. Se ve obligado a compartir habitación con su secretaria Saturnina (Nina para los amigos y todos los demás) en una pequeña fonda de Sasamón, a donde les han llevado sus oscuros negocios.

Sasamón (Burgos), viernes 25 de julio, 1980

Nina se puso a completar sus notas. Luis se metió en el cuarto de baño. Puso el tapón en la bañera y abrió los grifos. Se desnudó y se sentó al borde de la bañera para quitarse las piernas ortopédicas. Al quitarse la segunda, perdió el equilibrio y cayó de espaldas en la bañera, con un gran salpicón de agua y golpeándose la cabeza contra la pared.

Nina entró corriendo en el cuarto de baño.

-Jefe, ¿qué le ha pasado? ¿Está bien?

Luis se agarró al borde de la bañera y consiguió sentarse. Se secó los ojos con los nudillos para mirarla.

Era totalmente humillante verse desnudo y desvalido frente a ella.

-No es nada. Me caí al quitarme las piernas ortopédicas. Estoy bien.

-Debería haberme pedido que lo ayudara. Total, no tengo otra cosa que hacer…

Nina se sentó al borde de la bañera. Cogió una toalla del lavabo y se la puso en la nuca. Cuando la retiró, estaba manchada de sangre.

-Va a poner el agua perdida de sangre. Vamos a ver…

Nina desenrolló algo de papel higiénico, lo dobló y se lo puso en la nuca.

-Mejor. Sujételo con la mano… Así. ¿Quiere que lo lave yo?

-No, Nina, mejor que lo haga yo…

-¡Pero qué ganas tiene usted de complicarse la vida, jefe! Ande, échese en el agua.

Nina lo sujetó por los hombros y lo ayudó a echarse de espaldas. Luis cerró los ojos y se permitió relajarse. Le dolía la cabeza y el trasero de la caída. La verdad es que se sentía un poco conmocionado. Respiró profundo, esperando que se le pasara el dolor.

Si Nina se empeñaba en hacer de madre, ¿por qué no dejarla? Total, ya lo había visto desnudo. Desde que perdió las piernas, bañarse se había convertido en una tarea difícil y arriesgada. Carolina, su esposa, a menudo lo ayudaba a hacerlo.

Sintió la mano de Nina agarrarle el muñón izquierdo. Abrió los ojos, alarmado.

Nina miraba fascinada el trozo de muñón que salía del agua, pastilla de jabón en la mano. Tenía un feo color purpúreo, con arrugas donde la piel sellaba el fémur roto. Había visto sus muñones mil veces y todavía no se acostumbraba a ellos.

Siempre le había dado vergüenza que le vieran los muñones. Nadie lograba disimular el asco. A Carolina le había costado meses superarlo.

Pero no había ningún asco en el rostro de Nina. Sólo curiosidad y dedicación. Se puso a enjabonarle el muñón. El contacto delicado de los dedos con su piel era delicioso. Luis cerró los ojos y se abandonó a la sensación.

Cuando terminó, metió los brazos en el agua en busca del muñón derecho. Luis abrió los ojos y vio que estaba empapándose las mangas de la camisa.

-Se está usted mojando la ropa, Nina.

-Sí, es verdad -dijo Nina inspeccionándose la camisa-. ¡Anda, si hasta tengo manchas de sangre! Bueno, ya que está usted desnudo, supongo que no le importará si me la quito.

Sin esperar a su respuesta, Nina dejó la pastilla de jabón en la jabonera y se desabotonó la camisa. Se la quitó y la puso sobre la cisterna del váter. Su sujetador era de un negro profundo sobre la piel blanca. Sus pechos se adivinaban redondos y firmes.

Presintió cómo iba a terminar aquello. Podía pararlo ahora. Echarla del cuarto de baño y así no ponerle los cuernos a Carolina.

Pero, ¿por qué no aprovecharse de una oportunidad que sin duda no volvería a presentarse? ¿Por qué no podía tirarse él a su secretaria, como hacían todos los jefes?

