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- Juegos de asfixia: el bloqueo de aire y el bloqueo de sangre
Las dos formas de inducir asfixia por placer Recomiendo encarecidamente no practicar los juegos de asfixia. Este artículo es parte de una serie dedicada a demostrar que la asfixia no es segura, puede causar daño cerebral y es potencialmente letal. Los juegos de asfixia, tal como se utilizan durante las relaciones sexuales o en el BDSM, tienen como objetivo privar de oxígeno al cerebro para inducir cambios mentales que sean placenteros, ya sea por sí mismos o porque intensifican las sensaciones sexuales. Esto se puede hacer de dos maneras: interrumpiendo el flujo de aire hacia los pulmones (“bloqueo de aire”) o interrumpiendo el suministro de sangre al cerebro (“bloqueo de sangre”). Esta terminología proviene de las artes marciales. Existe cierto debate en la comunidad BDSM sobre cuál es mejor. El bloqueo de aire La mayor parte de la asfixia durante las relaciones sexuales se produce apretando la garganta con una mano (Herbenick et al., 2022). Es difícil decir si se trata de un estrangulamiento de aire o de sangre. Si se aplica presión en la parte anterior del cuello, se cierra la tráquea y se produce una obstrucción del aire. Sin embargo, presionar la tráquea es desagradable y peligroso, porque puede dañar las cuerdas vocales y alterar el habla. También puede dañar la glándula tiroides o la propia tráquea, lo que puede tener efectos graves para la salud. La tráquea es una estructura muy delicada hecha de cartílago, un tejido similar al hueso que también forma nuestras articulaciones. Esto hace que la tráquea sea semirrígida, por lo que aplicar presión sobre ella puede deformarla permanentemente. Por lo tanto, esta forma de asfixia puede producir daños a largo plazo que afectan la respiración, el habla y el tragar. La rotura de tráquea supone un peligro mortal. Otra forma simple de producir un bloqueo de aire es tapar la nariz y la boca con la mano. Uno puede librarse fácilmente debatiéndose, lo que puede ser tanto un problema (movimientos involuntarios puede detener la asfixia) como una ventaja (un factor de seguridad extra). La penetración oral profunda (insertar el pene en la boca lo suficientemente adentro como para bloquear el paso del aire hacia la laringe) puede ser un juego de asfixia. Sin embargo, la nausea se induciría mucho antes de que se sienta la falta de aire. Además, si la persona sumisa entra en pánico, podría morder el pene que la atraganta. Usar una almohada o una máscara para bloquear la respiración es peligroso porque la persona que lo hace no puede verle la cara a quien lo recibe y, por lo tanto, no puede juzgar el nivel de asfixia. Esto podría evitarse utilizando una bolsa transparente, pero quitarla lleva demasiado tiempo, lo que es demasiado peligroso. Algunas personas utilizan un objeto punzante para perforar rápidamente la bolsa, pero esto supone el riesgo de cortar la cara de la persona que está siendo asfixiada. El bloqueo de sangre: oclusión de las carótidas El bloqueo de sangre consiste en detener el suministro de sangre al cerebro mediante el bloqueo de las arterias carótidas. Éstas se encuentran a ambos lados del cuello y se pueden bloquear aplicando una pequeña presión en los puntos correctos. A propósito o por accidente, esto es probablemente lo que se hace en algunos de los estrangulamientos con una mano que son más frecuentes, según las encuestas. Un estrangulamiento común en las artes marciales consiste en rodear el cuello del adversario con un brazo por detrás, en una posición que recuerda al número 4. Esto comprime las arterias carótidas y las venas yugulares, pero no la tráquea, cortando el flujo sanguíneo al cerebro y induciendo así la pérdida del conocimiento en unos 10-20 segundos. Sin embargo, el uso de este estrangulamiento durante el sexo o el juego BDSM tiene el problema de que la persona que aplica el estrangulamiento no puede ver la cara de la persona que está siendo estrangulada y, por lo tanto, no puede regular la presión y el tiempo. A diferencia de las artes marciales y la autodefensa, la mayoría de las personas que utilizan la asfixia durante las relaciones sexuales no quieren inducir la pérdida del conocimiento. Tampoco deberían hacerlo, ya que la pérdida del conocimiento por anoxia a menudo conduce a daño cerebral. Por lo tanto, la forma más común de inducir un bloqueo de sangre durante el sexo es aplicar presión a los lados del cuello con una mano, mientras se mira la cara de la persona que está siendo asfixiada para evaluar su respuesta. ¿Cuál es el juego de asfixia más seguro? Hay gente en la comunidad BDSM que argumentan que el bloqueo de sangre es más seguro que el de aire, por las siguientes razones: Afecta sólo al cerebro y no al resto del cuerpo. El flujo sanguíneo se puede manipular rápida y sutilmente con sólo cambiar la presión de la mano. Las alteraciones de la consciencia pueden inducirse y detenerse rápidamente. Evita dañar la tráquea y otras estructuras delicadas del cuello. No aumenta los niveles de CO2 en la sangre y, por tanto, la acidez de la sangre, como lo hace el bloqueo de aire. Sin embargo, el bloqueo de sangre tiene peligros que no son evidentes a primera vista. Sin embargo, comprender estos peligros requiere explicaciones complicadas sobre el funcionamiento del cerebro y la fisiología cardiovascular, que daré en los próximos artículos. Por ahora, adelantaré que el bloqueo de sangre es, de hecho, más peligroso que el de aire.
- ¿Por qué gustan los juegos de asfixia?
¿Es por complacer al compañero, por placer o algo distinto? Recomiendo encarecidamente no practicar los juegos de asfixia. Este artículo es parte de una serie dedicada a demostrar que la asfixia no es segura, puede causar daño cerebral y es potencialmente letal. Mucha gente encuentra placentera la asfixia En sus encuestas a estudiantes de pregrado y posgrado, el grupo de Herbenick (Herbenick et al., 2022b) encontró que el 41,1% de las personas que habían sido sometidas a juegos de asfixia dijeron que la asfixia era muy placentera, el 33,8% respondió que era algo placentera y el 14,2% dijo que fue sólo un poco placentera. Sólo el 3,1% dijo que no eran nada placentera y no quería repetir la experiencia, mientras que el 5,9% dijo que no era placentera pero que lo haría si a sus parejas les gustaba. Hay que tener en cuenta que decir que un acto sexual se realiza para complacer a la pareja no significa que no sea consentido. No se trata sólo de que las mujeres acepten ser asfixiadas para complacer a su pareja; algunos hombres asfixian a las mujeres sólo porque se les pide que lo hagan. Más mujeres que hombres encontraron placentera la asfixia: el 50,0% de las universitarias y el 26,8% de los universitarios dijeron que era muy placentera. El número de estudiantes de posgrado que la encontraron muy placentera fue del 36,1% para las mujeres y del 16,3% para los hombres. Por lo tanto, una gran mayoría de los estudiantes encontraron placentero el juego de asfixia. Esto puede explicar la creciente popularidad de la asfixia, a pesar de su reputación de peligrosa. Sin embargo, ese artículo no investigó qué hacía que la asfixia fuera tan placentera. Consentimiento En cuanto al consentimiento, las personas que habían sido asfixiadas dijeron que la asfixia fue consentida el 92,1% de las veces (Herbenick et al., 2022b). Este número no cambió mucho entre géneros o entre estudiantes universitarios y estudiantes de posgrado. Entre aquellos que habían sido asfixiados, la asfixia fue consensuada en todos sus encuentros sexuales por el 76,5% de las mujeres, el 85,6% de los hombres y el 63,6% de las personas no binarias. En una encuesta más general sobre sexo entre estudiantes universitarios (Herbenick et al., 2021), el 21% de los estudiantes que habían sido asfixiados dijeron que no se les había pedido su consentimiento. Un 32% adicional de ellos dijo que sólo se les pidió el consentimiento algunas veces. Una encuesta cualitativa (Herbenick et al., 2022a) encontró que la experiencia inicial de asfixia de muchas mujeres ocurrió sin discutirlo de antemano ni dar un consentimiento explícito. A menudo se asumió el consentimiento o se pidió mientras ocurría el juego. Los autores de la encuesta observaron que el consentimiento a la asfixia a menudo se da de forma vaga. Por ejemplo, se dio consentimiento verbal durante o después de las relaciones sexuales. A veces el consentimiento era no verbal, normalmente durante el sexo. Otras veces se asumió el consentimiento en base a conversaciones previas, porque ya lo habían hecho antes, por el interés de la persona en los juegos de asfixia o porque se supuso que es algo normal en el sexo. Hay que tener en cuenta que esto sucedió entre estudiantes universitarios y no en la comunidad BDSM, que tiene una cultura del consentimiento. Los estudiantes también consideraron que la asfixia era más segura que otras formas de sexo kinky, una actitud que ha sido fomentada por los medios de comunicación (Herbenick et al., 2023). Mi encuesta en Fetlife Hice mi propia investigación sobre esto a base de publicar un artículo en Fetlife titulado ¿Qué te gusta de los juegos de asfixia? Decía: Escuché a algunas personas decir que ser asfixiado los pone en un estado alterado de conciencia que es diferente al espacio de sumisión o al efecto de cualquier droga. ¿Es verdad? Según tu experiencia, ¿hace la asfixia que los orgasmos sean más intensos? ¿O te gusta la asfixia por el sentimiento psicológico que te produce? ¿Como, por ejemplo, someterse? ¿O quizás te gusta la sensación de perder el conocimiento? ¿O es una sensación de euforia? ¿O es alguna otra cosa? Creo que Fetlife fue una buena elección porque quería consultar específicamente a personas a las que les gusta el BDSM, y no a aquellas que practican la asfixia como parte del sexo. Las respuestas deben interpretarse en ese contexto. Recibí 12 respuestas, 10 de mujeres, 2 de personas no binarias y ninguna de hombres. Cuatro encuestadas se definieron como sumisas, una como esclava, tres como masoquistas, una como little y las otras tres como exploradoras o curiosas. Se dieron las siguientes razones para que les guste la asfixia: Sumisión (9 encuestados): pérdida de control, sentirse impotente y vulnerable, sentir el poder del dominante, concederle poder al dominante. Miedo (5 encuestados), incluido el sentirse desafiado y superar el pánico. Confianza (4 encuestados): sentir que pueden confiar su seguridad al dominante. Euforia (4 encuestados), incluye sensación de euforia, aturdimiento y placer físico. El orgasmo y las sensaciones son más intensos (4 encuestados). Sentirse seguro, centrado, tranquilo (3 encuestados) a pesar del riesgo. Inconsciencia (3 encuestados). Acercarse al orgasmo (edging, 2 encuestados). Las respuestas más comunes se alinean con los sentimientos que normalmente se buscan en otras actividades BDSM: rendirse al poder del dominante, y la interacción entre el miedo y el sentirse seguro al confiar en el dominante. Pero la asfixia también es una fuente de placer. Produce euforia y un subidón que consiste en inconsciencia y placer físico. También intensifica las sensaciones físicas, incluido el orgasmo. Por último, tres personas informaron de una paradójica sensación de seguridad y tranquilidad, a pesar del evidente riesgo de esta actividad. Mis hallazgos son consistentes con uno de los artículos del grupo de Debbie Herbenick (Herbenick et al., 2022a), la encuesta cualitativa sobre las razones por las que a las mujeres les gusta que las estrangulen. En él, ningún participante informó haber perdido el conocimiento. Pero muchos mencionaron que les excitaba someterse, empoderar a su pareja, mejorar la excitación sexual y tener orgasmos más prolongados. El miedo y el peligro hacían que el sexo fuera más excitante y placentero. ¿Los efectos de la asfixia son similares a los del óxido nitroso? Me sorprendió no encontrar ninguna mención a estados alterados de conciencia similares a los de las drogas, de los que escuché hablar en algunos comentarios a mis artículos en Fetlife. Cuando pregunté si la sensación de ahogo se parece al efecto de alguna droga, una persona respondió que no se experimentaba como el efecto del cannabis o los psicodélicos, pero podría ser similar al del óxido nitroso, también conocido como gas de la risa o whippets. Los whippets se obtienen como botes para hacer crema batida (Srichawla, 2022). Producen una grave deficiencia de vitamina B12 (Maheshwari and Athiraman, 2022) y problemas neurológicos. Se consumen porque producen euforia, analgesia y un breve subidón. El mecanismo de acción del óxido nitroso aún no está claro. Actúa sobre muchos receptores de neurotransmisores, bloqueando receptores excitadores como los de NMDA y los nicotínicos de acetilcolina y potenciando los receptores inhibidores de GABA y glicina. Quizás la hipoxia cerebral producida por la asfixia tenga efectos similares. De hecho, la inhalación de óxido nitroso produce hipoxia. Referencias Herbenick D, Guerra-Reyes L, Patterson C, Rosenstock Gonzalez YR, Wagner C, Zounlome N (2022a) "It Was Scary, But Then It Was Kind of Exciting": Young Women's Experiences with Choking During Sex. Arch Sex Behav 51:1103-1123. Herbenick D, Patterson C, Khan S, Voorheis E, Sullivan A, Wright P, Keene S (2023) "Don't Just Randomly Grab Someone's Neck during Intercourse!" An Analysis of Internet Articles about Choking/Strangulation during Sex. J Sex Marital Ther 49:41-55. Herbenick D, Patterson C, Beckmeyer J, Gonzalez YRR, Luetke M, Guerra-Reyes L, Eastman-Mueller H, Valdivia DS, Rosenberg M (2021) Diverse Sexual Behaviors in Undergraduate Students: Findings From a Campus Probability Survey. The journal of sexual medicine 18:1024-1041. Herbenick D, Fu TC, Eastman-Mueller H, Thomas S, Svetina Valdivia D, Rosenberg M, Guerra-Reyes L, Wright PJ, Kawata K, Feiner JR (2022b) Frequency, Method, Intensity, and Health Sequelae of Sexual Choking Among U.S. Undergraduate and Graduate Students. Arch Sex Behav. 51, 3121-3139. Maheshwari M, Athiraman H (2022) Whippets Causing Vitamin B12 Deficiency. Cureus 14:e23148. Srichawla BS (2022) Nitrous Oxide/Whippits-Induced Thoracic Spinal Cord Myelopathy and Cognitive Decline With Normal Serum Vitamin B₁₂. Cureus 14:e24581. Copyright 2023 Hermes Solenzol.
- ¿Son frecuentes las muertes por juegos de asfixia?