Ella lo estaba pidiendo a gritos. Otra mujer hubiera salido del cuarto de baño al verlo desnudo, en vez de aprovecharse de su desvalidez para tocarlo.

Y Nina no había vacilado ni un segundo en quitarse la camisa.

¡Menuda zorra que te has agenciado, Luis! dijo la voz de su padre en su cabeza.

Será una zorra, papá. Pero es mi zorra.

Pero lo que no podía consentir era que fuera ella quien siguiera llevando la iniciativa.

-Siga usted desnudándose, Nina.

-Don Luis, creo que ha malinterpretado usted mis intenciones. Yo sólo quería ayudarlo.

-Creo que he entendido sus intenciones perfectamente, Nina.

-Don Luis, seguramente usted querrá serle fiel a su esposa. Y no convertirme en la secretaria que se acuesta con el jefe.

Quizás tenía razón. Su hermana podía ser una zorra, su madre una adúltera y su padre un putero, pero él no tenía que ser como ellos. Él podía ser un hombre virtuoso, como predicaban Marco Aurelio y los filósofos estoicos que lo habían ayudado a salir de la depresión y a no quitarse la vida cuando perdió las piernas.

La mirada de Nina se cruzó con la suya. En sus ojos leyó una lujuria inconfundible. Nunca pensó que volvería a despertar un deseo tan intenso en una mujer. Necesitaba desesperadamente saber si era verdad.

-Usted me ha dicho muchas veces que estaba a mi disposición para lo que necesitase. Y yo ahora necesito verla desnuda.

-Es verdad, se lo he dicho muchas veces. Y lo dije completamente en serio. Y que conste que no es porque usted me pague, sino porque quiero servirlo desde el fondo de mi corazón. Porque usted creyó en mí y me dio una oportunidad cuando yo no me la merecía.

No esperaba oír algo tan íntimo. Pero, en realidad, coincidía perfectamente con la conversación personal que habían tenido la noche anterior.

-Ya lo sé. Está usted en deuda conmigo. Y siempre he tenido intención de cobrarme esa deuda.

-Usted es quien está casado, no yo. Es su decisión. Haré lo que usted me mande, jefe.

-Entonces desnúdese. No me haga volver a repetírselo.

Nina dobló los brazos tras la espalda para desabrocharse el sujetador. Lo dejó sobre la camisa. No tenía los pechos muy grandes, pero sus pezones eran gruesos y oscuros.

Nina lo miraba mirarla sin azoramiento ni orgullo. Descorrió la cremallera lateral de la falda y la dejó caer al suelo. La recogió y al puso sobre el resto de su ropa. Se quitó los zapatos con los pies. Se sentó en el váter para desenrollarse las medias. Luego se puso en pie y se bajó las bragas. Una pelambrera negra ocultaba sus secretos más íntimos.

Su cuerpo desnudo era aún más hermoso de como se lo había imaginado, con un vientre plano, gráciles caderas, y muslos musculosos y aun así femeninos.

-Dese la vuelta, Nina. Quiero verle el culo.

¡Menuda estupidez! dijo la voz de su padre en su cabeza.

Nina le dio la espalda. Tenía unos hoyuelos muy monos sobre nalgas redondas y respingonas.

Luis sintió su verga endurecerse.

-¿Le gusta mi trasero, jefe?

-Tiene usted un culo precioso, Nina.

Ella se volvió a enfrentarlo.

-¿Me hace un hueco en la bañera? ¿O prefiere que lo lave desde fuera?

Luis se deslizó hasta el final de la bañera, haciéndole sitio. Nina se metió en el agua, arrodillándose frente a él. Cogió la pastilla de jabón y se puso a enjabonarle el pecho.

-Es usted un hombre muy atractivo, don Luis.

Su corazón dio un vuelco al oírla decir eso.

-No diga usted tonterías, Nina. Un inválido como yo no puede considerarse atractivo.