La asfixia es la principal causa de la muerte en el BDSM, pero es menos frecuente de lo que se cree Recomiendo encarecidamente no practicar los juegos de asfixia. Este artículo es parte de una serie dedicada a demostrar que la asfixia no es segura, puede causar daño cerebral y es potencialmente letal. Muertes por asfixia autoerótica Los juegos de asfixia aparecen en el imaginario popular como una actividad mortal, en gran parte debido a las muchas celebridades que han muerto por asfixia autoerótica. Sin embargo, es importante distinguir entre los juegos de asfixia que se practican en solitario y los que se practican en pareja. En el primero, la pérdida del conocimiento o del control sobre el cuerpo puede provocar la muerte, porque la persona no puede escapar de la asfixia, mientras que en el segundo la persona que estrangula tiene un cierto control sobre el proceso. Pero también es verdad que se ha exagerado el número de muertes producidas por asfixia autoerótica (es decir, en solitario). A menudo se menciona que causa “de 500 a 1000 muertes por año en Estados Unidos y Canadá” (Sauvageau, 2012), pero esa cifra es una estimación basada en datos no publicados. Un estudio epidemiológico basado en 38 muertes autoeróticas en Alberta, Canadá, arrojó una cifra menor: 0,56 muertes por millón de habitantes por año (Sauvageau, 2012). Multiplicando esta cifra por la población de Estados Unidos, 333 millones, nos da una estimación de 186 muertes al año causadas por asfixia autoerótica en ese país. El número de muertes autoeróticas por millón de habitantes al año es similar en otros países desarrollados: 0,3 en Australia, 0,14 en Suecia y 0,5 en Alemania. Muertes por juegos de asfixia en el BDSM Otro artículo (Schori et al., 2022) investigó específicamente sobre las muertes relacionadas con el BDSM. A base de hacer una búsqueda bibliográfica, identificaron 17 muertes producidas por actividades de BDSM. De ellas, todas fueron causadas por asfixia excepto en un caso, en el que la muerte fue causada por hemorragia al insertar un globo inflable y otros objetos en la vagina. Una muerte por asfixia se produjo al tapar la boca y la nariz con cinta adhesiva y con los dedos. Las 15 muertes restantes fueron por estrangulamiento, 5 con la mano o el antebrazo y 10 con ligaduras (cuerda, cinturón, collar o cadena). Uno de los casos de estrangulamiento fue una escena de shibari en la que dos mujeres fueron ahorcadas con la misma cuerda suspendida del techo (Roma et al., 2013). Cuando una de ellas perdió el conocimiento, su peso ahorcó a la otra. La primera acabó muerta y la segunda en coma. La tasa de mortalidad fue similar en ambos géneros: 9 hombres y 8 mujeres. En nueve de los casos, ambos participantes tenían experiencia en BDSM. En otros dos casos, la top era una dominatriz profesional. En tres casos, los participantes habían discutido técnicas de juegos de asfixia y reanimación cardiopulmonar (RCP). Por tanto, tener experiencia y la educación no fueron suficientes para evitar esas muertes. Conclusiones Las conclusiones son diversas. Por un lado, las muertes causadas por el BDSM son raras: 15 ocurrieron en Estados Unidos entre 1986 y 2020, y 3 en Alemania entre 1993 y 2017. Por otro lado, los juegos de asfixia provocaron un número desproporcionado de muertes en el BDSM. Por lo tanto, cabe afirmar que la asfixia es la actividad más mortífera en el BDSM, con mucha diferencia, Pero morir es sólo lo peor que puede pasar durante los juegos de asfixia. Puede haber otras consecuencias para la salud, incluido el daño cerebral. Esto es mucho más difícil de evaluar. Hablaré de eso en futuros artículos. Referencias Roma P, Pazzelli F, Pompili M, Girardi P, Ferracuti S (2013) Shibari: double hanging during consensual sexual asphyxia. Arch Sex Behav 42:895-900. Sauvageau A (2012) Autoerotic deaths: a 25-year retrospective epidemiological study. Am J Forensic Med Pathol 33:143-146. Schori A, Jackowski C, Schön CA (2022) How safe is BDSM? A literature review on fatal outcome in BDSM play. International Journal of Legal Medicine 136:287-295. Copyright 2023 Hermes Solenzol.
- ¿Son frecuentes los juegos de asfixia en el sexo?
Varias encuestas revelan que la mayoría de las universitarias americanas usa el estrangulamiento durante el sexo Recomiendo encarecidamente no practicar los juegos de asfixia. Este artículo es parte de una serie dedicada a demostrar que la asfixia no es segura, puede causar daño cerebral y es potencialmente letal. La asfixia sexual no es exclusiva del BDSM y se ha vuelto frecuente entre los jóvenes. En una encuesta realizada a 4989 estudiantes universitarios estadounidenses, el 58 % de las mujeres dijeron haber sido asfixiadas durante las relaciones sexuales al menos una vez (Herbenick et al., 2021). Otra encuesta entre estudiantes universitarios (Herbenick et al., 2022a) encontró que el 37% de las mujeres y el 7% de los hombres habían sido asfixiados más de cinco veces. El estrangulamiento también es una característica de la agresión sexual. A veces se utiliza de forma no consentida durante las relaciones sexuales que eran consensuadas hasta ese momento. Sin embargo, limitaré esta discusión a la asfixia consensuada. Otra encuesta más entre estudiantes universitarios y de posgrado (Herbenick et al., 2022b) estudió en detalle la asfixia sexual en términos de prevalencia, características y respuestas físicas. La encuesta fue entregada a 13.449 estudiantes, de los cuales 4.254 la completaron. Los hombres fueron el 49,6% de los encuestados, las mujeres el 48,1% y las personas transgénero/no binarias el 2,2%. Diferencias con la edad La encuesta encontró que entre el 30% y el 40% de los encuestados han practicado asfixia durante las relaciones sexuales. Al comparar las respuestas de los estudiantes de posgrado, quienes son mayores, con las de los estudiantes universitarios más jóvenes, se encontró que la asfixia es más frecuente entre los jóvenes. El porcentaje de personas que realizaron la asfixia fue del 37,1% entre los estudiantes universitarios y del 27,6% entre los graduados. El porcentaje de quienes recibieron asfixia fue del 42,1% de los estudiantes universitarios y del 32,1% de los graduados. Por tanto, los juegos de asfixia son más frecuentes en las generaciones más jóvenes, señal que van en aumento con el tiempo. La asfixia fue menos frecuente entre las personas mayores de 40 años (Herbenick et al., 2023). Diferencias con el género También hubo diferencias sustanciales en cuanto al género. Los hombres asfixiaron más (47,4% estudiantes universitarios, 37,7% graduados) que las mujeres (26,7% estudiantes universitarios, 16,2% graduados). Por el contrario, los hombres (25,4% estudiantes universitarios, 23,5% graduados) fueron asfixiados con menos frecuencia que las mujeres (57,6% estudiantes universitarios, 41,3% graduados). En las personas transgénero/no binarias, dar (45,0%) y recibir asfixia (51,5%) fueron aún más frecuentes. En resumen, los hombres suelen proporcionar la asfixia, mientras que las mujeres prefieren ser asfixiadas. La mayoría de las mujeres y personas transgénero de esta muestra han sufrido asfixia. Referencias Herbenick D, Fu TC, Patterson C (2023) Sexual Repertoire, Duration of Partnered Sex, Sexual Pleasure, and Orgasm: Findings from a US Nationally Representative Survey of Adults. J Sex Marital Ther 49:369-390. Herbenick D, Guerra-Reyes L, Patterson C, Rosenstock Gonzalez YR, Wagner C, Zounlome N (2022a) "It Was Scary, But Then It Was Kind of Exciting": Young Women's Experiences with Choking During Sex. Arch Sex Behav 51:1103-1123. Herbenick D, Patterson C, Beckmeyer J, Gonzalez YRR, Luetke M, Guerra-Reyes L, Eastman-Mueller H, Valdivia DS, Rosenberg M (2021) Diverse Sexual Behaviors in Undergraduate Students: Findings From a Campus Probability Survey. The journal of sexual medicine 18:1024-1041. Herbenick D, Fu TC, Eastman-Mueller H, Thomas S, Svetina Valdivia D, Rosenberg M, Guerra-Reyes L, Wright PJ, Kawata K, Feiner JR (2022b) Frequency, Method, Intensity, and Health Sequelae of Sexual Choking Among U.S. Undergraduate and Graduate Students. Arch Sex Behav. Copyright 2023 Hermes Solenzol.
- ¿Por qué tuvo éxito “50 Sombras de Grey”?
Porque usa muchos tropos del género de la novela romántica Éste fue mi primer artículo en la antigua versión de este sitio web en Blogger. Fue publicado el 25 de noviembre del 2012. Desde entonces, no ha parado de ser censurado. Por eso lo reproduzco aquí y lo borro de mi antiguo blog. Mi opinión sobre 50 Sombras de Grey ha cambiado para peor. Las auténticas razones de su éxito es que usa muchos de los tropos de la novela romántica: la mujer desvalida, el hombre rico y poderoso que la salva, el hombre traumado desde la infancia, el poder del amor para curarlo, el valor de la virginidad, el porno de dinero, etc. Lo peor de todo es que presenta al BDSM como una enfermedad causada por un trama de la infancia y que es incompatible con el amor y una relación saludable. Eso le ha valido la condena de la comunidad BDSM. El éxito El éxito, desde luego, es innegable. He visto los gruesos tomos de esta trilogía apilarse el las librerías de los aeropuertos a través de todo Estados Unidos, y ahora las traducciones al español se apilan en los escaparates de las librerías de España. Y, sin embargo, muchos dicen que los libros están mal escritos, que la historia y los personajes son inverosímiles, que las escenas de sexo son repetitivas y aburren. A muchos sadomasoquistas de toda la vida les irrita que se presente su estilo de vida de forma negativa (por ejemplo, https://fetlife.com/groups/50700 ). Cuando me enteré del gran éxito de “50 Sombras”, allá por abril de este año (2012), yo daba los últimos toques a mi novela erótica Juegos de amor y dolor. Me alegró mucho la noticia porque mi obra tiene mucho en común con “50 Sombras”: también es una historia de amor que gira en torno al sadomasoquismo, contada desde el punto de vista de una joven masoquista de unos 20 años de edad. Hay otras cosas en común, pero también otras en las que las dos novelas difieren radicalmente. Por ello llevo algún tiempo preguntándome si el éxito de “50 Sombras” pronostica o no el éxito de mi propia novela. Doy a continuación una lista de las cosas que, en mi opinión como escritor, son la causa del éxito de esa novela. Razones del éxito La trama está muy bien concebida: hay suspense y tensión desde el principio al final. En cualquier obra de ficción la clave del éxito consiste en crear un conflicto que involucre emocionalmente al lector. En esta novela el conflicto se establece en base a crear dos personajes contrapuestos, la inocente Anastasia y el millonario pervertido Christian Grey, que persiguen dos cosas distintas. Grey quiere convertir a Anastasia en su sumisa. Anastasia desea el amor del Grey y siente deseos encontrados sobre si participar o no en sus juegos sadomasoquistas. El sexo es mucho más interesante cuando se da en el contexto de una historia de amor. Esta es la clave del éxito del género de romance o novela rosa, que tanto atractivo ejerce sobre las mujeres. Curiosamente, esta sencilla fórmula se ignora sistemáticamente en las novelas eróticas, donde los personajes muestran pasión por una cierta actividad erótica pero no se enamoran entre sí. Por ejemplo, en Historia de O, resulta difícil convencerse a uno mismo de que O quiere realmente a René, y Sir Stephen anuncia repetida y enfáticamente que no la ama. Lo mismo se puede decir de otros clásicos del erotismo como Emmanuelle, donde cuando se da el amor se presenta como algo lejano y superfluo a la trama de la novela. La tensión entre los dos personajes principales se traduce bien a las escenas de sexo. Anastasia quiere dejarse seducir por las fantasías sadomasoquistas de Christian, pero le tiene demasiado miedo al dolor y es demasiado orgullosa para dejarse sojuzgar. Por lo tanto, cuando se produce una escena sadomasoquista tiene lugar bajo tanta tensión que una simple azotaina produce un gran impacto emocional en el lector. Con esto se consigue excitar al lector sin herir su sensibilidad, como ocurriría si las escenas de sadismo fueran más duras. Se lleva al lector a identificarse con la protagonista, a base de usar muy bien una serie de técnicas de ficción. Éstas incluyen el establecer a Anastasia como el único punto de vista: todo lo que ocurre en la historia lo experimentamos a través de su visión subjetiva. Esto se acompaña del uso de la primera persona y del tiempo presente, una combinación que considero irreal (es imposible que la protagonista nos cuente lo que le ocurre al mismo tiempo que le está sucediendo) pero que se ha usado con éxito en otras novelas como la trilogía de “Los juegos del hambre”. Por otro lado, Anastasia es una chica corriente - sólo hasta bien entrados en la historia nos damos cuenta de que es inusualmente guapa e inteligente - por lo que no le resulta difícil al lector meterse en su piel, sobre todo a las mujeres. Buena representación de los conflictos internos de la protagonista. El hecho de que el conflicto exterior entre Anastasia y Christian se traduzca en un enfrentamiento interno dentro de Anastasia le da profundidad y credibilidad a la historia, multiplicando al tiempo su impacto emocional. Anastasia vacila entre su atracción por Christian y las claras señales de que él representa un grave peligro para ella. La compresión de este conflicto interno se facilita al recurrir a dos personajes dentro de Anastasia, su “subconsciente”, que en realidad es un super-ego freudiano que encarna las convenciones sociales y la educación represiva, y la “diosa interior”, la faceta de su personalidad que quiere perseguir sin trabas el placer, la belleza y la aventura. La trama es impredecible. De hecho, yo estaba convencido de que Anastasia acabaría firmando el contrato que le ofrece Christian Grey. Es sorprendente que no lo haga, dada la desigualdad de fuerzas entre ella y Christian. El hecho de que la historia no vaya donde espera el lector mantiene el suspense hasta el final. La riqueza exuberante induce una atracción casi pornográfica sobre muchos lectores. Esto es algo que no comparto: yo encuentro la ostentación de la riqueza de mal gusto, pero tengo que reconocer que en esto soy diferente a la mayor parte de la gente. Es cierto que el ser rico abre las puertas a muchas experiencias interesantes, como volar en helicóptero o en planeador. También sirve para establecer un desequilibrio de poder más acusado entre Grey y Anastasia. Pero encuentro decepcionante como ella acaba por dejarse seducir por el dinero, a pesar de todas sus protestas. Problemas de 50 Sombras de Grey Aunque mi intención era sobre todo el investigar las razones del éxito de esta novela, no quiero terminar sin señalar algunos de sus múltiples defectos. Los dos libros siguientes de la trilogía son mucho peores que el primero. Los aciertos que he señalado antes se refieren al primer libro pero no al segundo, que tiene una trama más bien insulsa y predecible. He oído que el tercero es incluso peor, pero me quedé tan decepcionado al acabar el segundo libro que decidí no comprármelo. La calidad literaria de la novela es baja, se repiten demasiado determinadas palabras, frases hechas y metáforas. Hay errores gramaticales garrafales (mi favorito: “cariña”, que aparece en la versión original en inglés, no es una palabra en español). Y aunque algunas escenas de sexo del primer libro son muy excitantes, otras se repiten una y otra vez sin apenas variaciones y llegan resultar muy aburridas. La novela ofrece una visión negativa y falsa del sadomasoquismo, a pesar de que a menudo se la presenta como una introducción al sadomasoquismo para el público general. La opinión de la autora parece coincidir con la de Anastasia: algunos juegos suaves como las azotainas, los ojos vendados y el “bondage” ligero están bien como jugueteo preliminar para el sexo - lo que ella llama en inglés “kinky fuckery”, algo así como “jodienda perversa”. Pero el sadomasoquismo auténtico, el que utiliza instrumentos como varas o palas que producen un dolor intenso, o ataduras incómodas, y para qué hablar de los juegos psicológicos de dominancia y sumisión… eso sólo lo hacen personas enfermas. Por si quedaba alguna duda en el primer libro, en el segundo se deja bien claro que Christian Grey es un enfermo mental, como lo es su iniciadora Elena y lo son las mujeres que se han sometido a él antes de que Anastasia apareciera para salvarlo. Se perpetúa así un estereotipo que los sadomasoquistas creían haber derrotado cuando en Estados Unidos los psicólogos dejaron de clasificar el sadomasoquismo como enfermedad mental. El libro perpetúa una visión trasnochada de la pareja, donde los celos y la posesividad se confunden con el amor, donde se justifica que un hombre acose a una mujer y quiera controlar su vida y privarla de sus amigos, y dónde los que se desvían de estas pautas de conductas son locos o depravados. Se refuerzan así mismo estereotipos sexistas: la mujer (Anastasia) es más débil, más pobre, más indefensa y más ignorante que el hombre (Christian Grey), y lo mejor que le puede pasar en la vida es acabar casándose con él… por la Iglesia, por supuesto.
- Detectando el sub-space con un pulsioxímetro
Mi experiencia con estados alterados de consciencia producidos al clavarme agujas Este artículo fue publicado en 4 de mayo del 2014 en mi antiguo blog, con el título "Las agujas". La sesión con Diana que aquí describo tuvo lugar unos meses antes. Jugando con agujas -¿Entonces, qué? ¿Te pongo las agujas? -me preguntó Diana. -¡Venga, sí! -respondí con entusiasmo. El clavar agujas hipodérmicas para inyecciones parece ser la moda en círculos sadomasoquistas. FetLife.com y otros sitios de la red están llenos de fotos de chicas con agujas clavadas en los pechos o en la espalda formando bellas configuraciones. A mí ya me las habían puesto hacía tiempo. Una vez que me, a falta de algo mejor que hacer en una fiesta sadomasoquista, accedí a que me las pusiera una mujer. Yo había anticipado que me doliera bastante más de los “floggings” y “canings”. Sin embargo, no fue así: dolían, pero no demasiado. Lo malo es que el dolor no tuvo las cualidades eróticas de las otras prácticas sadomasoquistas, por lo que descarté el dejar que me pusieran agujas en el futuro. Sub-space de endorfinas y de adrenalina Sin embargo, lo que Diana y yo queríamos hacer en ese cuarto de hotel aquella tarde era algo distinto. Desde hacía varios meses, habíamos mantenido una interesante correspondencia sobre los estados alterados de consciencia que se pueden inducir durante una sesión SM, el llamado "sub-space". Diana sabe algo de fisiología, porque es enfermera, y utiliza el dolor de las sesiones SM para combatir la depresión. Yo, por mi parte, me dedico a investigar la fisiología del dolor y cómo se modula el dolor por distintos estados mentales. Los dos habíamos llegado a la conclusión de que durante las sesiones SM se produce analgesia (disminución del dolor) por dos mecanismos distintos: liberación de endorfinas y liberación de adrenalina. Las endorfinas son unos péptidos que activan los receptores opiáceos, que es donde actúan las drogas analgésicas más potentes, como la morfina. La adrenalina se libera en la sangre en situaciones de estrés, pero dentro del sistema nervioso también participa en determinadas vías nerviosas que producen analgesia. La adrenalina y las endorfinas afectan al ritmo cardíaco Diana había descubierto algo fascinante: cuando se produce analgesia por endorfinas el ritmo cardíaco disminuye, mientras que la analgesia por adrenalina viene acompañada por una aceleración de los latidos del corazón. Yo tenía mis dudas, pero me parecía que estaba sobre la pista de algo importante. Diana había ido incluso más lejos. Usando técnicas de auto-hipnosis y bio-feedback, había conseguido producir la liberación de adrenalina a voluntad, no sólo bajo los efectos del dolor. También podía liberar endorfinas, aunque no siempre lo conseguía. Me hizo una demostración allí mismo, usando un aparatito llamado pulsioxímetro. Es como una pinza que se pone en un dedo y que tiene una pantalla donde se puede leer el ritmo cardíaco y el nivel de oxigenación de la sangre. Ante mi asombro, contemplé como en pocos minutos conseguía llevar su pulso desde su nivel normal de 70 latidos por minuto a más de 100. -Ésta es la respuesta de adrenalina -me dijo sin aliento, como si acabara de correr-. Voy a ver si me sale lo de las endorfinas. Su bajada de ritmo cardíaco fue bastante menos impresionante: de 70 a alrededor de 60. Decidimos ver si conseguíamos inducirla por dolor. Diana se desnudó y se arrodilló en la cama, ofreciéndome su trasero. Yo empuñé mi mejor “cane”. Le pegué fuerte desde el principio, pues ella me había insistido en que necesitaba el dolor. Esta vez pudimos leer en el pulsioxímetro una bajada decente del pulso cardíaco. Diana me pone el pulsioxímetro y me clava agujas Ahora me tocaba a mí. Ella me había dicho que no sabía usar la vara, pero estaba segura de que podía inducirme un estado alterado de consciencia con las agujas. Me puso el pulsioxímetro en el dedo y me dijo que no lo mirara para no influenciar los datos. Ella me diría al final lo que había observado. Se puso a sacar de su bolsa de juguetes algodón, alcohol y ristras de agujas hipodérmicas en sus paquetes estériles. Me enseñó unas con conector amarillo y me dijo que si no me producían bastante dolor usarías las verdes, que eran más gruesas. No hizo falta. La primera aguja que me puso en el pecho me produjo un buen pinchazo y el dolor cuando volvió a atravesar la piel al salir casi me hizo gritar. Las agujas se ponen paralelas a la piel, recorriendo un tramo por debajo y luego volviendo a sacar la punta, como una puntada de hilo en la ropa. Después de ponerme tres agujas en el pectoral derecho, separadas un centímetro, Diana se levantó de la cama. -¡Lo que nos hace falta aquí es música! -declaró-. ¿Qué tipo de música te gusta? -Pues a mí lo que más me gusta es el rock sinfónico de los años 70 -dije sin muchas esperanzas-. Ya sabes: Pink Floyd, Genesis, Yes, Emerson, Lake y Palmer… ¿Y a ti? Ella se limitó a sonreírme. Era bastante más joven que yo. Se me ocurrió que a lo mejor ni siquiera sabía de qué tipo de música le estaba hablando. -Pero en realidad me gusta cualquier tipo de música -me apresuré a aclarar-… Bueno, menos el jazz, que no me suele gustar demasiado. -Voy a abrir Pandora en mi ordenador, a ver qué encontramos -dijo, enigmática. Cuando lo hizo empezó a sonar una guitarra acústica. -Suena a música española… -aventuré a decir. Ella no contestó. Se volvió a arrodillar junto a mí y me clavó otra aguja. Reconocí la voz del cantante en cuanto empezó: Ian Anderson de Jethro Tull. -¡Jethro Tull! -exclamé. Diana sonrió mientras preparaba otra aguja. -Sí. Te he puesto tu rock sinfónico. A mí también me gusta, mis padres lo escuchaban todo el tiempo cuando era niña. Entro en el sub-space La música cambió completamente la experiencia para mí. Entró una guitarra eléctrica muy estridente, y de repente la música y el dolor de las agujas se volvieron una sola cosa, algo trascendental y sublime. La música sonaba con una claridad increíble, aunque los altavoces del portátil de Diana no eran gran cosa. Nunca había oído esa canción, pero me gustaba mucho, sobre todo la parte en que Ian Anderson se pone a tocar su flauta travesera y a gritar al mismo tiempo. Siguieron canciones de Moody Blues y de Pink Floyd, algunas del álbum The Wall que tenían la misma cualidad desgarradora que la de Jethro Tull. Diana me había puesto otra ristra de agujas en el pectoral izquierdo, las había engarzado con una hebra y se había puesto a tirar de ella para hacerme más daño, mirando el pulsioxímetro con aire ligeramente decepcionado. Pero a mí me daba igual, me encontraba en un extraño paraíso-infierno en el que el dolor era bello, la música me dolía, y todo era fantástico. Era un estado alterado de consciencia al que ya me había acercado alguna vez. Era lo que había querido experimentar. Resultados Cuando terminamos, Diana me dijo que el pulsioxímetro no había detectado grandes variaciones en mi ritmo cardíaco. Sólo algunas subidas desde 60 pulsaciones por minuto hasta pasadas las 70 cuando me había visto más exaltado. -Creo que has tenido respuesta de adrenalina, pero hay algo en ti que estabiliza tus respuestas fisiológicas, incluso cuando sientes bastante dolor. -Bueno, date cuenta que yo hago escalada, así no es tan fácil asustarme. Además, llevo muchos años practicando Zen, que te enseña a equilibrar tu estado mental. Pero lo importante es que yo experimenté un estado alterado de consciencia, y fue precioso. El dolor está adquiriendo un significado distinto para mí. Días más tarde averigüé que la canción de Jethro Tull que me había gustado tanto es My God, una de las más antiguas de ese grupo. Desde entonces la he vuelto a escuchar muchas veces, pero nunca suena tan bien como cuando tenía clavadas las agujas.
- Follada mental en el BDSM: seguridad, consentimiento e indefensión aprendida
¿Puede el mind-fucking evocar trauma, romper el consentimiento o inducir indefensión aprendida? Seguridad Establecer cuándo una follada mental es segura, sensata y consensuada puede ser complicado. Son cosas que están bastante claras cuando se trata de actividades físicas como los juegos de impacto o el bondage, pero cuando se trata de cuestiones mentales, es una cuestión completamente distinta. Lo que es bueno para una persona puede resultar traumático para otra. La follada mental presenta desafíos únicos y problemas de seguridad que no deben tomarse a la ligera. Si las cosas salen mal, se puede producir un gran daño emocional. Y, si bien el daño físico suele sanar, el daño emocional puede durar toda la vida. El principal peligro es despertar viejos traumas al tropezar con minas emocionales. Este término se refiere a situaciones que hacen que la persona sumisa recuerde situaciones traumáticas. A menudo, la persona sumisa no es consciente de cuáles pueden ser estas minas emocionales, por lo que no podrá etiquetarlas como límites durante la negociación de la sesión. En el estado de hipersensibilidad inducido por la follada mental, cualquier cosa puede convertirse en una mina emocional: un determinado acto, una frase, un objeto, la ropa, etc. ¿Deberían someterse a la follada mental personas con traumas psicológicos? Las personas con antecedentes de abuso y trauma psicológico harían mejor en abstenerse de la follada mental. O, al menos, deberían proceder de forma gradual, con sesiones cortas y leves. Incluso las personas sin antecedentes de trauma deben ser conscientes de los efectos que la follada mental puede tener sobre ellos, no sólo durante la sesión, sino también en su vida emocional. ¿Se están volviendo más resistentes o más sensibles? ¿Están adquiriendo una docilidad que está minando su vida profesional y social? Todo esto impone una gran responsabilidad al dominante que realiza la follada mental. Tiene que ser plenamente empático con la persona sumisa, leyendo constantemente su estado de ánimo. La follada mental puede provocar respuestas completamente inesperadas. La persona dominante tiene que estar preparada para parar la sesión y devolver a la persona sumisa a la realidad si hay problemas. Consentimiento Según Planned Parenthood, el consentimiento debe ser libre, reversible, informado, entusiasta y específico. La follada mental presenta algunos problemas en cuanto a ser informada y específica porque esto requeriría que la persona sumisa esté plenamente informada de lo que vaya a suceder en la sesión. Pero, dado que la follada mental a menudo a menudo se basa en el engaño, proporcionar parte de esta información arruinaría el juego. Dado que la follada mental se negocia sin que la persona sumisa sepa lo que va a pasar, se podría considerar que implica un cierto no consentimiento consensual (CNC), porque los sumisos tienen que dar un consentimiento general sobre cosas que no conocen. Sin embargo, esto no es necesariamente cierto, ya que la persona sumisa todavía tiene la capacidad de establecer límites sobre lo que puede incluirse en la follada mental. Se debe informar a las personas sumisas que la sesión incluirá sorpresas, trucos, desinformación y mentiras. A la vista de eso, podrán elaborar una lista de límites, sobre todo emocionales. Es muy recomendable establecer una palabra de seguridad que la persona sumisa podrá utilizar en caso de que su situación emocional se vuelva abrumadora. Aun así, las palabras de seguridad no son completamente confiables en la follada mental porque, para usarlas, el bottom tiene que saber lo que está pasando, y a menudo ese no es el caso. Esto no significa que las palabras de seguridad no sirvan para nada. Junto con la negociación y los límites, deberán considerarse como distintas formas de protección. La negociación deberá centrarse en las minas emocionales y los traumas del pasado. El consentimiento no es válido si la persona sumisa tiene una visión deformada de la realidad. Esto significa que hay que sacar a la persona sumisa de la follada mental antes de negociar la siguiente sesión. Por eso, creo que las folladas mentales prolongadas (que duran varios días) presentan problemas éticos. La capacidad de la persona sumisa de retirar su consentimiento puede verse comprometida. Para la persona dominante, el control mental puede ser una tremenda experiencia de empoderamiento y una tentación para el abuso. Incluso con las mejores intenciones, se puede caer en el abuso emocional por ignorancia. Los dominantes debe hacer de introspección sobre sus motivos para realizar una follada mental, considerando cómo se sentirían si se la hicieran a ellos. Lecturas sobre abuso psicológico y bienestar emocional pueden ayudar. A continuación enumero algunos de los problemas que pueden ocurrir en una follada mental. Ataques de pánico Un ataque de pánico es un estado de angustia emocional grave que suele ir acompañado de dificultad para respirar, movimientos incontrolados, reacciones exageradas e incapacidad para hablar. Si la persona sumisa ha tenido ataques de pánico en el pasado, deberá explicar cómo sucedieron y cuáles son los posibles desencadenantes. Se debe planificar qué hacer si suceden. Sin embargo, los ataques de pánico pueden ocurrir incluso en personas que no los han experimentado antes. La follada mental crea un estado de sensibilidad emocional que quizás no hayan experimentado antes. Congelamiento (freezing) La conducta de congelación es una reacción de estrés presente en muchos animales, que consiste en volverse incapaces de moverse. No es una verdadera parálisis. Más bien, se siente como una profunda aversión a moverse o decir algo. En los casos extremos, la persona siente un bloqueo, una incapacidad para decidir cómo moverse. Su origen evolutivo es camuflar a un animal cuando un depredador se le aproxima. La conducta de congelación es diferente de la inmovilidad tónica, tanatosis o muerte fingida, que ocurre cuando un animal ha sido atrapado por un depredador y deja de luchar e intentar escapar. También es diferente del desmayo, que es un “síncope vasovagal” desencadenado por emociones fuertes, estrés físico, dolor visceral y pérdida de sangre (Carli and Farabollini, 2021). La conducta de congelación es lo opuesto a la reacción de lucha-huida, aunque ambas son respuestas al miedo. La congelación activa el sistema parasimpático y disminuye la frecuencia cardíaca, mientras que la lucha/huida activa el sistema simpático y libera adrenalina en la sangre, lo que aumenta la frecuencia cardíaca (Roelofs, 2017). La congelación no es muy útil en los seres humanos, ya que impide reaccionar ante un peligro inminente, y también comunicarse. Al congelarse, las personas dejan de hacer lo que estén haciendo y se quedan inmóviles, sin capacidad de responder. No pueden decir la palabra de seguridad y mucho menos explicar lo que les está sucediendo. La congelación puede indicar un ataque de pánico inminente, especialmente si va acompañada de dificultad para respirar. Esto debería tomarse en serio y detener la sesión. Sin embargo, la conducta de congelación no siempre es mala. Está mediada por una vía neuronal que conecta a las vías del dolor