-Perdone, jefe, pero es usted quien dice tonterías. Hay muchas cosas en un hombre que pueden ser atractivas, aparte de las piernas. Como un pecho musculoso, unos hombros fuertes -dijo mientras se los enjabonaba- y un rostro elegante. Eso sin contar con un cerebro brillante, que siempre ha sido lo que más me ha gustado de usted.

-Es usted muy halagadora, Nina. Es una pena que también sea un poco mentirosilla.

-Pero, después de aquella primera mentira, le prometí que nunca más volvería a mentirle, ¿se acuerda? Y usted me dijo que me daría una azotaina si me volvía a pillar en otra mentira.

-Espero que los dos sepamos cumplir nuestras promesas.

-Yo lo estoy haciendo, desde luego. Cuando le digo que me gusta, es la pura verdad. Échese para atrás, por favor.

Luis se recostó, dejando su cuerpo flotar en el agua. Nina le agarró el muñón derecho, y él lo sacó del agua. Nina se lo besó. Luego se puso a enjabonárselo, bajando por el muslo hasta dar con su polla erguida. La envolvió con el puño.

-¿Quiere que me ocupe de esto también?

Luis le agarró la muñeca y la forzó a soltar su verga. Se incorporó y la miró a los ojos.

-Lo que quiero, Nina, es follarla. Si a usted no le importa, claro está.

-Ya veo que no se anda usted con rodeos, jefe. ¿Entonces, vamos a ser eso? ¿El jefe y la secretaria que se acuestan juntos?

-No veo por qué no. Me parece una tradición muy respetable. Y yo soy muy tradicionalista.

-¿Y su mujer? ¿También respeta ese tipo de tradiciones?

-Más le vale, después de todo lo que he hecho por ella.

-¿Entonces, se lo va usted a contar?

-¡Por supuesto que no! Y a usted más le vale no decírselo a nadie, ¿entendido?

-Como usted me explicó el primer día, la palabra secretaria viene de secreto. Quizás por eso haya tantas secretarias que se acuestan con su jefe.

-Que quede claro que, en el día a día, tiene usted que comportarse como si nada de esto haya pasado. Nada de besos, ni abrazos, ni pullas íntimas. Aunque no haya nadie delante.

Nina hizo un mohín de disgusto.

-¿Está usted seguro? Si vamos a ser amantes, a mí no me importaría que me toqueteara de vez en cuando. Puede servirle para aliviar el estrés.

-De momento, será mejor que cuidemos los dos el decoro. No debemos perder nunca de vista la profesionalidad y el mutuo respeto.

-Eso sí que lo entiendo, don Luis. Usted siempre me ha tratado con mucho respeto. Es usted todo un caballero, y yo lo aprecio por eso.

Nina le lavó la cabeza, luego se aseó ella también. La miró mientras ella, de rodillas frente a él, se enjabonaba los pechos, el vientre, los muslos, el culo y la entrepierna, dejándolo apreciar la firmeza de su cuerpo. Contuvo su ansia de tocarla, dejando que ese ritual que se había establecido entre ellos siguiera su curso natural. Ya tendría tiempo de sobra para manosearla.

Cuando terminó de lavarse, Nina le puso los pies en los hombros, se pinzó la nariz y se sumergió completamente en el agua, haciendo subir el nivel peligrosamente cerca del borde.

-¿Y ahora qué hace? -dijo retorciéndose la melena para escurrirla-. ¿Se pone las piernas ortopédicas para luego quitárselas en la cama?

Era un proceso tedioso. En casa, a veces reptaba desde el cuarto de baño adosado hasta su cama, que no era más que un colchón sobre el suelo para que le resultara más fácil subirse a ella. Pero eso era algo demasiado indigno para hacerlo delante de Nina.

-No hay otro remedio.

-Podría llevarlo yo en brazos. No debe de pesar usted mucho.

La imagen de ir en brazos de ella como un bebé era incluso peor que la de arrastrarse sobre el vientre.

-No, gracias. Me pondré las piernas. No lleva tanto tiempo.