en el núcleo parabraquial con la amígdala, el área cerebral que media el miedo (Sato et al., 2015). A su vez, la amígdala conecta con la sustancia gris periacueductal (PAG) (Roelofs, 2017), que es el inicio de la vía neuronal que libera endorfinas para inhibir el dolor. Diferentes partes del PAG están involucradas en la lucha/huida y la conducta de congelación (Morgan et al., 1998; McDannald, 2010). Por tanto, la conducta de congelación puede ser un precursor del espacio de sumisión mediado por endorfinas. Sin embargo, la congelación es diferente del espacio de sumisión. Una persona congelada tiende a estar rígida y en silencio, mientras que una persona en el espacio de sumisión está relajada y emite sonidos incoherentes. La conducta de congelación puede ocurrir durante una follada mental cuando la estimulación o la tarea de la persona sumisa se vuelven abrumadoras. Las emociones fuertes, como el miedo, el dolor y la vergüenza, pueden provocar congelación. La mente se vuelve incapaz de realizar la tarea o procesar los estímulos y se apaga. La congelación es fácil de detectar en sesiones de follada mental que involucren la participación activa del sumiso, como ejercicios mentales, experiencias humillantes, tareas imposibles y el humor. Si la persona sumisa deja de actuar es señal de que algo anda mal. Cuando las personas sumisas desempeñan un papel pasivo, como en los juegos de engaño o en los predicamentos, la persona dominante necesita prestarles atención constante para ver si se congelan. Indefensión aprendida La indefensión aprendida ocurre cuando un animal es expuesto repetidamente a un estímulo aversivo sobre el cual no tiene control. El estímulo aversivo habitual es una descarga eléctrica, que es desagradable pero no dolorosa, como la descarga que a veces recibimos cuando tocamos un coche después de adquirir una carga estática. Los experimentos iniciales sobre la indefensión aprendida fueron realizados por Martin Seligman en 1967 con perros (Seligman, 1972). Sin embargo, la mayoría de los estudios posteriores se realizaron en ratas y ratones. El experimento básico utiliza a los animales en parejas donde ambos animales reciben descargas de la misma intensidad y duración. La única diferencia es que uno de los animales puede presionar una palanca para detener el choque cuando una luz o sonido de advertencia anuncia que se acerca, mientras que el otro animal no tiene control y por lo tanto queda sujeto a los caprichos del primer animal. Este segundo animal desarrolla una indefensión aprendida, que consiste en que aprende a no intentar evitar estímulos desagradables. Incluso cuando se lo coloca en un nuevo entorno en el que es fácil escapar de la sensación desagradable, el animal no intenta hacerlo. Es importante destacar que los animales con indefensión aprendida muestran una disminución en su capacidad de aprender. Esta sería una gran idea para un experimento de follada mental, ¿no? Habría dos personas sumisas. Una decide con qué instrumento le van a golpear y con qué fuerza. La otra recibe los mismos golpes que la primera. Claramente, la segunda estaría sometida a una follada mental tanto por parte del dominante como de la primera persona sumisa, quien podría decidir recibir algunos azotes particularmente desagradables sólo para que la otra persona los reciba. Los estudios de indefensión aprendida se interpretaron como que el control que tiene un animal sobre su entorno es clave para determinar su estado mental y su capacidad de aprender. Algunos científicos pensaron que esto podría ser un modelo de depresión o trastorno de estrés postraumático, que se desencadenaría cuando las personas tienen que lidiar con entornos laborales o sociales sobre los que carecen de control. ¿Induce la follada mental indefensión aprendida? Si fuera cierto que la follada mental induce indefensión aprendida, esto sería un peligro para la integridad psicológica de la persona que la experimenta. El objetivo de la follada mental es inducir en la persona sumisa un estado de derrota y rendición, que es precisamente lo que consigue la indefensión aprendida. Ciertamente, durante la follada mental la persona sumisa experimenta una pérdida de control y es sometida a estímulos aversivos como azotes o bondage. En otras actividades BDSM, la capacidad del bottom para detener la escena con la palabra de seguridad proporciona un cierto control, pero en la follada mental la pérdida de control es el objetivo. ¿Podría una follada mental inducir depresión en quien la sufre? Quizás esto podría explicar el bajón se sumisión que se produce un par de días después de una sesión BDSM. Sin embargo, la interpretación moderna de la indefensión aprendida disipa estos miedos. Resulta que la indefensión no es aprendida, como se pensaba antes, sino que es el estado básico del cerebro (Maier and Seligman, 2016). Son los estímulos aversivos los que provocan pasividad en el animal, que está mediada por neuronas liberadoras de serotonina en el núcleo rafe dorsal (Maier and Watkins, 2005). La impotencia ya está presente desde el principio, no se aprende. Lo que el animal aprende en realidad es que tiene control sobre el estímulo aversivo, y esto lo motiva a escapar de él. El darse cuenta de que se tiene control provoca una inhibición del rafe dorsal por el córtex prefrontal ventromedial, un área del cerebro involucrada en la toma de decisiones. La indefensión aprendida también ocurre en humanos, pero los procesos cognitivos del córtex prefrontal juegan un papel más importante que en los animales. Seligman realizó un estudio en estudiantes universitarios con y sin depresión (Klein et al., 1976). Enfrentarse con problemas mentales imposibles de resolver causó déficits de aprendizaje en ambos grupos de estudiantes. Sin embargo, cuando se les dijo a los estudiantes que su fracaso de debía a la dificultad del problema, y no a su incompetencia, este déficit de aprendizaje desapareció. Un estudio más reciente (Taylor et al., 2014) mostró que activar el córtex prefrontal dorsolateral con estimulación magnética transcraneal (EMT) revierte los déficits cognitivos y motivacionales producidos por la falta de control sobre estímulos aversivos. El evaluar posteriormente una experiencia de impotencia revierte sus efectos (Cemalcilar et al., 2003). Éste es el dato crucial que debemos tener en cuenta al considerar si la follada mental induce indefensión aprendida. Nuestras capacidades cognitivas pueden contrarrestar los reflejos condicionados que constituyen la indefensión aprendida. Por mucho que me guste la follada mental, estos estudios científicos indican que podría desencadenar indefensión aprendida si no tenemos cuidado. Esto es más probable con folladas mentales repetidas que constantemente ponen a la persona sumisa en un estado de falta de control. Sin embargo, los seres humanos gozamos de un sofisticado control del córtex prefrontal sobre el núcleo rafe dorsal que media en la indefensión aprendida. Esto quiere decir que el contexto emocional, social y cognitivo en el que ocurre una sesión supone una gran diferencia. De la misma manera que podemos sumirnos en una novela o una película que nos resulta enormemente perturbadora, también podemos hacer una sesión de BDSM mental y salir ilesos. De hecho, una follada mental bien hecha podría protegernos de los problemas psicológicos causados por experiencias de impotencia en la vida real. Cuidados posteriores y revelación de la verdad No debemos permitir que la follada mental nos cree hábitos emocionales de sentirnos derrotados y subyugados. Esto quiere decir que al final de la sesión se debe permitir que la persona sumisa recupere su autoestima. Esto se puede lograr procesando la follada mental de tal manera que le devuelva el control y le permita recordar la sesión como una victoria personal. Por lo tanto, la follada mental requiere un tipo especial de cuidados posteriores cuyo objetivo sería restaurar el sentido de la realidad, la estabilidad emocional y la autoestima de la persona sumisa. Esto implica revelar cualquier engaño que haya tenido lugar durante la follada mental, especialmente si fue algo que llevó a la persona sumisa al fracaso o la vergüenza. Esto debe revertirse haciendo que se sientan bien consigo mismos, porque se les ordenó hacer algo difícil o imposible, o soportar condiciones muy duras. Éste es también el momento de analizar cosas que la persona sumisa podría haber descubierto sobre sí misma durante la sesión, y cualquier otra cosa que pueda ser curativa y transformadora. Se debe elogiar a la persona sumisa y enfatizar los elementos positivos de la sesión. Una de las mejores cosas que pueden hacer es reírse de lo sucedido. Resiliencia La resiliencia es la capacidad de soportar situaciones difíciles y de recuperarse de ellas. Una follada mental seguida de la recuperación del control y la revelación del engaño podrían crear resiliencia y generar estabilidad emocional para enfrentarse a los desafíos de la vida. Esto es similar a la forma en que utilizamos las historias de novelas y películas como entrenamiento para los factores estresantes de la vida. Desde los albores de nuestra especie, los humanos hemos usado historias para aprender y desarrollar resiliencia ante el estrés. Pare eso servían las historias de miedo que nos contaban de niños. Al principio nos aterrorizaban, pero luego nos volvían gradualmente inmunes al miedo suscitado por nuestra propia imaginación. No sólo eso, sino que empezábamos a desear el subidón de adrenalina que proporcionan. De manera similar, la follada mental es un simulacro de abuso emocional que nos ayuda a desarrollar resiliencia cuando determinadas personas intentan hacernos daño y destruir nuestro sentido de la realidad. Referencias Carli G, Farabollini F (2021) Cardiovascular correlates of human emotional vasovagal syncope differ from those of animal freezing and tonic immobility. Physiology & behavior 238:113463. Cemalcilar Z, Canbeyli R, Sunar D (2003) Learned helplessness, therapy, and personality traits: an experimental study. J Soc Psychol 143:65-81. Klein DC, Fencil-Morse E, Seligman ME (1976) Learned helplessness, depression, and the attribution of failure. Journal of personality and social psychology 33:508-516. Maier SF, Watkins LR (2005) Stressor controllability and learned helplessness: the roles of the dorsal raphe nucleus, serotonin, and corticotropin-releasing factor. Neurosci Biobehav Rev 29:829-841. Maier SF, Seligman ME (2016) Learned helplessness at fifty: Insights from neuroscience. Psychol Rev 123:349-367. McDannald MA (2010) Contributions of the amygdala central nucleus and ventrolateral periaqueductal grey to freezing and instrumental suppression in Pavlovian fear conditioning. Behav Brain Res 211:111-117. Morgan MM, Whitney PK, Gold MS (1998) Immobility and flight associated with antinociception produced by activation of the ventral and lateral/dorsal regions of the rat periaqueductal gray. Brain Research 804:159-166. Roelofs K (2017) Freeze for action: neurobiological mechanisms in animal and human freezing. Philos Trans R Soc Lond B Biol Sci 372. Sato M, Ito M, Nagase M, Sugimura YK, Takahashi Y, Watabe AM, Kato F (2015) The lateral parabrachial nucleus is actively involved in the acquisition of fear memory in mice. Molecular brain 8:22. Seligman ME (1972) Learned helplessness. Annual review of medicine 23:407-412. Taylor JJ, Neitzke DJ, Khouri G, Borckardt JJ, Acierno R, Tuerk PW, Schmidt M, George MS (2014) A pilot study to investigate the induction and manipulation of learned helplessness in healthy adults. Psychiatry research 219:631-637.
- El cuchillo
En el BDSM, la follada mental es un juego en el que se lleva a la sumisa a un estado de vulnerabilidad usando emociones como el deseo, el miedo y la vergüenza. Escena de mi novela La tribu de Cecilia. Martina caminó con paso decidido hasta un bar que había a la vuelta de la esquina. Era uno de los miles de bares que hay en Madrid, de esos que huelen a gambas a la plancha y tienen el suelo perpetuamente cubierto de serrín, servilletas de papel y palillos de dientes. Marina se sentó en un taburete en la barra y pidió dos cañas, sin siquiera preguntarle lo que quería. Elena se sentó a su lado, mirando incómoda a su alrededor. Había varios hombres maduros y una pareja de mediana edad. Un chico joven destruía marcianitos con saña en un videojuego, con un molesto zumbido de láseres y explosiones de granadas espaciales. Menos él, todos parecían mirarlas y desviar la mirada en el último momento cuando los escudriñaba. Martina la miraba a ella con aire tranquilo. -Se te nota algo nerviosa, princesa. ¿Qué pasa, no vas mucho de bares? -¡Oh sí, muchas veces! … No, lo que pasa es que no sé qué hacemos aquí. -¿Quieres volver a la reunión? -No… Creo que hicimos bien en salirnos. -Sí, estaba a punto de organizarse una buena. No sé si te diste cuenta, pero todas empezaban a mirarte con cara de jabalí. Elena soltó una risita. -Creo que ya me miraban así desde el principio. -Es que no están acostumbradas a ver a princesitas como tú en esas reuniones. -Te estás pasando un poco con lo de llamarme princesa. -Pero te gusta que te lo diga, ¿a que sí? -¿Cómo lo sabes? -Se te nota. -¿Qué pasa, que estás intentando ligar conmigo? Soy una mujer casada, ya sabes. Martina le cogió la barbilla y al miró a los ojos. -Vas a tener que decidirte, princesa. ¿Qué quieres ser, una señora casada o una lesbiana sadomasoquista? Elena sacudió la cabeza para desprenderse de ella. -Una lesbiana sadomasoquista -dijo mirando a Martina con lo que quería ser una expresión insolente. -¡Pues entonces no me vengas con eso de que eres casada, joder! Estamos hablando tranquilamente, como colegas lesbianas sadomasoquistas, ¿no? ¡Pues no te formes más rollos! -Muy bien, pues hablemos de lesbianismo, entonces. ¿Tú sales con alguna chica? -Tengo varias amigas que me dejan que las ate, les dé unos azotes y les coma el coño… Pero no salgo con ninguna que sea mi novia. Paso del rollo de las pareja formales. ¿Y tú? ¿Le pones los cuernos a tu marido con alguna mujer? -Pues sí… -¿Una chica tan guapa como tú? -Sí, es muy guapa, aunque no nos parecemos en nada. -O sea, que tengo dura la competencia. Elena se rio, asombrada por su desparpajo. -¡Pero bueno, tía, tú de qué vas! ¿Me estás tirando los tejos? Ya sé que te gusto, me lo has dejado clarísimo, pero tú a mí no. -¡No, claro! A ninguna le gusta la gorda de Martina -dijo sin ningún tipo de amargura-. Lo he oído mil veces… Y, a pesar todo, muchas acaban cayendo. Yo misma no me lo explico. -Pues yo no voy a caer. Así que vete haciendo a la idea. Martina se encogió de hombros. -No pasa nada. Me doy por más que satisfecha. A fin de cuentas, aquí estoy, tomándome una caña con una rubia preciosa que además es lista y me cuenta cosas alucinantes. Eso ya, de por sí, es una experiencia difícil de olvidar. -Me alegra que lo veas así. A mí también me gusta hablar contigo. Les trajeron las cañas. Martina tomó un largo sorbo de la suya. Elena hizo un esfuerzo por acabarse la primera. Habían acabado de jugar a los