-A ver si se va usted a volver a caer.

-No, si me echa usted una mano.

Nina lo ayudó a salir de la bañera y sentarse en el borde. Luego lo sostuvo mientras él se ajustaba las piernas ortopédicas. Lo dejó secarlo con la toalla.

Desnudos, fueron los dos juntos a la cama, un lecho individual en el que sólo cabían abrazados. Nina le preguntó si quería que le quitara las piernas ortopédicas.

-Mejor no, por ahora. Quizás luego, si cambio de postura para follar.

Nina soltó una risita nerviosa.

-No tomo la píldora, jefe. Pero siempre llevo condones en el bolso. ¿Le importa si voy a buscarlos?

-Por supuesto que no.

Nina volvió con una tira de condones y los dejó sobre la mesilla de noche. Se echó a su lado, apoyando la cabeza en su hombro y enredando los dedos en el vello de su pecho.

-Si le tengo que ser sincera, me muero de ganas. Hace años que no echo un polvo.

-Y yo quiero tirármela desde el primer día que la vi.

La mano de Nina descendió por su vientre hasta su polla, ahora morcillona. Sus dedos la envolvieron delicadamente.

-Pero no me contrató por eso.

-No. La contraté por mentirosa.

-¿En serio?

-Ya ve el tipo de negocios en los que estoy metido. En un momento dado, el saber engañar a alguien puede ser cuestión de vida o muerte. Tampoco quiero a nadie con demasiados escrúpulos, que la hagan echarse atrás en un momento decisivo. O, lo que sería peor, traicionarme.

El puño de Nina se cerró en torno a su picha, apretándosela.

-Yo le seré leal, don Luis. Follarme puede ser como sellar un pacto de sangre.

-No lo había visto así. Echar un polvo no tiene por qué tener mayor consecuencia.

-Pero a veces sí la tiene. Follar une a las personas, ¿no? Y yo, con esto, le estoy demostrando que iba en serio cuando le dije que estoy a su servicio para todo lo que me necesite.

Nina le puso un muslo sobre el vientre, atrapando su mano con su polla bajo él.

Lo besó suavemente en los labios.

-Sí, supongo que follar tiene el significado que queramos darle.

-Démosle éste, entonces -dijo Nina-. Que sea un pacto de lealtad entre nosotros.

Su pulgar le acarició el frenillo, despertando un chisporroteo de placer.

-Se le ha acabado de poner dura. ¿Y si le ponemos un condón?

-Adelante.

Nina se volvió hacia la mesilla de noche y cogió un preservativo. Rompió el envoltorio y lo miró, dudando.

-No tengo mucha experiencia con esto. Mejor que se lo ponga usted.

-Para tener experiencia hace falta práctica. Póngamelo usted. Si no le sale bien, hay más condones.

Nina se arrodilló junto a sus caderas. Le puso el condón en la punta y lo fue desenrollando sobre su verga tiesa.

-¡Huy! Creo que está al revés -dijo Nina cuando acabó.

Luis se incorporó para examinarlo.

-No tiene derecho ni revés. Está bien.

-Y ahora, ¿qué?

Sus pezones oscuros lo miraban como otro par de ojos. Extendió la mano para apreciar la firmeza de su seno, pinzar el grueso pezón, sentirlo erguirse bajo sus dedos. Nina bajó la mirada hacia su mano. Luis aumentó paulatinamente la presión hasta que vio a Nina morderse el labio en un gesto de dolor. Dejó de apretar, sin soltar el pezón.

-¡No, siga! -dijo ella-. Me gusta.

Volvió a apretar. Ella le sonrió. Con la otra mano, él le exploró la ranura del coño. Estaba empapada.

-Póngase a caballo sobre mí -le ordenó.

Nina puso una rodilla a cada lado de su cadera y se sentó sobre su pubis. Pudo sentir su humedad en los cojones.

-Métasela.

-Yo… Nunca lo he hecho así… No estoy segura.