marcianitos y se podía oír la radio, una canción de Dire Straits que conocía muy bien: Six Blade Knife. Martina sacó una billetera de su pesado chaquetón de cuero. Dejó dos billetes sobre la barra y cogió un tercero, un billete verde de mil pesetas, y lo estiró entre los dedos de las dos manos frente a ella. -Te doy mil pelas por tus bragas. Se le atragantó la cerveza, que le salió de la boca en un chorro que pasó a escasos centímetros la pierna de Martina. -¡Tú está colgada, tía! -dijo con voz ronca cuando acabó de toser. -No, te lo digo en serio -dijo moviendo el billete como un acordeón-. Lo más probable es que no nos volvamos a ver y quiero tener un recuerdo tuyo. -¡Y tiene que ser precisamente mis bragas! -Bueno, como te puedes figurar, yo tengo gustos un poco extraños -le dijo con una sonrisa tranquila. En realidad no eran tan extraños. Elena se acordó de algunas cosas parecidas que había hecho. Leyó el deseo en los ojos de Martina, el mismo deseo arrebatador que había sentido ella. La conmovió sentirse tan deseada. -No, si te entiendo. Yo también he jugado a ese juego alguna vez. Pero no me hace falta tu dinero. -Eso es lo malo que tenéis las pijas, que no os falta de nada. Fue la canción Six Blade Knife la que le dio la idea. -Pues sí hay algo tuyo que me molaría tener. Tu cuchillo. Martina arqueó las cejas y afirmó lentamente con la cabeza. Apartó el chaquetón y pasó la mano por el cuchillo de caza que llevaba colgando del cinturón. -¡Mi cuchillo, dice la muy jodida! Sabes ir directamente a donde duele, ¿eh? Para que te enteres, nena, este cuchillo vale bastante más de mil calas. -¿Y qué te crees, que yo me voy a conformar con cualquier chuchería? Quien algo quiere, algo le cuesta. -No lo entiendes: éste no es un simple cuchillo. Dice quién soy, es mi señal de identidad. -Ya me he dado cuenta. Precisamente por eso lo quiero. Yo también quiero llevarme un recuerdo tuyo. -Además, tiene su historia… Digamos que posee un gran valor sentimental para mí. -Pues mis bragas también lo tendrán, ¿no? ¿No es precisamente por eso por lo que las quieres? Martina la miraba ceñuda, dudando. Por fin pareció llegar a una decisión. -Vale, mi cuchillo a cambio de tus bragas. Pero me tienes que dejar que te las quite yo. Elena no sabía si sentirse alagada o recelosa. -¿Aquí? ¿En mitad del bar? -En los servicios… ¿Qué, princesa? ¿Hay trato o no hay trato? El corazón le latía deprisa. ¿En qué tipo de aventura se había metido? Pero, después de tanto regatear, iba a quedar como una tonta caprichosa si se echaba atrás. -Vale, hay trato. -Pues entonces te vas a los servicios y me esperas allí. No eches el pestillo. En un par de minutos voy yo. Cogió su bolso y su chaqueta con aire decidido y se dirigió a la parte de atrás del bar. Por suerte había un servicio de señoras separado del de caballeros. Era un cuartucho diminuto y maloliente, con luz de neón, un lavabo y un retrete. Dejó el chaquetón y el bolso en el suelo y cerró la puerta sin echar el pestillo, como le había dicho Martina. Se abrazó a sí misma, inquieta, mirándose en el espejo desvaído. ¿Estaba cometiendo una locura? ¿Se podía fiar de Martina? A fin de cuentas, no la conocía de nada. ¿Y si le hacía daño? No, eso era improbable… Pero sí que podía aprovecharse de ella. Estaba claro que a Marina le gustaba, y que ella sabía perfectamente cómo manejar a las mujeres. Sin embargo, el prospecto de que Martina la usara para su propio placer no la asustaba. Al contrario, la excitaba. Y el hecho de que Martina no le resultara en absoluto atractiva aún la ponía más cachonda. Podía oír el palpitar de su corazón en los oídos. Se frotó los brazos, aunque en realidad no tenía frío. Martina entró en el baño. Cerró la puerta tras ella y corrió el pestillo. Elena retrocedió un paso. -¿Qué pasa, princesa? ¿Te quieres rajar? -No. -Si quieres pretendemos que ha sido una broma y lo dejamos. Yo me quedo con mi cuchillo y tú con tus bragas. Elena la miró desafiante. -Si crees que sales perdiendo en el trato, puedes quedarte con tu cuchillo. Pero por mí que no sea. -Muy bien. Pero lo vamos a hacer a mi manera. -¿Y cuál es tu manera? -Súbete la falda. Elena hizo lo que le pedía. Vio los ojos de Martina recrearse en sus rodillas torneadas y sus muslos blancos conforme iba subiéndose la falda. Por fin el borde de la tela alcanzó su pubis y supo que Martina podía apreciar sus bragas de encaje negro, tan fino que transparentaba el vello de su monte de venus. Pero Martina no se conformaba fácilmente. -¡Más arriba, hasta la cintura! -le exigió - ¡Eso es! Martina hincó una rodilla delante de ella y se dedicó a inspeccionarla con calma, seguramente decidida a sacar el mayor partido posible del precio que pagaba por el espectáculo. Elena no osó apremiarla, sintiendo su pulso acelerarse y la humedad ir invadiendo su entrepierna. Finalmente, Martina acercó su cara a un palmo escaso de su vientre, metió los índices dedos bajo el encaje negro en su cintura, y le fue bajando las bragas muy despacio, descubriendo primero la superficie lisa de su vientre y luego el vello de su pubis, deslizándolas por sus muslos, pasadas la rodillas, hasta que las tuvo en los tobillos. Una bajada de bragas en toda regla. Con toda la ceremonia que requiere el acto. Levantó un pie, luego otro, para permitir a Martina sacarle la prenda de los zapatos. Cuando las tuvo en sus manos, ella se dedicó a inspeccionar las bragas con cuidado, apreciando la aspereza de encaje entre los dedos, estirándolas para comprobar su transparencia, oliendo la parte de la entrepierna. Elena la miraba, fascinada. Martina no parecía tener ninguna prisa en incorporarse, seguía allí, con una rodilla en el suelo, pasando su atención de las bragas a la desnudez de su sexo. Se preguntó cómo debía reaccionar si la tocaba, si debería protestar, bajarse la falda y retroceder, o dejarse hacer y quedar como una cualquiera. Pero Martina no la tocó. Mirarla, tal vez olerla, parecía ser bastante para ella. -Tienes un coño muy bonito, princesa -dijo por fin-. Rubio… se ve que no eres teñida. -Con esos piropos tan románticos vas a acabar por derretirme -dijo con sarcasmo. Martina se embutió las bragas en el bolsillo y se incorporó despacio. Había fortaleza y deliberación en su movimientos. -¿Te crees muy graciosa, verdad nena? La miraba con fijeza. Elena dio un paso atrás y dejó caer la falda. -¿Te he dicho yo que te podías bajar la falda? ¿Eh? ¿Te lo he dicho? Elena negó con la cabeza, desconcertada. -¡Pues entonces! ¡Vuelve a subírtela! ¡Venga! ¡Ya! Elena cogió el borde de la falda y se la volvió a arremangar hasta la cintura. Algo en su interior buscaba las palabras para decir basta, que el juego ya había ido demasiado lejos. Pero una parte más fuerte de ella deseaba seguir jugando. Martina dio un paso hacia ella. -Y ahora supongo que querrás mi cuchillo… Muy bien, pues aquí lo tienes. Soltó la correa que lo mantenía en su funda y lo desenvainó, apuntando la hoja directamente a su vientre. -Ni se te ocurra soltar la falda hasta que yo te lo diga. ¿Me oyes? Elena asintió y dio otro paso atrás. Su espalda chocó contra la pared. -Te voy a enseñar por qué este cuchillo tiene tanto valor sentimental para mí. Esto es lo que me gusta hacerles a mis niñas. Bajó el cuchillo y le posó la punta delicadamente en el interior de la rodilla. Entonces Elena supo perfectamente lo que le iba a hacer, y el saberlo le dio aún más miedo. Se sintió paralizada, el fornido cuerpo de Martina a apenas un palmo del suyo, la pared clavada en su espalda, mientras el filo del cuchillo le iba recorriendo el interior de un muslo primero, el otro después, dejando lo que ella adivinaba eran finísimas líneas blancas, sin sangre, pero lo suficientemente dolorosas para hacerla tensarse y apretar los puños sobre la tela de la falda que ahora ya le resultaba imposible soltar. El cuchillo le hizo cosquillas en los pelos del pubis. Un filo acerado y helado le separó los labios, se introdujo entre ellos, presionando hacia arriba, moviéndose hacia atrás hasta que la punta se clavó en la pared detrás de su trasero. El borde afilado la amenazaba ahora desde el ano hasta el clítoris, presionando hacia arriba lentamente pero inexorablemente, hasta que el terror la obligó a ponerse de puntillas, sus piernas tensándose desde los dedos de los pies hasta las nalgas. -¿Me das un beso? -le preguntó Martina como si no estuviera pasando nada. Elena asintió muchas veces, rápidamente. Los labios de Martina tocaron los suyos, pero ella apenas los sintió. Su lengua se introdujo en su boca, y ella la dejó entrar sin apenas hacerle caso, pues toda su atención estaba concentrada en la hoja fría y afilada que amenazaba partirle el cuerpo en dos al menor descuido, como esos canales de vacuno que se ven en los mercados. La mano de Martina se deslizó sobre su culo, acariciando la piel suave, estrujando el glúteo, y toda su preocupación fue en no dejar caer su peso sobre el acero cortante. Le dolían las pantorrillas de estar tanto tiempo de puntillas. Sentía desfallecer las piernas. La horrorizó darse cuenta de que en cualquier momento le iban a fallar las fuerzas y no podría evitar dejarse caer sobre el filo del cuchillo. -¡Para, por favor! ¡No puedo más! Martina la soltó. El cuchillo abandonó su coño. Se dejó caer sobre los talones para aliviar la tensión insoportable en sus gemelos. Apoyó la nuca en la pared y cerró los ojos, luchando por recuperar la respiración. -Ya te puedes bajar la falda, princesa. Se había olvidado que aún sostenía la falda arremangada contra su cintura. Cuando abrió las manos para dejarla caer se dio cuenta de que le dolían los dedos de tanto apretar los puños. Se sentía ligeramente mareada. Martina la abrazó, acariciándole suavemente el pelo. Apoyarse en ella era como dejarse caer sobre una sólida montaña de carne acogedora. El hecho de que Martina fuera gorda y fea había dejado de tener la menor importancia, porque había satisfecho su deseo de experimentar violencia, de sentirse victimizada. La había conquistado y ahora no quería más que abandonarse a ella. Martina la soltó. Tenía el cuchillo en la mano, pero ahora lo cogía por la hoja, ofreciéndole la empuñadura. -Toma, cógelo. No tengas miedo. Ahora es tuyo, te lo has ganado. Elena cogió el cuchillo con reluctancia. Se notaba sólido y pesado. Martina se desabrochó pausadamente el cinturón, lo extrajo de los pasadores del sus vaqueros. Elena pensó que se disponía a pegarle con él, pero Martina se limitó a sacar la funda del cuchillo y ofrecérsela, tras lo cual se volvió a abrochar el cinturón. ¿Eso es todo? ¿Ya no me vas a hacer nada más? ¿Me vas a dejar así? Sin bragas se sentía desnuda y vulnerable. El cuchillo le había dejado el coño abierto. Y empapado. -Será mejor que guardes el cuchillo en el bolso. Si sales con él en la mano, los del bar se van a pensar que los vas a atracar. Elena asintió. Metió el cuchillo en su funda, recogió su bolso del suelo y lo guardó en él. Martina le acarició la mejilla. -Te espero en el bar. Elena se miró al espejo, arreglándose el pelo con los dedos. Tenía la falda arrugada. Se la alisó. Siguiendo un impulso súbito, se la subió. Se inspeccionó el coño. Se metió los dedos entre los labios, esperando encontrar sangre. Nada. No quedaba ni rastro de la sensación cortante del cuchillo, sólo calor y humedad y un intenso de deseo de frotarse el clítoris hasta correrse allí mismo. Pero, si la hacía esperar, Martina adivinaría lo que había hecho. Presa de un pudor irracional, recogió el bolso y salió del servicio. Martina la esperaba en una de las mesa junto a la pared, a donde había llevado dos cañas y un pincho de tortilla. -¿Estás bien, princesa? -Sí. Martina le ofreció el vaso de cerveza. Elena lo vació de un trago. Tenía la garganta reseca y encontró el amargor de la bebida muy reconfortante. -Come, anda. Tendrás hambre. Elena cortó el pico de la tortilla con el tenedor y se lo comió. Estaba muy bueno. Era verdad que tenía hambre. -Te has asustado un poco, ¿eh? -Bastante. -Pero te ha gustado. -¡Te has pasado un montón, Martina! Al menos deberías haberme pedido permiso antes de hacerme eso con el cuchillo. -Yo nunca pido permiso. Eso lo hubiera estropeado todo. Algunas veces he tenido que pedir perdón, pero permiso, nunca. -Entonces, ¿me vas a pedir perdón? Martina le cogió la barbilla y la miró con ojos duros. -¿Pedirte perdón? ¿Por haber dado lo que andabas buscando? ¡No te quedes conmigo, guapa, que ya nos vamos conociendo! Al menos deberías tener la honestidad de reconocer que sí, que te ha gustado, cuando te lo he dicho. -Sí que me ha gustado, Martina -le dijo dócilmente-. Eres una dominante muy buena. -Eso está mejor. -Me tenías completamente en tus manos. Podías haberme hecho lo que quisieras. -¡Menuda zorra que estás hecha, princesita! Sí, ya sé que te has quedado con ganas. Mejor. Así volverás a por más. Eso la hizo rebelarse. -¡Mira, Martina, serás una buena dominante, pero no eres la única! Tengo gente que me quiere, que me respeta, y que sabe satisfacer con creces mis necesidades. No te necesito en absoluto. -Claro, ya lo sé. Pero, precisamente porque te quieren, no te pueden dar lo que te puedo dar yo. -¿Sabes lo que te digo? ¡Que eres una arrogante y una descarada! No tengo por qué aguantar que me insultes. ¡Deberías agradecerme que te haya dejado disfrutar de mí! -Aquí la única arrogante eres tú, nena, que vas por la vida de pija, de lista y de tía buena. Un día de éstos te voy a bajar los humos, ya lo verás. Y encima me lo agradecerás. No sabía que era peor, que la irritara tanto o que la calentara tanto. No le cabía la menor duda de que, si llegaba a caer en sus manos, Martina era capaz de bajarle los humos y convertirla en la más dócil de sus sirvientes. Eso la tentaba y la asustaba a la vez. Abrió el bolso, sacó la cartera y puso quinientas pesetas sobre la mesa. -Me voy. Aquí tienes, para las cañas y el pincho de tortilla. Invito yo. -Buena idea, vete a casa. ¡Elena, ha sido un auténtico placer conocerte! Le ofrecía la mano a través de la mesa. Elena buscó algún signo de burla en tu cara, pero la expresión de Martina era de candor y simpatía. Le estrechó la mano. Se levantó, cogió el bolso y se dirigió a la puerta del bar. Había otro tipo en el videojuego de matar marcianitos, que hacía un ruido infernal. -¡Eh, princesa! -oyó que la llamaba Martina por encima del estruendo. Se volvió a mirarla. -Perdóname, guapa. Le sonreía, diciéndole adiós con un pañuelo. Sólo que no era un pañuelo. Eran sus bragas. Salió escopetada hacia la puerta. Nota: Antes de que intentes repetir esta escena y acabes cortando a tu chica en la entrepierna, hay algo que deberías saber. El cuchillo de Martina, como casi todos los cuchillos de caza, tiene filo sólo por uno de los bordes de la hoja. Fue el otro borde, el romo, el que Martina le metió a Elena en el coño, por lo que nunca hubo peligro de cortarla. Como Martina le estuvo arañando a Elena los muslos con el lado afilado, ella creyó que era el borde afilado el que la amenazaba. La ilusión se mantuvo hasta el final. A esto se lo llama “follada mental” (mind fucking).
- La sumisa consentida (parte 2)
Un encuentro muy especial entre una sumisa algo novata y un Dominante lo suficientemente experto para hacerla gozar de las formas más perversas. Me he dejado caer a tu lado, abrazándote. Me devuelves el abrazo y ocultas la cara en mi hombro. Sé que el orgasmo te ha dejado relajada y satisfecha, que ha alejado tu resistencia y tus miedos, pero también sé que te sientes confusa y sorprendida por haber llegado tan lejos. -Estoy muy orgulloso de ti, ratoncito -te digo la oído mientras te acaricio el pelo-. Ya sé el trabajo que te ha costado obedecerme… Pero, ya ves, ha valido la pena, ¿a que sí? Por toda respuesta frotas la nariz contra mi hombro. -Has sido una buena chica, Beatriz. Bajo la mano por tu espalda y te acaricio el culo, disfrutando de lo suave y lo caliente que te lo han dejado mis azotes. Tú sigues apretada contra mí. Tu respiración, que noto como una corriente de aire cálida y húmeda en mi hombro, se ha vuelto tranquila y regular. Te debes haber dormido. Me gusta tenerte desnuda a mi lado. Pienso en las cosas que te haré a continuación. Me pregunto si serás capaz de llegar hasta el final. -¿No me ibas a enseñar lo rojo que me has puesto el culo? -dices de repente. Así que no estabas dormida, después de todo. Me te cojo en brazos otra vez y te llevo frente al espejo, eligiendo el ángulo justo para que puedas verte el trasero. -¡Pues no está tan rojo! -dices con una risita. -No… Más bien sonrosado. Pero no te preocupes, luego le daré otro repaso. -¿Qué me vas a hacer ahora? -De momento, quiero que te pongas de rodillas aquí, frente al espejo. Sonríes porque te gusta esa postura: sentada sobre los talones, muy derecha, las manos sobre tus muslos con las palmas hacia arriba. Yo recojo la cuerda roja de encima de la cama. Te junto los brazos detrás de la espalda, los dedos apuntando en direcciones opuestas, y te los ato como antes. Estás completamente inmovilizada. Contemplas tu pecho erguido en el espejo. -Rodillas separadas, ratoncito -te digo al oído. Tú obedeces enseguida y me sonríes. Te gusta mucho esa postura, ya lo sé. He hecho una cola de caballo con tu melena en mi puño y me entretengo dándote tirones para hacerte subir la barbilla. Te cojo un pezón entre mis dedos y te lo acaricio, te lo pellizco y te lo retuerzo hasta hacerlo erguirse. Hago lo mismo con el otro pezón. Has empezado a contorsionarte, pero estás bien atada y no osas abandonar tu postura. Tu respiración se ha vuelto agitada. No necesito tocarte para saber lo mojada que estás. Saco de mi bolsa un antifaz de cuero, con el que cubro tus ojos para privarte de la visión. Te quedas muy quieta, expectante. Me coloco unos pasos detrás de ti y empiezo a desnudarme: me quito los zapatos, me desabotono la camisa. Sé que puedes oír el roce suave de mis dedos contra la ropa, imaginarte lo que estoy haciendo… pero no del todo, porque nunca me has visto desnudo. El sonido de la cremallera de mi pantalón al abrirse es inconfundible, puedo ver como te estremeces al oírlo. Ninguno de los dos decimos nada. El silencio es intenso, tirante, subrayado por los ruidos distantes de la calle. Lo que saco ahora de mi bolsa es un pequeño vibrador. Me arrodillo detrás de ti, lo suficientemente cerca para que puedas sentir el calor de mi cuerpo en tu espalda, lo suficientemente lejos para que mi piel no entre en contacto con la tuya. Enciendo el vibrador y, antes de lo te des cuenta de lo que significa ese ruido, te lo he metido entre los labios del coño. Lo recibes con un sobresalto y una inspiración. Al principio te resistes al placer que te impongo, retorciéndote, gimiendo. Sé que has pensado cerrar los muslos, pero has aguantado el impulso a tiempo de evitar el doloroso azote en la pierna que te iba a costar tu desobediencia. Poco a poco mi piel va entrando en contacto con la tuya: el brazo que sostiene el vibrador contra tu costado, mis rodillas contra tus nalgas y tus pies, mi pecho contra tu espalda, mi verga endurecida contra tus manos atadas. Sabes lo que es. Sabes que si cierras la mano puedes apoderarte de ella, pero tú haces como que no te das cuenta, mientras el vibrador te inflige su dulce tormento. Te miro en el espejo, espiando cada gesto de tu rostro, el ritmo irregular de tu respiración que hace vibrar tus pechos como flanes. Te estás acercando. Detrás del antifaz que venda tus ojos te sientes segura, arropada, entregada sin duda a imágenes salvajes que invaden tu imaginación. Con mi otra mano te acaricio el pezón y eso te lleva al borde del precipicio. Espero un segundo más… dos… y consigo retirar el vibrador a tiempo de evitar que te corras. -¡Nooo! -exclamas en un gemido de frustración. -¡Vamos, vamos, ratoncito! ¿Qué quieres, poder correrte siempre? Las buenas sumisas se corren sólo cuando se les da permiso, ya lo sabes. -¡Por favor, por favor! -imploras quejumbrosa. -Por favor… ¿qué? Espero pacientemente mientras tú te decides a formular tu súplica. -Por favor… Déjame que me corra. -Podrás correrte, pero no con el vibrador… ¿Vas a ser buena, Beatriz? -No sé… ¿Que quieres que haga? Me pego a ti y te susurro al oído: -Quiero que me respondas a una pregunta. ¿Quieres que te haga el amor o que te folle? Te quedas callada otro rato. Oigo tu respiración agitada. -No sé… ¿Cuál es la diferencia? -Te puedo desatar, llevarte a la cama ya hacerte el amor como se hace con las amantes. O te puedo follar como se hace con las sumisas. -¿Y cómo sería eso? -No te lo pienso decir. A las sumisas no se les dan explicaciones. Tu silencio esta vez es más corto de lo que yo anticipaba. -Quiero ser tu sumisa. Quiero que me folles como a una sumisa… Pero me da un poco de miedo. -No te preocupes, ya verás como todo va salir fenomenal. Te ayudo a levantarte y te dejo sentada en la cama mientras lo preparo todo. Coloco una silla de lado frente al espejo. Desenrollo un condón sobre mi erección. Tú te has quedado muy quieta, ciega detrás del antifaz, preguntándote qué significa lo que oyes, preguntándote qué vendrá a continuación. Cuidadosamente, te recuesto bocabajo sobre la silla, enfrentando al espejo. Te obligo a abrir las piernas y vuelvo a deslizar el vibrador entre tus labios, pero en cuanto el placer empieza a agitarte lo retiro y te doy unos fuertes cachetes en el trasero. Repito la operación varias veces, hasta que esa alternancia de placer y el dolor te enloquecen, y terminas por revolverte y quejarte. Es entonces cuando, con una mano plantada firmemente sobre tus manos inmovilizadas por la cuerda en tu espalda, te penetro, lentamente, implacablemente, demostrándote que te poseo cuando quiero y como quiero, hasta que mi pubis entra en contacto con tus nalgas enrojecidas. Empiezo a bombearte despacio, pero aunque tu respiración agitada te traiciona, tú no quieres concederme la satisfacción de un gemido, de un agitar tus caderas al compás que te marco. Agarro el vibrador, te lo planto descaradamente sobre el clítoris y eso desencadena finalmente la tormenta. Das un gritito y estiras las piernas, buscando apoyo con los pies en el suelo, no sabiendo si quieres luchar con la polla endurecida que te atraviesa o entregarte a ella. Te suelto las manos, te doy un azote en el culo y empiezo a follarte sin contemplaciones. Mientras mi mano izquierda sigue torturándote con el vibrador, con la derecha te arranco el antifaz y te cojo del pelo para obligarte a levantar la cara y mirarte en el espejo. A mirarnos en el espejo. Así me ves desnudo por primera vez, pero no alcanzas a verme entero, porque una parte de mí está dentro de ti, enterrada entre tus nalgas calientes y rojas, dándote tu lección definitiva de sumisión. -¡Mírate, ratoncito! ¡Mira lo que te hago! ¿Ves? ¡Así es como se folla a una sumisa! Intentas cerrar los ojos pero te los vuelvo a abrir de un tirón de pelo. Tu mirada somnolienta de placer recorre tu espalda, tus manos atadas, mi vientre bombeándote, el placer creciente que se refleja en mis ojos. Entonces vuelves a cerrar los tuyos y ya no puedo hacer nada para evitarlo, porque puedo ver claramente en el espejo las ondas de placer recorriéndote el cuerpo, puedo notar tu vagina apretándose espasmódicamente alrededor de mi polla. Me entierro definitivamente en ti y yo también, por fin, me abandono a mi placer. Te he devuelto a la cama y te he desatado las manos. Tú, ahora segura en tu desnudez, apoyas la cabeza en mi hombro y cruzas tu muslo sobre mi vientre. Yo te acaricio suavemente el pelo. -Está claro, Beatriz… Te tengo demasiado consentida. Levantas la cabeza de mi hombro para mirarme con alarma. -¿Por qué? ¿No me he portado bien? -Bastante bien… Pero deberías haberme pedido permiso antes de correrte. -Pero es que yo… con todo lo que me estabas haciendo… ¿cómo iba…? No podía… Dejas caer la cabeza en mi hombro, frustrada. -Tienes razón -acabas por reconocer-. No he sido una buena sumisa, sólo pienso en correrme y eso no puede ser. Me tienes demasiado consentida. -¡Si te lo decía en broma, ratoncito! Si hubiera querido que me pidieras permiso yo mismo te lo hubiera recordado. No te preocupes, que has sido una buena sumisa. ¿Te lo has pasado bien? -¡Muy bien! -Pues eso es lo importante. Otro día avanzaremos un poco más en tus lecciones de sumisión. -¿Sabes? Me alegro mucho haber elegido que me follaras. Hacer el amor no hubiera sido ni la mitad de divertido. Me gusta que me trates como una sumisa, que me folles sin contemplaciones y me dejes el culo bien caliente, como lo tengo ahora. -De mil amores, ratoncito. -Pero no quiero dejar de ser tu sumisa consentida. Quiero que me mimes y me hagas gozar hasta que ya no pueda resistirme a ti. Quiero que me lleves de la mano, pasito a pasito, hacia el sitio donde ya no me queda más remedio que entregarme a ti, como has hecho hoy. Copyright 2021 Hermes Solenzol. Prohibida la reproducción.
- La sumisa consentida (parte 1)
Una sumisa novata. Un Dominante experto. Un cuarto de hotel. Estás hecha un flan, no cabe la menor duda. Te has parado en mitad de la habitación del hotel, sin saber qué hacer, sin saber a dónde ir. Me miras con esa mirada entre temerosa y suplicante. Sé que estás pensando en salir corriendo y no volver a verme, lo que sería una auténtica pena. Te voy a hacer pasar una tarde maravillosa, una tarde que no olvidarás en tu vida, en la que todas tus fantasías se harán realidad, te he prometido. ¿Y si no puedo cumplir esa promesa tan arrogante? Porque, en realidad, depende también de ti. Y tú estás hecha un flan. Dejo mi bolsa de viaje en el suelo y me acerco a ti, deslizando la mano suavemente bajo tu melena, masajeándote el cuello con creciente energía, al tiempo que te atraigo hasta mí hasta que consigo abrazarte. -Ven, vamos a jugar a un juego. Ya verás como te va a gustar. No dices nada, pero dejas que te conduzca delante del espejo. -Mírate. Quiero que te veas en el espejo, pero no con tus ojos, sino con los míos. Quiero que veas tu cuerpo desnudo por primera vez, como voy a verlo yo por primera vez. Asientes, pero te has puesto aún más nerviosa. Tú corazón late a mil. Te recojo el pelo dentro de mi mano en un haz apretado, del que tiro suavemente para obligarte a levantar el mentón. Con la otra mano desabrocho el primer botón de tu blusa. Luego el siguiente. -¿Estás mirando como yo te dije? -te susurro al oído. -Sí… Bueno, creo que sí. He llegado al último botón. Tiro de tu blusa para sacártela de la falda y te la termino de quitar. Tus ojos recorren tu piel blanca en el espejo, como lo hacen los míos. Estás siendo obediente. Te gusta ser obediente. No te desabrocho el sujetador sino que te bajo una tira por el hombro. Tu pecho es tan perfecto como me lo imaginaba, ni grande ni pequeño, coronado por un pezón sonrosado que ya se empieza a despertar. Paso por él la yema del dedo, suavemente, casi sin rozarlo, y se arruga y se estira como buscando el contacto con mi dedo. -¿Lo estás viendo, ratoncito? ¿Estás viendo lo bonita que eres? -Por favor… -dices, y tú misma no sabes qué es lo que me pides, que siga o que me detenga. Tus manos se abren y se cierran a los lados de tu cuerpo. Me pregunto si de verdad eres capaz de verte como te veo yo, tan bella, tan inocente, tan joven. Llevo meses deseándote en mis sueños y ahora por fin te voy a tener. Quiero verte desnuda, expuesta a mi mirada codiciosa. Quiero pasar las yemas de mis dedos por cada centímetro de tu piel. Pero eso no me basta. Quiero meterme en tu mente, hacer que sientas lo que quiero que sientas: confianza y miedo, placer y dolor. Mientras pienso todo eso he acabado de quitarte el sujetador. Pero tú, rebelde, te has puesto las manos sobre los pechos. -Eso no puede ser, ratoncito. Voy a tener que tomar mis medidas para que esto no vuelva a ocurrir. Lo he dicho con voz suave, que sé que es la que más asusta. Alarmada, apartas las manos de tus pechos, aunque sabes que ya es demasiado tarde. Tus ojos nerviosos me persiguen. Abro mi bolsa de viaje y saco una cuerda de cáñamo, roja, muy suave, que desprende ese olor casi obsceno. Te cojo las manos y te junto las muñecas detrás del cuello. La cuerda forma un bucle que las rodea rápidamente, luego los extremos corren en direcciones opuestas, trepando por tus antebrazos. Hago un nudo y luego te paso los dos lados de la cuerda entre los brazos, entre las manos, dando vueltas en dirección perpendicular a la anterior. Cuando acabo tienes los brazos sólidamente unidos. Tus pechos se han levantado orgullosos. Planto mis manos sobre ellos y te los sobo sin miramientos. Ahora son míos. Te pellizco los pezones, los acaricio, los retuerzo. Tú quieres encorvarte, pero yo no te dejo. -Mírate, ratoncito -te susurro al oído-. Mira lo que hago contigo. Bajo la cremallera lateral de tu falda, que cae al suelo y se arremolina a tus pies. No has podido hacer nada por impedirlo. Tus piernas son blancas como dos columnas de mármol. Tu pubis es una sombra oscura bajo la tela de tus bragas. Te miras al espejo con mis ojos y estás nerviosa intentado averiguar dónde voy a tocarte a continuación. Pero yo te cojo en vuelo y me siento en la cama contigo en mi regazo, haciéndote un ovillo entre mis brazos. Te doy un beso, el primero, labios que apenas se rozan. -Te voy a dar una azotaina -anuncio-. No te preocupes, que no te va a doler… Al menos al principio. Luego te gustará que te duela. Querrás que te duela. Mientras te azote te explicaré cosas que sólo se pueden entender cuando estás atravesada en el regazo de un hombre, con el culo en pompa, sintiendo el picor de los azotes. Cuando termine volveré a llevarte frente al espejo y te enseñaré lo rojo que te habré puesto el culo. ¿Tienes miedo? -Sí -confiesas-. Bastante. -Bueno, ya verás que no es para tanto. ¿Empezamos? Sin esperar a tu respuesta te doy la vuelta de repente. Lo he hecho muchas veces, con mujeres más corpulentas que tú. Cuando te quieres dar cuenta estás bocabajo sobre mis piernas cruzadas, la cara apoyada en la cuerda que une tus brazos. -He cruzado las piernas para obligarte a poner el culo en pompa, así que sé buena y relaja esa espalda… ¡Así! Puedes levantar más el culo, que no te dé vergüenza… Tu respiración se ha vuelto entrecortada. Estás hecha un flan. Esperas el primer azote, pero yo alargo la mano y te vuelvo a masajear el cuello, luego la espalda, hasta que empiezas a relajarte. Tu pompis se arquea sobre mis muslos, ofreciendo su curva insolente. Llevas puestas unas braguitas blancas de algodón, muy discretas, pero que no esconden la fina arruga que marca la frontera entre el muslo y el culo, y la piel blanca de la asentadera justo por encima de ella. Es ahí donde te doy el primer azote, flojito. Tú lo acusas con una sacudida que te recorre el cuerpo y con una súbita inspiración. Tu cuerpo se relaja enseguida y