-No es tan difícil, Nina.

La agarró de los pezones, tirando hacia arriba para hacerla incorporarse. Comprendiendo lo que tenía que hacer, Nina le agarró la polla, levantándosela y apuntando a su entrada. Luego descendió sobre ella. Luis sintió que su pene se doblaba, pero enseguida encontró la apertura y se coló dentro. La vagina que lo envolvió era caliente, húmeda y prieta. Nina siguió bajando hasta quedar sentada en su regazo, los pelos de su coño haciéndole cosquillas en los cojones.

Nina lo miraba desde arriba con expresión de sorpresa, como si ella misma no se creyera lo que acababa de hacer.

-¡Puf! ¡Qué gustazo! ¿verdad?

-Lo ha hecho usted muy bien, Nina -dijo acariciándole el culo.

-¡Ah, menos mal! Es que nunca lo había hecho así… Normalmente, me la meten a lo bestia y enseguida empiezan con el traqueteo. Ahora lo he podido sentir cómo me llenaba… ¿Estoy diciendo muchas tonterías?

-Un montón de tonterías… ¡Me encantan!

Ella le sonrió.

-¿Me tengo que mover yo? Es que no estoy segura de cómo.

-Arriba y abajo. Despacio… Yo la guío.

La cogió de las caderas para ayudarla a incorporarse un poco. Cuando sintió que estaba casi fuera de ella, la volvió a empujar hacia abajo.

-¿Ve? Ese es el recorrido.

-Claro, sin las piernas, a usted le resultará más fácil así… ¡Ay, perdone! No he querido ofenderlo.

-No me ha ofendido, Nina. Puedo follar desde encima, también. Sobre todo cuando tengo puestas las piernas… Sirven como contrapeso.

Ella le puso las manos en el pecho y empezó a subir y bajar sobre él.

-Tiene usted razón… Así está muy bien… Me gusta… Me gusta mucho.

Le puso una mano en el culo para sentirla moverse mientras se follaba. Con la otra le volvió a pinzar el pezón. Nina reaccionó moviéndose más deprisa.

-¡Hágame daño, jefe!

Luis le dio un fuerte pellizco. Nina echó la cabeza hacia atrás con éxtasis. La sintió correrse, su coño contrayéndose en torno su verga.

Con el orgasmo, ella había dejado de moverse. Frustrado, Luis la empujó a un lado. Trepó sobre ella. Los ojos de Nina se abrieron con sorpresa cuando la volvió a penetrar.

-Ahora comprobará cómo la puedo follar perfectamente desde encima.

La agarró por los muslos para abrirle bien las piernas, empujándoselas hacia arriba.

-¡Claro que sí jefe! ¡Enséñeme lo que me puede hacer un hombre de verdad!

Se puso a bombearla a conciencia, primero despacio y profundo, luego aumentando el ritmo paulatinamente. Nina lo agarró por los hombros, como queriendo quitárselo de encima, pero a continuación sus manos descendieron por sus costados y sus caderas hasta apretarle las nalgas, que se contraían con cada empellón que le daba. Conforme empezó a correrse dentro de ella, la oyó gritar y la sintió contraerse con otro orgasmo.

Luis rodó a un lado, presa de vagos remordimientos y sospechas.

Nina se volvió hacia él y lo besó en los labios.

-¡Joder, qué bien me he quedado! Desde luego, necesitaba un buen polvo como éste.

-Me alegro que se lo haya pasado bien, Nina. Yo también he disfrutado.

-Es usted un amante increíble, don Luis. Me gustó mucho cabalgarlo. ¡Y luego se portó usted como una auténtica bestia!

-Creo que será mejor que me vaya a la otra cama.

-¡No, por favor! -Nina lo agarró por los brazos-. Durmamos juntos. Necesito sentir su piel contra la mía. ¡Llevo tanto tiempo sola!

-Bueno, espero que no estemos muy incómodos.

-Ya verá cómo no. Déjeme que le quite el condón y las piernas.

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