yo sé lo que estás pensando… que no te ha dolido… que te ha gustado… que casi hubiera sido mejor que te hubiera dolido, porque que te gusten mis azotes te vuelve aún más vulnerable. Quiero aprovechar tu confusión, así que te doy otro azote igual en tu nalga izquierda, la que está pegada a mí. Luego te doy más azotes sobre la tela blanca de las bragas, alternando entre una nalga y otra. -Déjame que te explique una cosa, Beatriz -digo mientras prosigo con los azotes con un ritmo constante que te dice que no pienso parar por un buen rato-, algo que de lo que no te he hablado todavía. La sumisa debe entregarse al dominante… ¿sabes lo que quiere decir eso? No respondes. No quieres hablar conmigo mientras te azoto, es demasiado humillante. Te propino un par de azotes fuertes, para que comprendas que no me voy a andar con bromas. -Te he hecho una pregunta, Beatriz. Respóndeme. -¡Ay! ¡Sí! ¡Pues claro que sé lo que quiere decir! Quiere decir que tengo que obedecerte… Y es lo que estoy haciendo, ¿no? -No exactamente, ratoncito -digo mientras prosigo con los azotes al ritmo de antes-. Entregarte a mí quiere decir que te pones a mi disposición, que me das tu cuerpo para que yo disfrute de él. Hasta ahora no te he pedido que hagas nada por mí, todo ha sido para que tú aprendas a disfrutar de ti misma, porque te tengo muy consentida… Debes de ser la sumisa más mimada del mundo -te doy un par de azotes más fuertes para acentuar lo que acabo de decir-. Hasta te he dejado tus bragas puestas, porque sé lo que te altera ir sin ellas. Pero ahora ha llegado el momento de que te quedes completamente desnuda para mí. ¿Entiendes? -Sí -te apresuras a responder antes de que te castigue por no hacerlo-. Supongo que ahora es cuando me las vas a quitar… -No… Te las vas a quitar tú. Te voy a desatar los brazos para que seas tú misma la que me enseñes ese pompis tan bonito que tienes. -¡Ay! Hundes la cabeza entre los brazos para ocultar tu vergüenza. Yo aprovecho para deshacer las cuerdas que unen tus antebrazos. Cuando termino los estiras para desentumecerlos, pero sigues ocultando tu cara en la colcha. -¿Estás lista? Tuerces un poco la cara y veo que te has puesto muy colorada. -¡Por favor, no me pidas eso! Quítamelas tú, por favor. -No, Beatriz… ¿No dices que eres tan sumisa, tan obediente? Pues obedéceme. La obediencia se demuestra haciendo cosas que cuesta trabajo hacer. No te mueves. Yo vuelvo a pegarte, haciendo que cada azote sea ligeramente más fuerte que el anterior, para que comprendas que no vas a poder postergar lo inevitable. Por fin, tus manos temblorosas bajan por tus costados, agarran el elástico de la cintura de las bragas y lo empujan hasta tus muslos. En el proceso has tenido que arquear las caderas, sacando más el culo y mostrándome el botoncito marrón de tu ano. Te das cuenta y para esconderlo aprietas las nalgas, que han adquirido un precioso color sonrosado. Las acaricio. Los azotes han calentado tu piel, volviéndola suave como el terciopelo. -¡Así me gusta, ratoncito! Has sido una chica buena y obediente, yo ahora puedo disfrutar viéndote el culito, acariciándotelo… y azotándotelo -digo, reanudando la azotaina. Tú respondes moviendo las caderas al ritmo de los golpes. Estás muy excitada, lo sé. Pero tú te das cuenta del espectáculo que ofreces y vuelves a apretar las nalgas. -¡Mira, Beatriz, ya está bien de tonterías! Eres una mujer adulta, así que no pasa nada porque te vea el culo. Ya te he explicado que para ser sumisa tienes que ofrecerte a mí. -Perdona… Es que yo… no lo puedo evitar. Me da mucha vergüenza. -¡Pues te aguantas! Se acabaron las contemplaciones, Agarro las bragas y te las saco por los pies. -Abre bien la piernas. Quiero verte bien. -¡No, por favor! Sujetándote bien la cadera con mi brazo izquierdo, te levanto el culo y empiezo a propinarte azotes de los de verdad. Alarmada, levantas la cara de donde la escondías en la colcha. -¿Qué? Pican, ¿a que sí? Pues si quieres que pares ya sabes lo que tienes que hacer. Tus muslos se abren de par en par. Tu coño también está abierto, los labios mayores hinchados mostrando la humedad en tu interior. Los dos estamos jadeando. Puedo olerte. Tu culo está tan caliente que lo noto en la cara. -Así me gusta -digo con voz entrecortada. Mis dedos recorren tu trasero ardiente y no se detienen, rozan tu ano y se sumergen en la humedad de tu sexo. Cuando la punta de mi dedo llega a tu clítoris separas aún más las piernas y arqueas las caderas todo lo que puedes, ofreciéndote completamente a mí. -¡Muy bien! Por fin se descubre la verdad: eres una guarra. Quieres que siga, ¿no? -¡Por favor…! ¡Por favor…! -gimes. -Pues no. Vas a seguir tú. -¿Qué? -Lo que oyes. Ponte el dedito en el clítoris y acaríciate. -¡No, por favor! ¡Eso sí que no puedo hacerlo! -dices con voz de pánico. Sé que estoy muy cerca del límite… Estás a punto de decir tu palabra de seguridad y eso romperá el hechizo, ahora que estamos tan cerca. Vuelvo a acariciarte tu botón del placer hasta que noto tu cuerpo relajarse de nuevo. -No pasa nada, ratoncito… Entrégate… Déjate llevar. -¡Sí! ¡Si es lo que quiero hacer! -dices con voz lastimera. -Pues entonces obedéceme. Quiero que me des tu placer, el placer que tú misma te das. Has llegado muy lejos, no me defraudes ahora. Vuelves a enterrar la cara en la colcha. Pero tu mano se desliza bajo tu vientre hasta que tu dedo medio se aloja entre los labios de tu coño. Tímidamente al principio, luego con más decisión, empiezas a estimular tu clítoris con movimientos circulares. -¡Muy bien, ratoncito! Ahora no pares. Y no cierres las piernas, quiero ver cómo mueves ese dedito. Sueltas un gemido por toda repuesta. Has ladeado la cabeza sobre la cama para poder respirar mejor. Tienes los ojos cerrados y las mejillas encendidas. Reanudo los azotes. En cuanto los sientes te pones a temblar de placer. Tu dedo se mueve con más avidez. -¿Qué? Ahora te gustan los azotitos, ¿a que sí? Te estoy pegando flojito deliberadamente. Resoplas de frustración. -Por favor… -te quejas. -¿Por favor… qué? -Por favor… ¡más fuerte! -¡Ah! ¡Acabáramos, Beatriz! Tú lo que necesitas es que te peguen una buena paliza mientras juegas contigo misma, porque eres una chica muy salida, que se pasa todo el día mojada… ¿Verdad? Te estoy dando fuerte, buscando el punto que te satisfaga sin hacerte demasiado daño, pero tú gruñes y bamboleas las caderas con el ritmo con que gira tu dedo. Ajusto los golpes al mismo compás y nos ponemos a danzar los dos la danza del placer y del dolor. Mi verga lleva mucho tiempo erguida y quiere frotarse contra tu cadera, pero renuncio a darme ese placer porque quiero disfrutar más plenamente del tuyo. -¡Por favor! ¡Por favor! … ¿Puedo correrme ya? -¡Claro que sí, ratoncito! Córrete por mí… ¡Venga! Mientras te acercas al clímax te doy golpes cadenciosos, enérgicos, levantando mucho la mano para aumentar el dramatismo. Chillas, y no se sabe si es de dolor o de placer. Tú misma no lo sabes. Tu dedo ha adquirido un ritmo frenético, salvaje. Llegas, por fin, gritando y apretando tu vientre contra mis muslos. No dejo de azotarte hasta que tu cuerpo flácido sobre mi regazo me anuncia que tu orgasmo ha llegado a su fin. Copyright 2021 Hermes Solenzol
- La ceremonia del té - Parte 2
Después de darle una azotaina, Laura aprovecha el estado de sumisión de Cecilia para conseguir lo que siempre ha ansiado Parte 1 Madrid, sábado 27 de enero, 1979 Cecilia se quedó jadeante, tendida bocabajo sobre el regazo de Laura, el culo pulsándole de dolor después de la tremenda azotaina que le acababa de dar con el cepillo del pelo. La llenó de asombro la eficacia del castigo que acababa de recibir. Aparte de doloroso, la indignidad de tener que acusarse e insultarse había conseguido apaciguar todo resto de rebeldía. ‑¡Ay, me dijiste que no ibas a hacerme daño! ¡Has sido muy mala conmigo! ‑se quejó. ‑¿Cómo que mala? ¿Es que no vas a aprender nunca a tratarme con respeto? Le propinó tres azotes despiadados y seguidos, que la hicieron patalear y revolverse. ‑¡Para ya, por favor! ¡Voy a ser buena! ‑¿De verdad? Bueno, mira, para que no se te vuelva a olvidar, a partir de ahora me vas a tratar de usted. Y también me vas a llamar “señorita”, como una buena criada. ¿Entendido? ‑¿Qué? ¿Lo dices en serio? ¡Pero si suena completamente ridículo! ‑Veo que tendré que convencerte. Otra tanda de azotes le llovió sobre el trasero magullado. ‑¡Ay! ¡Lo que usted diga, señorita! ¡Pare, por favor! ‑¡Muy bien! Ya verás como enseguida te acostumbras a decirlo. Le acarició las nalgas. Sus dedos se sentían suaves y frescos sobre la piel ardiente. ‑No soy mala, Cecilia, pero necesitabas que te diera una azotaina como ésta para ponerte en tu sitio. Además, con lo masoca que eres, seguro que la habrás disfrutado… ¿o no? Se quedó pensando, desconcertada. Claramente, Laura se había aprovechado de la situación para castigarla por cosas con las que no podía estar de acuerdo. Sin embargo, más que indignación, sentía la misma dulce docilidad que Julio había despertado en ella esos meses pasados. Siempre había creído que se sometía a Julio por amor, pero ahora resultaba que, paradójicamente, descubría que el sentimiento de sumisión era igual de intenso hacia alguien a quien detestaba. ‑¿Qué, no vas a contestarme? ‑se impacientó Laura. ‑No lo sé… señorita ‑aventuró. ‑Pues hay una forma bien fácil de averiguarlo… La mano de Laura le separó las nalgas, un dedo se deslizó entre los labios de su sexo. Sintió el contacto afilado de una uña, al tiempo que se daba cuenta de lo que Laura había encontrado allí. ‑¡Pero si estás empapada, chica! ¿Ves? ¿A que sí que has disfrutado con los azotes? ‑Sí… un poco ‑confesó avergonzada. ‑¿Ves como no soy tan mala? De todas formas, ya hemos terminado con tu castigo. Ahora te toca gozar. Así que venga, mastúrbate, que yo te vea. ‑Pero es que Julio no me deja… Hoy es sábado y no me toca. ‑No importa, tu rutina semanal no cuenta cuando estás conmigo. Lo que cuenta ahora es tenerme contenta, y yo quiero que ver cómo te corres mientras te pego en el culete. Lo había hecho varias veces, con Julio y con Johnny. Pero la idea de masturbarse mientras Laura le pegaba se le antojaba insoportable. El placer completaría la labor del dolor, reduciéndola a la mansedumbre más completa. ‑¡Ay no, por favor, no me mande eso, señorita! ‑suplicó, sin olvidarse de las nuevas formalidades. ‑¿Por qué, Cecilia? ¿Qué tiene eso de difícil? No lo entiendo, la verdad. Después de todo lo que has aguantado, ¿no me vas a dar un poquito de tu placer? ¿Por qué? Pues porque el placer es lo más íntimo de mí y no quiero regalártelo a ti, Laura, porque tú no te lo mereces. El gozo es algo que no se da a quien quiere robártelo. Pero no se lo dijo porque sabía que le iba a resultar inútil oponerse. Lo único que lograría sería más golpes de cepillo y que Laura la amenazara con decirle a Julio que la había desobedecido. ‑No, si ya lo hago. Mire, señorita… Pasó la mano entre su vientre y el muslo de Laura, lo que la forzó a levantar aún más el culo. Entre los pliegues de su sexo, su dedo medio encontró el pequeño botón de carne donde anidaba su placer. ‑¡Muy bien, así me gusta! Abre más las piernas, que vea yo como trabaja ese dedito. El placer la sedujo enseguida. Después del racionamiento de sexo al que la había sometido Julio, su deseo se despertó con enorme avidez. Entonces la invadió una sospecha. ‑No va a dejar que me corra, ¿verdad? ‑masculló. La iba a dejar frustrada, como le gustaba hacer a Julio. ‑¡Qué va, al contrario! Precisamente quiero ver cómo te corres mientras te zurro… así. Laura dejó caer el cepillo entre sus piernas y le dio un azote con la mano. Con la otra mano le acarició la piel dolorida. Repitió el proceso una y otra vez, alternando azotes y caricias. Era denigrante y excitante a la vez, sentir el contacto de las manos de Laura sobre sus nalgas bien maceradas por el cepillo, mezclándose con las deliciosas descargas que se provocaba ella misma con el dedo. El placer no eliminaba al dolor, sino que lo transformaba en una sensación picante, ambigua. Pronto desistió de intentar frenar las reacciones de su cuerpo, dejó a un lado la vergüenza y se entregó sin reparos a mecerse en su regazo, acompañando los movimientos de su dedo con un menear del culo que Laura enseguida acompasó a los cachetes que le propinaba. Ese bamboleo indecente fue aumentando en ritmo y amplitud conforme se acercaba al clímax, que anunció con gemidos crecientes. Laura lo vio venir, pues sus cachetes se hicieron más enérgicos. Cecilia gritó su orgasmo. Laura lo acompañó con una serie de azotes intensos, magníficos, que tiñeron su goce de indignidad y abyección. Durante un rato sólo se oyó el respirar entrecortado de las dos. Entonces Cecilia comprendió hasta qué punto había perdido la partida, y hasta se alegró de haberla perdido. No le quedaba ni un ápice de rebeldía. La mansedumbre la envolvía como un jarabe espeso, dulce y amargo a la vez. A Julio se sometía por amor, pero esto era distinto. Laura la había domado como se doma a las fieras en el circo, a base de látigo y golosinas. ‑¿Qué, a que no ha estado mal, eh? ‑le dijo Laura‑ ¿Ves? si te portas bien y me obedeces nos lo podemos pasar de puta madre. ‑¡Ay! ¡Tengo el culo ardiendo! ‑¡No te quejes, que acabas de tener un orgasmo mayúsculo! Venga, levántate y acaba de desnudarte. Se puso en pie, aturdida por la paliza y el orgasmo, pero más que nada por la manera en que Laura había sabido apoderarse de ella. Descorrió la cremallera de la falda y la dejó caer al suelo. Se acarició el culo para aliviarse el escozor, pero la mirada desaprobadora de Laura la hizo desistir. Se sacó el suéter, se desabotonó la camisa, se la quitó y luego el sujetador, la mirada de Laura clavada todo el rato en ella. El aire frío sobre su cuerpo desnudo la hizo sentirse aún más indefensa, más dócil. Se abrazó a sí misma, mirando tímidamente a su atormentadora. Lo único que le quedaba encima era su collar, que las dos sabían que simbolizaba su sumisión. Laura le sonrió satisfecha. ‑¡Pero mira que estás buena, condenada! Cuando te zurran aún estás más guapa, con el culito colorado y esa carita de pena que se te pone. Venga, vamos a mi habitación. Ahora me toca gozar a mí. * * * La cogió de la muñeca y tiró de ella, como quien arrastra a una niña desobediente o a una prisionera. Empuñaba el temible cepillo en la otra mano. Era agudamente consciente de sus nalgas hinchadas, tan calientes que parecían iluminar el vestíbulo tras ella con una luz roja de hierro derretido. En el cuarto reinaba la luz tenue y grisácea del atardecer. Laura se dirigió a la mesilla de noche y encendió la lámpara, dejando el cepillo sobre la cama. Un tono ambarino y suave, mucho más acogedor, bañó la habitación. En la pared vio la foto que habían hecho en el restaurante de París: Laura y Julio, con ella en medio. Empezó a sospechar por qué esa foto era tan especial para Laura. ‑Bájame la cremallera ‑dijo Laura, interrumpiendo sus pensamientos. Deslizó la cremallera en la espalda del vestido y Laura se lo quitó. Debajo llevaba un sujetador blanco de encaje y braguitas a juego. Un liguero, también blanco, le sujetaba las medias. Laura la agarró por la hebilla del collar, como hacía Julio, y la besó en los labios. Continuó besándola agresivamente, atrapándole los labios entre los suyos, metiéndole la lengua, mientras que con una mano le acariciaba la piel escocida y caliente del culo y con la otra le pellizcaba un pezón, retorciéndoselo, despertando su deseo con ese dolor tan dulce. Cecilia se dejó hacer, prisionera de su mansedumbre, descubriendo que su cuerpo había escapado completamente a su control y respondía al manoseo al que la sometía Laura con esa familiar debilidad en las rodillas y humedad en el sexo. Juguetonamente, Laura la hizo retroceder hasta que sus piernas chocaron contra el borde de la cama y se cayó sobre ella de espaldas. ‑No te muevas de ahí ‑le advirtió Laura. ‑Sí, señorita ‑dijo Cecilia. El culo le quemaba en contacto con la colcha. Laura se quitó las bragas, que había tenido el cuidado de ponerse sobre las ligas. La franja de encaje que le cruzaba el vientre y los elásticos que pinzaban las medias enmarcaban su pubis de rizos dorados. El collar y los pendientes de perlas resaltaban su piel blanca. No dejaba de sonreírle, sus ojos azules clavados en ella. Era guapa, linda como una princesa. No me extraña que Julio esté loco por ella, pensó, y los celos la espolearon una vez más, pero ahora ya no la llenaron de ira, sino de impotencia y rendición. Laura era una diosa a quien nada se le podía negar. Que tuviera a Julio era la cosa más normal del mundo. Con una risita, Laura se arrodilló en la cama sobre ella, las piernas abiertas, una rodilla a cada lado de sus muslos. Oyó caer al suelo sus zapatos de tacón. Los muslos enfundados en las medias de encaje formaban un vértice que apuntaba directamente al pubis de vellos dorados, que ahora se separaban para mostrar el surco húmedo entre ellos. Laura fue dando pequeños pasos con las rodillas hacia ella. Su coño se volvió más y más amenazador. Por favor, no me hagas eso. No me lo pongas en la cara. ‑¿Has comido un coño alguna vez? ‑le preguntó Laura, adivinándole el pensamiento. ‑No, señorita ‑la angustia en su voz revelaba sus reparos. ‑¡Pues ya va siendo hora! ¡Parece mentira, Cecilia, con lo experta que eres para todo lo del sexo! Venga, ya verás cómo te va a gustar. Laura se acercó aún más, colocando su sexo a escasos centímetros de su cara. Pudo sentir su olor a pis y a almizcle. ‑¡Ay, no sé, señorita! ‑¡Pues lo vas a hacer, te guste o no! Y más te vale hacérmelo bien, si no quieres que te dé otro repaso con el cepillo. ‑Sí, señorita. Su mansedumbre era un jarabe espeso, pesado, que le inmovilizaba el cuerpo contra la cama y le llenaba la boca con su sabor agridulce. Los bucles rubios descendieron sobre su cara. Sacó la lengua dócilmente y la hundió entre el vello espeso, buscando la mucosa suave y húmeda enterrada en él. El sabor del coño de Laura le llenó la boca, reconoció en él el gusto de su sumisión. Notó un espasmo de placer recorrer el cuerpo de Laura, la oyó soltar una risita, la sintió mecerse sobre ella, moviendo su sexo sobre su lengua para dirigirla hacia donde quería sentirla. ‑¿Qué pasa, que tienes la lengua muy cortita? ‑jadeó Laura‑. ¡Venga, métemela bien adentro! ¡Dame gusto, tontita! La cogió del pelo y dejó caer todo el peso sobre su cara. Cecilia hurgó con la lengua hasta encontrar la abertura de su vagina, hundiéndola lo más que pudo en ella. ‑¡Eso, cómeme el coño, guarra! ¡Ahí es donde me mete la polla tu querido Julio! Los celos la volvieron a espolear, pero sólo sirvieron para agudizar su sensación de derrota. Laura le había ganado la partida. Ese coño de vellos rubios se había apoderado de la verga de Julio, y cuando él faltaba, ahí estaba ella con su boca para satisfacerlo. Una perdedora y una guarra, eso es lo que era. Laura era una princesa y había que tenerla contenta. Tenía que comerle el coño hasta que le doliera la lengua. ‑Ahora un poquito en el clítoris… ¿Sabes dónde está? Fue separando los pliegues de delicada mucosa hasta encontrar el diminuto botón del placer. Entre sus párpados entrecerrados vio que Laura se arrancaba el sujetador y se apretaba sus pechos blancos y generosos, acariciándose los pezones sonrosados con los pulgares. ‑¡Así, qué gusto! Y ahora me vas a hacer otra cosita, para demostrarme lo sumisa que eres. Laura se dio la vuelta. Sus nalgas redondas y blancas descendieron sobre su cara. Pudo haber girado la cabeza a un lado, porque sabía bien lo que se le exigía para completar su ritual de degradación. Pero no lo hizo, siguió mirando fascinada mientras la raja se abría para revelar su secreto: el hoyo fruncido, color marrón claro. Lo contempló, tomando conciencia de lo que iba a hacer, de lo que significaba. Las nalgas frescas, blandas y suaves le rozaron las mejillas, se apretaron contra ella obligándola a cerrar los ojos. Su nariz entró en la raja; el olor era más sutil de lo que esperaba. Alzó la cara, estiró la lengua y le rindió a Laura el homenaje más envilecedor. ‑¡Eso lámeme bien el culo! ‑suspiró Laura‑. ¿Ya has comprendido que eres mía, verdad? El ojete de Laura era un pozito estrecho y apretado en el que, sin embargo, lograba introducir la punta de la lengua. Ya no le importaba lo que hacía, la mansedumbre la derretía por dentro. ‑Ahora mi coñito otra vez. Venga, haz que me corra. Laura basculó las caderas y se inclinó hacia delante. Obediente, pasó la lengua del ano a la vagina, intentando penetrarla también. El ojete se le quedó pegado a la punta de la nariz, como para no dejarla olvidar su ignominia. Dócilmente, con una avidez que hacía un momento le resultaba impensable, hurgó con la lengua entre los pliegues de carne viscosa con sabor a ostras, recorriendo una y otra vez el surco entre la vagina y el clítoris, mientras el flujo de Laura le encharcaba la cara y descendía en gruesos goterones por sus mejillas. Se entregó a su labor con esmero, en ningún momento se le ocurrió escatimarle el placer a Laura. El goce de los demás era un deber sagrado para las que eran como ella. Y entonces, inesperadamente, un contacto húmedo sobre su propio sexo le anunció que Laura iba a devolverle el favor. Laura le agarró los muslos y la obligó a levantarlos y abrirlos para ofrecerse mejor a las atenciones de su lengua. La lengua de Laura encontró su propio botón de placer, despertándole destellos de goce en todo el cuerpo. Apasionadamente, se volcó en devolverle el favor. Su lengua ávida, ansiosa, volvió a encontrar el clítoris, lo rodeó, lo acarició, lo titiló y fue como si se lo hiciera a sí misma, porque Laura le correspondía inmediatamente con lo mismo. Laura se detuvo para emitir gemidos de placer que reverberaron dentro de su sexo, al tiempo que apretaba el pubis contra su cara. Haciendo caso omiso del cansancio de su lengua, Cecilia se esforzó por seguir estimulándola mientras Laura se corría. Cuando cesaron las sacudidas del cuerpo de Laura, pensó que todo había acabado. Pero se equivocaba. Laura se incorporó un poco, dejando de aprisionarle la cara con el pubis, y volvió de inmediato a trabajar sobre ella, lamiéndole el coño con el mismo esmero que antes había puesto ella. Sintió acercarse el clímax mientras contemplaba a un palmo sobre su nariz el coño y el ojete a los que acababa de rendir pleitesía. Luego las oleadas de su propio orgasmo la hicieron cerrar los ojos y sacudirse en convulsiones de placer. * * * Laura gateó hasta su lado, se tumbó sobre ella metiendo una rodilla entre sus piernas, y la besó apasionadamente. Cecilia olió su propio coño en los labios de Laura. Le gustó, era un olor dulce, a canela. Estuvieron abrazadas un rato, recuperando la respiración. Luego Laura rodó a un lado con un suspiro de satisfacción y una risita de alegría. ‑Qué maravilla, ¿verdad? ‑le dijo. No respondió. Se quedó mirando al techo, cada vez más asombrada al darse cuenta de lo que acababa de ocurrir. Acabo de hacer el amor con Laura. ¡Increíble! Laura se levantó de la cama. Llevaba sólo puestas las medias y el liguero. Le pareció más hermosa que nunca: las líneas rectas de su espalda, los hoyuelos en sus caderas, las nalgas blancas, redondas, enmarcadas por las tiras del liguero. Laura encontró su bolso sobre la mesa de diseño, sacó de él una cajetilla verde de cigarrillos mentolados y un mechero. Encendió un pitillo mientras se volvía a acostar junto a ella. Tomó una calada profunda y lanzó una columna de humo hacia el techo. ‑¿A que ha estado bien, eh? ‑le dijo rodando a un costado para mirarla‑. ¿Ves? Ya te decía yo que nos lo íbamos a pasar pipa. Ahora seguro que volveremos ser amigas. Eso la sacó de su estupor. Ella también se volvió de lado para mirar a Laura a la cara. ‑No, Laura, no volvemos a ser amigas ‑le dijo, irritada por su presunción‑. Me he sometido a ti por obedecer a Julio. No quieras ver nada más en lo que acaba de pasar. La expresión risueña se borró del rostro de Laura como el sol que se esconde detrás de una nube. Volvió a ponerse de espaldas mirando al techo, dando un par de caladas lentas al cigarrillo. ‑¡Sí, claro, ya veo! Eso es lo que me dijiste al principio ‑dijo con voz calma pero no exenta de una cierta amargura‑. Que lo haces por Julio. ¡Siempre es por Julio! Cecilia se arrepintió de haberle dicho eso, en ese tono. Laura seguía mirando el techo, pensativa. Es verdad que me lo he pasado bien… ¡Qué pena! Teníamos buen rollito después de hacer el amor y ahora me lo he cargado. ‑Pero sí que es verdad que ha estado bien ‑dijo esbozando una sonrisa para intentar arreglar las cosas‑. Lo que no entiendo es… ¿a ti te gustan las tías, Laura? Laura volvió la cara hacia ella mirándola severamente. ‑Pero bueno, ¿no te he dicho que me trates de usted y que te dirijas a mí como señorita? Alargó la mano y le dio dos fuertes azotes en el culo, que la tomaron enteramente por sorpresa. ‑Como me vuelvas a faltar al respeto te daré un castigo mucho más severo ‑recalcó Laura. Cecilia se frotó la nalga, más dolida por la crudeza del acto que por los golpes en sí. ‑Perdone, señorita ‑dijo frunciendo el ceño‑, pero es que pensé que ya habíamos terminado. Cuando acabo una sesión con Julio, volvemos a tratarnos de forma normal. ‑Aquí no hay sesión que valga. Todavía llevas puesto tu collar de sumisa ¿no? ¿O acaso te lo quitas después de follar con Julio? ‑Últimamente no. Soy su sumisa todo el tiempo. ‑Pues conmigo es lo mismo.
- Caning hasta el orgasmo
Varazos en el culo llevan a Cecilia a un final inesperado Cecilia se arrodilló delante de Julio, inclinando la cabeza y separándose el pelo del cuello para que él le pusiera el collar. Julio hincó una rodilla en el suelo delante de ella, le puso el collar y tiró de la anilla para forzarla a levantar la cara y mirarlo. Los ojos de Julio la sondearon, desenmarañando cada una de sus emociones: el enfado del que no había conseguido deshacerse del todo, su culpa por sentirlo, su deseo de ser castigada. ¿Era verdad que la estaba leyendo como un libro abierto, o era sólo su imaginación? La expresión de Julio era seria, comprensiva. Volvió a tirar de la anilla del collar y la besó en los labios; un beso suave pero largo y apasionado. Julio la cogió de la mano para hacerla ponerse de pie y la abrazó. -Dame fuerte, Julio -le dijo al oído-. No te cortes ni un pelo. -¿Por qué? ¿Necesitas que te castigue? -Necesito algo que me saque del mal rollo que tengo en la cabeza. Necesito dolor. Y si lo quieres ver como un castigo, tampoco me importa. -Vale, pues voy a poner música adecuada. Julio fue al tocadiscos y se puso a buscar entre los LPs. -¿Qué vas a poner? Julio sonrió, enseñándole la portada del disco que había elegido. Mostraba a un hombre con pelo largo y con una flauta travesera aún más larga, con una rodilla levantada en ademán de bailar. Grandes letra rojas decían Jethro Tull. -My God -dijo Julio. -¡Perfecto! -dijo ella, aplaudiendo silenciosamente. Julio cogió la vara. Estaba hecha de ratán, una madera dura y flexible especialmente apropiada para la disciplina inglesa. Julio apartó las sillas de la mesa. Ella se colocó en la posición prescrita: las manos y los antebrazos sobre la mesa, las piernas bien derechas, el culo en alto. Sonaban los acordes de guitarra con los que empezaba la canción. -Van a ser una docena… Más si te levantas de la mesa. -Ya lo sé, Julio. Lo hemos hecho un montón de veces. Se le había escapado la irritación y la rebeldía que aún llevaba dentro, lo que seguramente incitaría a Julio a bajarle los humos. Oyó zumbar la vara en el aire. Sintió el dolor lacerante del primer golpe cruzándole el trasero. Involuntariamente, arqueó la espalda y levantó la cabeza, los ojos cerrados, el rostro contraído de dolor. El dolor siempre es nuevo. Siempre te sorprende. -Te veo un poco altanera esta noche, Cecilia. Voy a tener que darte fuerte. -No me espero otra cosa de ti. Era una provocación. Hubo otro zumbido, otro surco ardiente apenas un centímetro debajo del primero. No se quejó, pero dio un zapatazo a la alfombra. ¡Joder, sí que duele! ¡Pero me lo merezco! -¿Todo bien, Cecilia? -Todo bien, Julio. Esperando el siguiente. El tercer golpe fue cruel, asestado en la sensible frontera entre la nalga y el muslo. Respiró hondo y se concentró en el dolor, negándose a huir de él, dejando que le recorriera todo el cuerpo. -Ese lo vas a notar cuando te sientes, cariño. Julio le pasó la mano suavemente por las nalgas, borrando con el contacto su escozor. Luego le dio dos golpes severos, muy seguidos, al tiempo que la guitarra eléctrica irrumpía en la canción de Jethro Tull con acordes tan desgarradores como la agonía que sentía. Pero ella ya había encontrado esa sintonía especial con el dolor que tanto ansiaba. Los siguientes golpes fueron cada vez más exquisitos. Todas sus sensaciones se agudizaban con el sufrimiento, sobre todo la música, que había adquirido una calidad infernal y divina al mismo tiempo. La guitarra eléctrica chirriaba con notas tan agudas como las laceraciones en sus nalgas. Se sentía desnuda e indefensa, sometida y humillada, pero eso la llenaba de una extraña energía que le calentaba el cuerpo por dentro. -¡Más fuerte, Julio! ¡Joder! -Si te pego más fuerte voy a romper la vara, cariño. Pero no te preocupes, que éste sí que te va a doler. Le pegó en los muslos, justo encima del borde de las medias, y era verdad que ahí dolía más. Dejó escapar un gemido de placer. -Te ha gustado, ¿eh? Pues esto aún te va a gustar más. Le volvió a pegar en el culo y enseguida después del golpe la embistió con su vientre para hacerla sentir la dureza de su erección. Inclinándose hacia delante, le dijo al oído: -Con ese van diez. Los dos últimos serán los más fuertes. No respondió, había perdido el habla. Pero no podía dejarle parar ahora. No quería abandonar el estado extático en el que se encontraba, en el que cada golpe la sumía cada vez más profundamente. Julio se separó de ella. Hubo un zumbido y un restallido al impactar la vara con la piel desnuda. Soltó un largo gemido. Luego, lentamente, se puso en pie. -No deberías haber hecho eso. Ahora te tendré que descontar el último golpe y darte dos más. Ella asintió y volvió a adoptar su postura, doblada sobre la mesa. Julio le dio un buen varazo. Movió las caderas de arriba a abajo con un vaivén sensual. Luego, acordándose de lo que debía hacer, volvió a levantarse, moviéndose despacio, como una sonámbula. Julio la agarró del pelo para mirarla a la cara. -¿A qué estamos jugando, Cecilia? Seguía sin poder hablar, pero Julio debió leer la respuesta en sus ojos. La derribó sobre la mesa en un gesto brutal y se puso a darle varazos, muy fuertes, muy seguidos, a los que su cuerpo respondía bamboleando las caderas al compás de los golpes. Julio debía conocer el calor creciente que la invadía, el dolor-placer que se le agarrotaba en lo más profundo del coño. Estaba cerca, muy cerca. La vara se ensañaba en ella, dejando surcos rabiosos desde lo alto del trasero hasta el borde de las medias en los muslos. El goce que le producía el dolor era de un rojo cada vez más encendido, hasta que súbitamente explotó en fulgurantes destellos de placer que le recorrían el cuerpo de arriba abajo. Se sintió convulsionar. Julio no dejó de pegarle hasta que su cuerpo se detuvo exhausto. Le flaqueaban las piernas. Julio la cogió en brazos justo antes de que se cayera al suelo.